Siria busca a los muertos engullidos en las prisiones del régimen
Un año después de la caída de Al Asad, cerca de 150.000 familias reclaman justicia, a la espera de encontrar a sus familiares desaparecidos en prisiones del régimen
DamascoCada foto olvidada en una pared, cada prenda apilada en celdas vacías, cada voz que repite el nombre de un desaparecido, recuerda que Siria sigue marcada por las ausencias. Un año después de la caída de Bashar el Asad, la liberación de las cárceles abrió un capítulo de esperanza, pero también dejó al descubierto la magnitud de los crímenes del régimen derrocado. La justicia, el reconocimiento y la reparación todavía parecen lejanos.
En los pasillos de la cárcel de Sednaya, símbolo del horror del régimen, Majda Abu Omar recorre las celdas con la mirada fija en las montañas de ropa que alguna vez habían pertenecido a los detenidos. Su esposo desapareció en el 2013 en Yarmouk y sus hijos también fueron víctimas de la represión. "Un año después, seguimos sin noticias de mi marido y de mis hijos –dice–. La injusticia y la tortura que vivimos han dejado secuelas profundas. Pedimos ayuda y justicia, no solo para sobrevivir, sino para que se reconozcan nuestras pérdidas y se cure las heridas que dejó el régimen".
Desde la oficina de la Asociación de Familias de César en Damasco, Fadi al Aber coordina esfuerzos para apoyar a las familias de los desaparecidos. "Capacitamos a las familias para afrontar la pérdida de sus hijos y hacerlas resilientes –explica–. Queremos que participen en la búsqueda y recuperación de restos, entendiendo que es un proceso largo. Nuestro objetivo es ayudarlos a pasar del luto a la motivación para reconstruir su vida y contribuir al país". La Asociación, nacida en Alemania en 2018 y ahora operativa en Siria tras la caída del régimen, se financia en gran parte con aportaciones de las propias familias.
La situación de los desaparecidos es alarmante. Según estimaciones de la Asociación Sednaya, podrían ser hasta 150.000 las personas que aún no se sabe dónde están, y sólo unas 1.500 han sido identificadas con certeza. "La mayoría de familias no saben si sus seres queridos están vivos o muertos", relata Diad Serreih, coordinador de esta ONG. "No hay registros, ni fotografías, ni cuerpos. Esta es una de las grandes tragedias de Siria", insiste. La investigación se complica por la dispersión de fosas comunes en torno a Damasco y la destrucción de archivos durante los años de represión.
Entre los escombros de Hajar el Aswad, Samar al Saad intenta reconstruir una rutina marcada por la ausencia de su hermano Usama, detenido en el 2013. "Lo más difícil es la espera y no saber dónde está", dice. Su familia perdió su casa y vive en condiciones precarias. Samar se ha unido como voluntaria a la Asociación de Familias de César para ayudar en la identificación de restos y darles un entierro digno. "Queremos que todo el mundo sepa que Usama no era un terrorista. Queremos limpiar su nombre y asegurar que su memoria sea respetada".
Mantener la esperanza en el recuerdo
El proceso de identificación es largo y requiere formación. Las asociaciones deben gestionar documentación, coordinar asistencia psicológica con organizaciones internacionales y asegurar que las familias puedan participar de forma segura en la identificación y recuperación de restos. Los voluntarios reciben capacitación como investigadores civiles y en gestión de pruebas, para no comprometer los restos cuando los equipos profesionales lleguen a lugares de hallazgo. "Es un paso pequeño, pero en la dirección correcta –explica Samar–. Se necesita tiempo y colaboración, pero hay que empezar".
A la espera de noticias, algunos mantienen viva la memoria a través de la narración cotidiana. Sawsan al-Aaraeh, madre de un hijo desaparecido, organiza encuentros semanales con otras familias en Damasco. "Nos apoyamos mutuo, compartimos recuerdos y lloramos juntas –explica–. Es la única manera de no perder la memoria de nuestros hijos. Cada historia que contamos es un acto de resistencia contra el olvido". Su voz se rompe al recordar: "Mi hijo pequeño tenía 19 años cuando le arrestaron. Cada vez que alguien menciona su nombre, siento que todavía está aquí con nosotros, y eso me da fuerza para seguir".
El contexto actual de Siria sigue siendo delicado. Entre escombros, archivos destruidos y miedo persistente, el país intenta afrontar su reto más duro: reconstruir la memoria, reconocer la verdad y ofrecer justicia a quien todavía espera. "Es un proceso que durará años, quizás entre cinco y diez", reconoce Hanan Halima, voluntaria de la Asociación Sednaya. "Pero cada paso, por pequeño que sea, es un avance hacia la dignidad de las familias y del país".
Mientras la ciudad intenta volver a la normalidad, los familiares de los desaparecidos viven entre recuerdos y escombros, entre cafés compartidos sobre colchones en el suelo y fotos enmarcadas en paredes vacías. La espera sigue, pero también lo hace la resistencia de quien se niega a olvidar.