Crisis climática

El vertedero (de ropa que ya no utilizas) que se ve desde el espacio

El rechazo textil se acumula en los países del Sur Global y contamina el planeta

Roba a los vertederos del desierto de Atacama
Montse Gironès
05/12/2023
4 min

BarcelonaEn el desierto de Atacama, en Chile, cerca de la localidad de Alto Hospicio, se acumulan más de 126.000 millones de toneladas de ropa y residuos. Tanta es la magnitud de las pilas que un satélite las captó desde el espacio y la imagen recorrió el mundo. Un 40% de los productos textiles que llegan a Chile atraviesan la zona libre de tasas de la provincia chilena de Iquique, en el norte del desierto, y se venden en los mercados de segunda mano. La ropa que no logra encontrar comprador en estos mercados acaba quemada –pues es una buena fuente de combustible– o vertida en el desierto. La ropa de bajo coste que se exporta desde los países del norte hacia los del sur sale muy cara: su impacto ecológico contamina al planeta.

Nada se entiende sin la fast fashion, el modelo de moda rápida que impera cada vez más en el mapa global. Según esta dinámica, la producción de ropa de baja calidad a bajo coste implica la necesidad de renovar constantemente el armario. La Agencia Europea del Medio Ambiente lo ilustra con datos: una prenda de bajo coste se utiliza siete u ocho veces antes de tirarla. Es un modelo lineal que no contempla qué hacer con el exceso de producción; por tanto, se convierte en rechazo.

En 2021, la Unión Europea envió más de 112 millones de prendas de segunda mano a Kenia. En el país africano es tan habitual la acumulación de ropa que incluso tienen una palabra para referirse a ella: fagia, ropa basura. En la ciudad de Accra, en Ghana, también tienen una expresión especial: obroni wawu, “ropa de hombre blanco muerto”. Cada semana, el país compra 15.000 prendas de segunda mano y en 2021 se convirtió en el principal importador mundial. El suburbio de Old Fadama es la parte más afectada de Accra, donde el vertedero eclipsa la vida de sus habitantes. El gobierno está ciego a los problemas ya existentes del suburbio y aún más a la acumulación de residuos. Pero no es la única parte de la ciudad. El río Korle Lagoon está completamente contaminado y la población no puede ni acercarse. La situación empeora cuando hay lluvias torrenciales y el río se desborda, como explica Matilda Lartey. Ella es la creadora de Matilda Flow Inclusion Foundation (MFI). "Nos encargamos nosotros de ponerle una solución y decidimos reciclar la ropa que llegaba a Accra", explica Lartey. La misión del equipo es recoger las prendas que están destinadas a terminar en el vertedero y crear nuevos diseños a partir de las prendas. Emplean a mujeres excluidas del mundo laboral ya personas discapacitadas. "El vertedero se ha convertido en un peligro para nosotros y nuestra salud". Al preguntarle si el gobierno había hecho algo al respecto o si había apoyado a la fundación, Lartey responde rotundamente: "En absoluto".

Lo mismo ocurre en Chile. Rosario Hevia, propietaria de Ecocitex, una empresa que desempeña un papel similar al de la fundación MFI, denuncia que las instituciones no quieren destinar dinero a solucionar el problema de los residuos textiles, aunque haya iniciativas como la suya. "La respuesta es políticamente correcta: "Lamentablemente, no hay presupuesto para ello"", denuncia Hevia. El negocio no les sale rentable, pero siguen trabajando con las donaciones que reciben para mejorar la situación de la comunidad cerca del vertedero.

Primeras leyes sobre el rechazo textil

Según Enric Carreras del Instituto de Industria Textil de la UPC de Terrassa, el caso de los vertederos masivos de Ghana, Atacama o Kenia son casos muy concretos, y "no significa que todo vaya hacia esos puntos". El experto describe la situación como "una mala gestión" de los países en cuestión, aunque admite que las exportaciones en el Sur Global suelen ser la vía para ahorrar costes de las empresas occidentales.

Aunque el reciclaje mecánico -lo que reaprovecha la ropa- "se ha hecho toda la vida", es económicamente costoso para las empresas y los países, aclara Clara Mallart, experta en sostenibilidad y economía circular del sector textil. Según la fundación de economía circular Ellen McArthur, menos de un 1% de los productos textiles mundiales se recicla en nuevos productos. Y es que reciclar el poliéster (el tejido más común en la ropa de bajo coste) o utilizar materiales naturales es mucho más caro que fabricar piezas nuevas.

Entre el 60 y el 70% de los productos textiles están producidos con este material derivado del plástico, pero también con nylon. Mallart explica que la ropa de hoy en día "no está diseñada para que pueda ser rediseñada y para recircular, al igual que el sistema", pero cada vez se desarrollan más tecnologías para ayudar al reciclaje de los residuos textiles, tales como máquinas para clasificar las prendas según la fibra.

El rechazo textil nunca ha sido regulado y por primera vez la Unión Europea promueve ahora políticas para abordar este problema. En 2025, el panorama empezará a cambiar por leyes como la de la responsabilidad ampliada del productor (RAP). Esta ley se enmarca dentro de la estrategia de la UE para los textiles sostenibles y circulares con el objetivo de acelerar el desarrollo de la recogida separada, clasificación y reciclaje de los productos de la UE. La RAP, que debe hacerse cumplir el 31 de diciembre de 2024, quiere hacer responsables a los productores desde la fabricación hasta el final de vida del producto. "Quien contamina paga", explica Mallart. Exigirá la recogida separada de los residuos textiles por parte de las empresas y entidades locales. Empresas como Inditex, Decathlon, Ikea o Mango ya se han agrupado en la Asociación para la Gestión del Residuo Textil, para gestionar los residuos que se crean en el mercado español. Otra iniciativa sería la creación del Pasaporte Digital de Productos, en el que las marcas tendrán que recopilar y compartir los datos de todo el ciclo de vida de un producto.

Tanto Mallart como Carreras afirman que son buenas iniciativas y que en los próximos diez años habrá cambios notables, pero que todavía hay un largo camino por recorrer. Habrá que ver quién tendrá la responsabilidad final de controlar, sobre todo, qué ropa se importa y cuál se exporta a los países del sur, que ya están al límite.

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