Guía para entender qué se juegan las potencias en la guerra entre Israel y Palestina
Las repercusiones son globales: lo que ocurre en Palestina nunca se queda en Palestina
BarcelonaFuera del foco internacional desde hace años, el ataque sin precedentes de Hamás contra Israel de hace una semana ha vuelto a poner el conflicto entre Israel y los palestinos en el centro de la actualidad. Lo que ocurre en Palestina nunca se queda en Palestina: las repercusiones son globales. Las alianzas son fluidas y contradictorias, y hay demasiados grises. Los palestinos no son un bloque, los países árabes tampoco y una cosa es lo que dicen sobre la causa palestina y la otra lo que hacen. Israel es aliado de Estados Unidos pero depende de Rusia (que mantiene el régimen sirio), que a su vez se ha aliado con Irán, enemigo de los saudíes, que son aliados de Washington. La lógica de bloques no funciona. Bienvenidos a Oriente Próximo.
El gobierno de Benjamin Netanyahu, una coalición de la derecha y la ultraderecha, había llevado a Israel a una situación de crisis política y polarización interna sin precedentes, por su polémica reforma judicial y las concesiones a los partidos ultrarreligiosos. La ruptura interna era tan profunda que reservistas de la fuerza aérea y las fuerzas especiales rechazaron la instrucción militar. Asimismo todos los esfuerzos de los servicios de espionaje se centraban en alcanzar un acuerdo histórico de normalización de relaciones con Arabia Saudí. Y todo el peso de las fuerzas de seguridad se centraba en reprimir a los palestinos de Cisjordania, que protestaban contra los nuevos asentamientos. Con los ojos puestos en estos focos, el poderoso aparato de seguridad israelí no vio venir el ataque de Hamás del 7 de octubre, el peor que ha sufrido en manos de un grupo palestino. Netanyahu ha creado un gobierno de unidad para conducir la revancha contra Gaza, pero sigue siendo muy impopular y, si se encalla en una ofensiva terrestre, podría ser el fin de su larga carrera.
El ataque de Hamás ha unificado a los palestinos, al menos temporalmente. La división era profunda: Fatah se desgastaba haciendo de policía de Israel en Cisjordania; y Hamás, aislado en la franja de Gaza, parecía también bajo control. De hecho, no se había sumado a la última ofensiva de la Yihad Islámica, que hace unos meses lanzó cientos de cohetes desde la Franja. Decepcionados con unos y otros, jóvenes palestinos formaban nuevas organizaciones de lucha armada, fuera de la disciplina de los partidos tradicionales. El ataque de Hamás supuso un golpe tan fuerte contra Israel que todas las facciones palestinas la han justificado y celebrado. Pero Fatah teme que la popularidad de Hamás precipite la caída del octogenario presidente de la Autoridad Nacional Palestina (ANP), Mahmud Abbas, que lleva 14 años con el mandato caducado. Abbas no ha convocado elecciones porque probablemente las ganaría Hamás, como ocurrió en 2006, en unas elecciones limpias que ni él ni Israel ni las grandes potencias aceptaron. Asimismo, la ANP puede perder el control de Cisjordania si los indiscriminados bombardeos israelíes sobre Gaza desencadenan otra intifada de los civiles palestinos o acciones armadas de otras facciones, tras agrietar la imagen de la invencibilidad de Israel.
En el marco de los Acuerdos de Abraham impulsados por Donald Trump, Israel debía acabar de reforzar su posición en Oriente Próximo normalizando las relaciones diplomáticas y económicas con países árabes, de modo que a la región sólo le quedara su archienemigo, Irán. Después de hacerlo con Bahrein, Emiratos Árabes o Marruecos, Arabia Saudí debía ser un peso pesado. Egipto y Jordania, que hace décadas normalizaron sus relaciones con Israel, veían con buenos ojos el acuerdo entre Tel Aviv y Riad. Pero la guerra en Gaza ha puesto en marcha estos planes a rodar. La cuestión palestina sigue teniendo peso en el mundo árabe y sus regímenes deben ser prudentes: Arabia Saudí, Kuwait, Qatar y Omán han señalado la ocupación israelí como responsable de la violencia, pero se han desmarcado de Hamás.
