“Sabemos que ir a Ucrania es una locura, pero tenemos que ir a buscar a nuestra hija"

Una pareja de Sabadell que recurrió a la gestación subrogada viaja al país en guerra para recoger a la criatura

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Eva y Agustín, haciendo cola a la estación de Przemysl para subir al tren en dirección a Ucrania

Enviada especial a Przemysl (Polonia)Hacen cola en la estación de la ciudad polaca de Przemysl, a tan solo unos diez kilómetros de la frontera ucraniana, para coger un tren que los lleve a un lugar que pocos querrían ir ahora: Ucrania. A simple vista parecen una pareja normal y corriente. Por eso llama la atención que estén allí, entre decenas de refugiados y personajes peculiares que pretenden ir a la guerra.

Ella lleva una maleta de mano, de aquellas que se pueden subir a la cabina de los aviones, y una pequeña mochila a punto de reventar, en la que no cabe nada más. Se llama Eva Casbas, tiene 41 años, es de Sabadell y peluquera de profesión. Él carga con otra maleta, también de pequeñas dimensiones. Es Agustín Bianchi, argentino-italiano, de 39 años, y trabaja en el departamento de recursos humanos de una empresa. Cuando se les pregunta por qué demonios van a Ucrania, a Eva se le saltan las lágrimas y casi no puede responder: “Vamos a buscar a nuestra hija”, aseguran.

Eva y Agustín dicen que siempre desearon ser padres pero, por más que lo intentaron, ella nunca se quedó embarazada. Entonces recurrieron a la fecundación in vitro pero, cuando estaban en medio del proceso, a Eva le detectaron un cáncer de mama. Una enfermedad que ya había matado a su madre cuando ella tan solo tenía 6 años, a su abuela materna y a dos de sus tías. Todas tenían algo en común: una mutación genética. Por eso los médicos optaron por una solución radical: extirparon los dos pechos y los ovarios a Eva.

Durante el proceso de fecundación in vitro, Eva y Agustín habían conseguido tres embriones que no estaban afectados por la mutación genética. El problema es que, tras el cáncer y las operaciones a las que sometieron a Eva, no se los podían implantar en su útero. Así que recurrieron a la única opción que consideraban que tenían: la gestación subrogada. Es decir, implantar los embriones en el útero de otra mujer. Para ello contrataron los servicios de la agencia Gestlife, que tiene sede en Barcelona. “Escogimos esta empresa porque es la que da un trato más digno a la gestante”, asegura la pareja. Según dicen, la mujer ha cobrado 21.000 euros. Por su parte, ellos tuvieron que abonar a la agencia 65.000.

Eva y Agustín ya viajaron en noviembre a Kiev, la capital ucraniana, para conocer a la mujer a quien habían implantado sus embriones: Yana, una ucraniana de 30 años, casada y madre de dos hijas. “Necesitaba dinero para reformar su casa, por eso lo hizo”, detallan. Este marzo tenían previsto regresar de nuevo a Ucrania a buscar a la criatura, pero lo que nunca imaginaron es que lo tendrían que hacer en medio de una guerra.

“Sabemos que es una locura, pero no tenemos otra opción”, afirma Eva, que reconoce que le da miedo y respeto. “Ver una guerra por la televisión cuando estás calentito en casa es una cosa, pero verla en directo es otra”, murmulla. A pesar de eso, no se le oye una queja: en la estación de Przemysl tienen que esperar cinco horas a la intemperie para coger el tren en dirección a Ucrania y hace un frío que pela. Agustín aprovecha para hacer gestiones sentado en el suelo con un ordenador portátil. La gestación subrogada es legal en Ucrania, pero sin duda el papeleo se complica en tiempos de guerra.

Yana dio a luz a una niña el pasado 8 de marzo, el Día de la Mujer, en la provincia de Kirovogrado, en el centro de Ucrania, a pesar de que estaba previsto que lo hiciera en Kiev, pero se vio obligada a huir de la capital a causa de los bombardeos. La niña se llama Olivia y pesó 2,860 kilos. Según Eva, el nombre significa “la que protege la paz”, aunque haya nacido en tiempos tan convulsos.

“Un saco y dos monos de abrigo, pañales, biberones, leche materna, paracetamol líquido, vitamina D…”, enumera Eva algunas de las cosas que lleva en la maleta para la criatura. Ha cogido todo lo que ha creído que podía necesitar en un país en guerra y que podía meter en un espacio tan reducido, dice. En el momento de subir al tren, hay empujones y nervios porque son decenas las personas que pretenden acceder al convoy y hace demasiadas horas que esperan. La pareja tiene previsto encontrarse con Yana en la ciudad de Lviv, en el oeste de Ucrania, a unos noventa kilómetros de la frontera. Para ello cuentan con el apoyo del gobierno de Argentina, que se ha coordinado con la delegación diplomática del Brasil en Ucrania para que los reciba en esa ciudad y les ofrezca alojamiento.

Dos días y tres noches en la ciudad de Lviv

Eva y Agustín pasaron en Lviv dos días y tres noches, pero nunca vieron ni a Yana ni a Olivia. “Rabia, enojo, decepción, miedo”. Eso es lo que sintieron, explica Agustín por teléfono desde Varsovia, la capital de Polonia. “Todos los días teníamos que bajar al refugio cada vez que sonaban la sirenas antiaéreas: a la una de la madrugada, a las tres, a la hora que fuera”, sigue relatando.

Finalmente la agencia de gestación subrogada les informó que Yana había huido a Polonia con Olivia, sus dos hijas y el marido. No pretendía llevarse a la niña, solo salvar a su marido de la guerra. Los hombres de entre 18 y 60 años tienen prohibido salir de Ucrania porque han sido llamados a filas, a excepción de los que tienen una discapacidad o son padres de tres o más hijos. Por eso Yana cruzó la frontera con Olivia y sus dos hijas, para que su marido también pudiera salir del país.

Eva y Agustín emocionados en el momento en el que se encontraron con Olivia en Varsovia.

Eva y Agustín finalmente se reunieron con Olivia este martes en Varsovia. El encuentro no pudo ser más emotivo. Admiten que el hecho de que Yana haya salido de Ucrania con la niña sin hacer el papeleo pertinente les complica su registro, pero confían que lo podrán solucionar en los próximos días. También dicen que la mujer había empezado a encariñarse de la niña. En circunstancias normales, ni la habría visto tras el parto y, sin embargo, la cuidó durante 14 días. “Le hemos dicho que venga a verla cuando quiera. Es la solución más humana”, aseguran.

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