Gaza: el duelo imposible de los cuerpos sin nombre
Más de once mil personas están formalmente reportadas como desaparecidas, pero equipos sobre el terreno creen que la cifra es mucho mayor
BeirutEn las calles abiertas por las bombas y los callejones donde el polvo nunca se asienta, miles de familias palestinas viven un duelo suspendido. La guerra no solo ha multiplicado la muerte, ha roto la posibilidad misma de despedirla. Los cuerpos se acumulan en morgues improvisadas, en bolsas numeradas, en fosas cavadas con prisa. Otros siguen desaparecidos bajo edificios colapsados, convertidos en fragmentos imposibles de reconocer. En Gaza, la muerte ha dejado de tener nombre.
El pasado 11 de noviembre, las autoridades de Gaza enterraron 38 cuerpos devueltos por Israel en una parcela improvisada de Deir al-Balah. Llegaron en camiones del Comité Internacional de la Cruz Roja, muchos de ellos en avanzado estado de descomposición. Según cifras difundidas por Al Jazeera, de más de 315 cuerpos devueltos en los últimos meses solo 92 han podido ser identificados.
Los equipos de rescate trabajan con las manos desnudas entre bloques de cemento, buscando silencios que indiquen dónde podría haber un cuerpo. “A veces encontramos tres o cuatro juntos y no sabemos quién es quién”, explica un miembro de la Defensa Civil, citado por un medio local árabe. No hay ADN, no hay refrigeración suficiente, no hay tiempo. La identificación se ha vuelto un lujo inalcanzable.
Entre los desaparecidos está Malak al-Hajoj, una estudiante de ingeniería. Su familia contó a The Observer que la última pista fue su bolso, hallado junto a las huellas de un bulldozer. No saben si está viva, si fue detenida o si yace bajo los restos de su casa. Viven en una espera que no cicatriza: la de recibir un cuerpo, o algo que se le parezca, para poder enterrarla y nombrarla.
Las autoridades sanitarias hablan de miles de casos como el suyo. Más de once mil personas están formalmente reportadas como desaparecidas, según cifras citadas por fuentes internacionales. Pero los equipos sobre el terreno creen que la cifra real es mucho mayor. En zonas como el norte, barrios enteros quedaron arrasados sin que nadie pudiera registrar los muertos ni moverlos. Muchos fueron enterrados en fosas colectivas, marcadas solo con una hilera de piedras.
Enterrar rápido se convirtió en una necesidad sanitaria y espiritual, aunque a costa de borrar identidades. En la tradición musulmana, el funeral es un acto de comunidad; se lava el cuerpo, se envuelve en un sudario, se reza, y se acompaña a la familia durante días. Ahora, muchas familias entierran sin saber a quién. O, peor aún, no entierran a nadie: esperan una llamada, una foto, un fragmento de información. La lentitud en la devolución de cuerpos también ha tensado el escenario político. Associated Press citó a varias familias israelíes que reciben restos de rehenes a cuentagotas, en bolsas selladas, sin confirmación inmediata de identidad. Una madre decía: “Necesito algo concreto, cualquier parte… lo necesito para poder empezar el duelo”. Ese desgarro, aunque en contextos distintos, refleja una verdad compartida, sin cuerpo, no hay despedida, ysin despedida, no hay paz interior.
En Gaza, la falta de medios forenses convierte la identificación en una carrera contra el tiempo. Los médicos denuncian que muchos restos llegan irreconocibles tras días bajo los escombros. Otros son encontrados por civiles que, incapaces de conservarlos, los entierran donde pueden. Las fotografías tomadas por vecinos se han convertido en una especie de archivo comunitario de imágenes de rostros inflamados por la muerte, enviadas de móvil en móvil con la esperanza de que alguien reconozca un lunar, una camiseta, un anillo.
Entre los cuerpos devueltos este otoño, documentó The National, había personal sanitario, voluntarios del Crescente Rojo, bomberos y empleados de la UNRWA que murieron intentando rescatar a otros. En algunos casos, sus compañeros solo pudieron reconocerlos por restos de uniforme o un objeto personal. El alto comisionado de la ONU, Volker Türk, habló de “estupor y alarma” y recordó que atacar a personal humanitario constituye un crimen de guerra.
Gaza vive atrapada en una paradoja devastadora, donde los muertos están por todas partes, pero falta lo esencial para devolverles dignidad, un nombre, una historia, un lugar donde llorarlos. ONG palestinas y organizaciones internacionales reclaman acceso inmediato a los lugares de enterramiento, protección de las evidencias y un comité forense independiente que catalogue cada cuerpo antes de que el tiempo borre las últimas pistas. Temen que, sin ese esfuerzo, estas fosas se conviertan en tumbas sin memoria y que los responsables nunca enfrenten la justicia. La ONU advierte de que la proliferación de fosas puede dificultar investigaciones futuras y agravar tensiones comunitarias.
En una guerra que ha arrasado edificios, hospitales y barrios completos, la pérdida de los nombres añade una devastación íntima. Un pueblo que no puede nombrar a sus muertos ve vaciarse su propio relato. Porque el duelo, el verdadero duelo, solo empieza cuando un nombre vuelve a ocupar su lugar en la tierra.