A través de la Guardia Revolucionaria y la fuerza Al Quds, el régimen de los ayatolás financia, arma y entrena Hamás en Gaza y Hizbulá en Líbano para desestabilizar Israel. Su ejército es clave en la estabilidad del régimen iraquí y sirio. También colabora con otras milicias en Yemen, Irak y Bahréin para tener peso en la región. Parece ser que Teherán participó en la planificación del ataque del 7 de octubre, pero esto no quiere decir que Hamás no actúe por propia iniciativa. Hasta ahora Teherán no ha querido chocar directamente con Israel, ni siquiera cuando Tel-Aviv ha atacado sus centrales nucleares. El país persa está inmerso en una grave crisis política con la represión del movimiento Mujer, Vida, Libertad, y económica, a causa de las sanciones internacionales. Y por mucho que en sus inflamados discursos los altos cargos del régimen teocrático apoyen a Hamás, más allá de las palabras no parecen dispuestos a entrar en guerra contra Israel. Pero si Hamás, debajo de las bombas, reclama públicamente una acción militar, si el régimen no lo hace perderá credibilidad.
El conflicto en Gaza supone una guerra en las fronteras de Egipto, que ya tiene problemas internos. El régimen del mariscal Abdel Fatah al Sisi, que dio un golpe de estado para sacar del poder al gobierno de los Hermanos Musulmanes –surgido de las elecciones tras la revolución del 2011– y ha impuesto una dictadura de mano de hierro, siempre ha apostado por la Autoridad Palestina, en detrimento de Hamás, en su rol de policía palestina al servicio de Israel. La presencia de grupos yihadistas en la península del Sinaí ha sido siempre una fuente de inestabilidad. Con una crisis económica rampante, no quiere ni plantearse gestionar una crisis humanitaria de refugiados palestinos en su territorio. Asimismo, la población de Egipto ha manifestado su solidaridad con el pueblo palestino. Al Sisi no tiene buenas opciones sobre la mesa.
La guerra también tiene efectos desestabilizadores en Jordania, que tiene 2,2 millones de refugiados palestinos registrados y la mitad de la población con raíces en Cisjordania. Abdullah II tiene mala pieza en el telar. No quiere enfrentarse a Israel, pero tiene mucha presión interna: ha habido grandes manifestaciones y también protestas para abrir el paso fronterizo de Allenby, el único de salida para los palestinos de Cisjordania, que ha sido cerrado por Israel. Además, Jordania tiene una responsabilidad directa, según el derecho internacional, de la custodia de la mezquita de Al Aqsa y el Templo de la Roca de Jerusalén.
Ambos países tienen buenas relaciones con Hamás, a quienes apoyan político, financiero y mediático. Tendrían capacidad de mediación, pero no tienen capacidad para presionar a Israel y evitar la masacre de Gaza. El presidente turco, Recep Tayyip Erdogan, que en los últimos años había tenido una política de aproximación a Israel, ha criticado el envío de un portaaviones de Estados Unidos a la zona, denunciando los bombardeos israelíes y el asedio de Gaza .
Una de las grandes incógnitas es si Hezbolá, la milicia chií libanesa aliada de Irán, atacará a Israel. Hasta ahora sólo ha enseñado los dientes con algunas escaramuzas y guerra psicológica. Sus líderes habían hablado de un "frente unido" con Hamás y con Irán contra Israel, y parece que la operación de Hamás se gestó en Líbano. Una invasión terrestre de Gaza podría ser la línea roja para precipitar esta intervención, pero en todo caso Israel debe destinar recursos a vigilar al flanco norte. Pero la catastrófica crisis económica que vive Líbano, que lleva meses sin gobierno, ha mermado mucho la popularidad de la milicia de Hasan Nasralah.
