Rusia, sin libertad de prensa
El régimen de Putin ha suspendido la publicación de Novaya Gazeta días después de silenciar la emisora de radio Ekho Moskvi y pasadas pocas semanas de la ilegalización de la asociación cívica Memorial. Eran los tres grandes reductos de libertad que quedaban en la Rusia de Putin. Al Kremlin le da igual que el director de Novaya Gazeta sea el Premio Nobel de Paz Dmitri Muràtov o que lo fuera Andréi Sájarov, el fundador de Memorial. Novaya Gazeta había salido adelante con el recuerdo doloroso del asesinato, en octubre de 2006, de la reportera Anna Politkóvskaya, y ahora cierra teniendo que recoger la muerte de la colaboradora y redactora de The Insider Oksana Baulina en un bombardeo en Kiev.
La memoria me lleva a la austera redacción de Novaya Gazeta mientras entrevistaba al periodista –y militar retirado— Viacheslav Ismailov, considerado el sucesor y heredero de Anna Politkóvskaya. Ismailov no se sacaba de la cabeza los crímenes perpetrados sistemáticamente en una Chechenia devastada que Putin exhibía como una victoria. Pero a Viacheslav Ismailov todavía lo horrorizaba más la ignorancia, la resignación y la indiferencia con la que tantos ciudadanos rusos asistían como espectadores a aquel descalabro. Hacía pocos días que la policía política, el FSB, heredero de la KGB, había sido autorizada por sentencia judicial a utilizar las denuncias anónimas para perseguir supuestos delitos. Y el militar y periodista Ismailov habló claro: “Aparentemente, los rusos hemos elegido tranquilidad y orden a cambio de ceder libertad. Pero hemos perdido las libertades y no hemos ganado seguridad. Si en tiempo de Yeltsin se robaban millones, ahora se roban miles de millones. Es una estabilidad aparente. Durante el mandato de Gorbachov, estábamos más al lado de la democracia que ahora”.
El miedo de Vitaly Korotich
Y tanto. Durante los primeros tiempos de la perestroika, una vez superada la Conferencia Federal del PCUS de 1988 y las elecciones casi constituyentes de 1989, algunos medios de comunicación –todos eran de titularidad pública— elaboraron sus propios estatutos y empezaron a funcionar como los medios de las sociedades democráticas y abiertas. Recuerdo la entrevista al director de la revista Ogoniok, Vitaly Korotich, que llegaría a ser diputado del primer grupo parlamentario opositor. Korotich no me escondió que tenía miedo. Miedo a que el experimento democrático fracasara y Rusia se deslizara hacia la miseria material e intelectual. El fracaso temido por Korotich hizo efímera la libertad, se llevó la independencia de Ogoniok e impuso la presencia de medios de comunicación aparentemente libres y estilosos como por ejemplo el diario Kommersant, que empezó en manos del oligarca Borís Berezovski y acabó, a través de Gazprom, en la órbita de Vladímir Putin. Y es así como Putin empezó a diseñar la arquitectura comunicativa de su régimen, que culminaría con aparatos de propaganda como la cadena RT y la agencia Sputnik, mientras, paralelamente, eran abatidos los comunicadores “traidores” y “enemigos”. En 2007, siete años después de haber llegado Putin al poder, habían asesinado a catorce periodistas y la cifra iría subiendo hasta emerger un dato que da pavor: entre 1992 y 2018 fueron abatidos cincuenta y ocho periodistas. A Yuri Shchekochikhin, periodista de Nezavisimaya Gazeta, lo envenenaron a punto de salir hacia EE.UU. para declarar sobre las tramas mafiosas. Shchekochikhin me había explicado de viva voz que “el 80% del negocio bancario es mafioso”.
El asalto a 'Novoye Vremia'
Alexandr Pumpianski, empresario y director de Novoye Vremia –una cabecera histórica de información internacional— no cayó abatido a disparos ni fue envenenado, pero le quitaron su revista a golpes. Era en 2003. Pumpianski es sometido a todo tipo de presiones por parte de los propietarios del edificio donde estaba Novoye Vremia exigiéndole que se marche con el argumento de hacer reformas y contratar nuevos negocios. Pumpianski se huele el zarpazo del Kremlin e informa a los medios internacionales solidarios, que acaban interpelando Puin sobre la cuestión: “¿Qué pasa en Novoye Vremia?”, le preguntan. Y Putin responde que “La libertad de prensa nunca ha existido en Rusia”. Todo un aviso. Continuaron las intimidaciones a Pumpianski y a sus periodistas hasta que en febrero de 2004, tres semanas antes de las elecciones presidenciales, un grupo violento asalta la redacción de Novoye Vremia y trincha ordenadores, archivos, maquinaria, mobiliario e incluso el parqué del suelo. Eran los clásicos métodos de la KGB. Pumpianski tuvo que cambiar de local y de aplazar la publicación de Novoye Vremia y tragarse, a la vez, que los que la trincharon eran los herederos de los que le habían destrozado la vida en 1976, cuando siendo corresponsal en Nueva York del Komsomólskaya Pravda tuvo que marcharse a Moscú deprisa y corriendo, destituido, amenazado y acusado por la KGB de ser un periodista burgués y antisoviético.