"Tenemos más balas que alimentos": la revuelta en Colombia se refuerza
Después de una semana de protestas, miles de colombianos vuelven a la calle contra la pobreza y la violencia policial
Bogotà“¿Qué se siente al llenar estómagos vacíos con el frío de un fusil?", ha escrito Laura Sofía, estudiante de periodismo, en rojo sobre negro en su pancarta. “En este país, para comer tenemos más balas que alimentos”, justifica. Hace poco Noticias Caracol filtró la intención del gobierno colombiano de comprar 24 aviones militares por 4.500 millones de dólares, un tercio de lo que pretendía recaudar la reforma tributaria que desencadenó el Paro Nacional el 28 de abril.
El domingo el presidente de Colombia, Iván Duque, anunció que retiraba la reforma fiscal y el lunes dimitió el ministro de Hacienda que la había impulsado, Alberto Carrasquilla. Pero el Paro ya no va de esto solo, sino de la pobreza que afecta al 40% del país (según el DANE), de la corrupción generalizada que impide creer en el estado y de las personas que han muerto durante la primera semana de protestas: 24 según la Defensoría del Pueblo, 37 según la ONG Temblores.
La violencia represiva de la fuerza pública ha provocado miedo, pero también indignación. Solo en la capital colombiana se contaban decenas de convocatorias. La principal, en el Parque Nacional en dirección al norte por la Carrera Séptima. Lo llenan mensajes como “Uribe, Duque, paren la masacre”, “Mamá, si no vuelvo a casa me ha matado el estado”.
A la altura de la intersección con Calle 60, Pablo, estudiante de sociología, explica: “Colombia está en guerra desde que se formó, pero nos hemos dividido en zonas verdes y rojas. La mayoría de territorio urbano, como Bogotá, son burbujas artificiales que el gobierno y los medios utilizan para vender una falsa paz social”. Por eso, que el conflicto explote aquí, en la ciudad, y que se visibilice tanto la agresividad de la represión deslegitima todavía más al gobierno, opina.
María Fernanda, amiga de Pablo, se queja de la cobertura de los medios de comunicación “tradicionales”, centrada en el coste de los actos vandálicos y en el fomento del pánico. Hace poco los informativos de la televisión Radio Cadena Nacional (RCN) desencadenaron la indignación viral: hicieron pasar una manifestación en Cali, la ciudad más reprimida y militarizada del país, por una celebración por la retirada de la reforma tributaria. Como muchos jóvenes, María Fernanda sigue lo que pasa en otros puntos de la ciudad y del país a través de directos en páginas de Instagram. Pero coincide con un cartel pegado en una fachada de la Carrera Séptima: “No llores en las redes lo que no luchas en las calles”.
“Tenemos que salir a la calle, a pesar de todo”, se reafirma Queraldín Gil, vestida todavía con el uniforme azul del hospital. “La pandemia paró el movimiento del 2019 y ha empeorado dramáticamente la situación económica de mucha gente, no puede ser el motivo para quedarnos en casa. Además, todo va relacionado, en este país si no tienes recursos no tienes sanidad”, sentencia parada en un extremo del Parque de los Hippies.
Vendedores ambulantes venden pañuelos con estampados de “Yo apoyo el Paro” y banderas de Colombia a cinco mil pesos, poco más de un euro. Cuatro chicas escriben “Resistimos” en el suelo en amarillo, azul y rojo. “La bandera es el único símbolo que nos une y que pertenece al pueblo. Es una manera de decir que estamos aquí por todos”, explica Natalia, estudiante de ingeniería industrial. “Mi padre nos ha llevado hoy en coche, pero tenía mucho miedo de que dieran la orden de dispararnos”, comenta su amiga Daniela.
Un grafiti ocupa el centro de la plaza: es un mapa del país con aspecto de queso, devorado por roedores de ojos rojos. El título de la obra: Gobierno de ratas. Lo pintaron hace una semana y cada día una decena de artistas urbanos lo restauran de los daños causados por la lluvia cotidiana. La misma lluvia que hacia la una del mediodía obliga a interrumpir el recorrido.
En lugar de esparcirse, los presentes encuentran refugio bajo el techo de una gasolinera, que se convierte en una fiesta animada por tambores y trompetas. Suena la cumbia Colombia patria querida, imprescindibles como el Bella ciao y cánticos contra el gobierno: “Uribe, paraco hijodeputa”, “Que lo vengan a ver, que lo vengan a ver, esto no es un gobierno, son los paracos en el poder” o “Parar para avanzar, viva el Paro Nacional”.
Para de llover y se retoma el paso. Miles de personas llegan al monumento de Los Héroes, presidido por una estatua de Simón Bolívar, que hoy lleva una bandera nacional en el cuello. Cae la noche y la policía reprime la manifestación con gases lacrimógenos y granadas explosivas.
El gobierno de Duque y el expresidente Álvaro Uribe justifican la militarización del país y la represión de las protestas por la supuesta presencia de las guerrillas. Un discurso que alimenta la potencial intervención de grupos paramilitares. “La derecha siempre utiliza las guerrillas para criminalizar las protestas y fomentar el miedo”, dice Santiago Pachón, un realizador audiovisual de 25 años, mientras se marcha de la manifestación.
Sindicatos, oposición y organizaciones sociales han rechazado la propuesta de Duque de “iniciar un diálogo nacional” hasta que se desmilitarice el país. Sin una fecha fija para finalizar las protestas y ante la incertidumbre de qué nivel puede lograr la represión del Estado, de momento la ONG Temblores registra 37 muertos, 831 detenciones arbitrarias, 22 víctimas de agresiones a los ojos y 10 víctimas de violencia sexual ejercida por la fuerza pública.