La escalada ha vuelto a evidenciar las divisiones dentro de la UE: la presidenta de la Comisión Europea, la alemana Ursula Von Der Leyen, se alineó incondicionalmente con Israel, y el comisario húngaro Olivier Varhelyi anunció unilateralmente que congelaba la ayuda de 691 millones de euros anuales, que es la principal fuente de financiación de la Autoridad Palestina. Pero por la presión de Irlanda, Luxemburgo y España, tuvo que dar marcha atrás. Asimismo Europa ha aumentado su dependencia energética de los países del Golfo y de Argelia para despegarse del gas ruso con la guerra de Ucrania. Los países europeos saben que la guerra impacta también en sus comunidades árabes y judías. Francia y Alemania han prohibido las manifestaciones en solidaridad con Palestina y, al mismo tiempo, han puesto bajo protección policial a las sinagogas. Y, además, la UE no quiere una nueva crisis de refugiados. Europa vuelve a estar dividida y paralizada.
La guerra en Oriente Próximo también resuena en la invasión rusa de Ucrania. Hasta ahora Israel navegaba entre su alianza con Estados Unidos y el apoyo a Zelenski, que tiene raíces judías, y sus buenas relaciones con la Rusia de Vladimir Putin, que controla el régimen de Bashar el Asad en la vecina Siria. No hay que olvidar que Al Asad le debe su supervivencia política. Putin denunció que el ataque de Israel a Gaza causará "un número absolutamente inaceptable de víctimas civiles". Un difícil equilibrio para el Kremlin que, para paliar el desgaste que le ha causado la invasión de Ucrania, se aproximó a Irán, que le proporciona, entre otras cosas, drones para sus ataques masivos y no quiere que uno de los pocos aliados que le quedan salga debilitado.
Una vez más se ha demostrado que para Estados Unidos el apoyo a Israel no es un tema de política exterior sino en realidad un asunto doméstico. Joe Biden ha aparcado sus diferencias con Netanyuahu para ofrecerle un apoyo incondicional, y ha hablado a las víctimas israelíes de los ataques de Hamás con mayor sensibilidad que su propio primer ministro. Washington ha enviado un portaaviones al Mediterráneo Oriental, otro hecho inédito. Ahora el ejército estadounidense tendrá que destinar energía y recursos a otra guerra, además de la de Ucrania. El objetivo estratégico de Biden se ha ido al garete: que Israel y Arabia Saudí, sus dos grandes aliados en la región, pudieran trabajar juntos para contrarrestar la influencia de Irán y el peso creciente de China en el Golf0. A un año de las elecciones presidenciales del 2024, Biden se alinea con Netanyahu y su gobierno de ultraderecha, que no se sabe si sobrevivirá a la reocupación de Gaza. No hay salida diplomática a la vista. Biden, que lideró la humillante retirada estadounidense de Afganistán, está ahora metido en dos guerras.
Pekín ha adoptado una posición equidistante en la crisis, similar a la que ha tenido con Ucrania. Pidió calma a todas las partes, defendió el diálogo y propuso una "solución" simple e idílica: un alto el fuego inmediato, que devuelva la "paz" y que palestinos e israelíes acepten vivir en dos estados, uno al lado del otro. En palabras del flamante ministro de Exteriores, Mao Ning, "contentar a las legítimas preocupaciones de todas las partes". Pekín vuelve a adoptar el rol de pacificador global, después de haberse apuntado el éxito, el pasado abril, del acercamiento entre Arabia Saudí e Irán.
El presidente brasileño, Luis Inácio Lula da Silva, condenó el ataque de Hamás y reclamó a Israel el fin del bloqueo y que abra un corredor humanitario para que los palestinos de Gaza puedan huir a Egipto. También pidió una reunión del Consejo de Seguridad de la ONU, y se ofreció para "intentar encontrar un camino para la paz".