Carles Llop: "El mundo urbano debe entender que el campo no es sólo un lugar para descansar"
Arquitecto
LleidaEl doctor en arquitectura Carles Llop (Lleida, 1958) es la representación humana de la reivindicada fusión entre campo y ciudad. Es miembro del departamento de Urbanismo de la Universidad Politécnica de Barcelona (que dirigió durante siete años) y, junto con los arquitectos Sebastià Jornet y Joan Enric Pastor, ha sido multipremiado por numerosos planes de transformación urbana (como la del barrio de la Mina de Sant Adrià de Besòs). Pero, al mismo tiempo, también ha sido responsable de trabajos de ordenación territorial y de un gran número de proyectos de intervención en el paisaje. Su última acción ha sido la edición de un libro colectivo de la Fundación Privada Horitzons 2050 bajo el título ¡Movilémonos! ¡Mundo rural! Nuevas ruralidades para los territorios históricos (Editorial Fonoll).
Este título, que es el deun seminario celebrado hace dos años, me suena a llamada agónica.
El título es el de un manifiesto y, como tal, pretende que las cosas sean como creemos que deben ser.
Pues parece la reivindicación de una nueva ruralidad no alcanzada.
Es un manifiesto no buenista, sino optimista, que quiere colaborar con los grandes héroes y patriotas que son quienes cuidan el territorio, quienes viven en él. Pero también es un llamamiento a todo el mundo, una invitación a disolver la diferencia atávica entre mundo rural y mundo urbano, a favor de la idea de ciudad mosaico.
¿Qué es esto de la ciudad mosaico?
Seamos de la ciudad, seamos del campo, vivimos en un territorio compartido y cada vez necesitamos más el intercambio. Como decía la arqueóloga Carme Miró, no debemos olvidar que cuando rascamos el suelo de Barcelona ciudad sale viña de la época romana. El sustrato rural siempre está presente en las ciudades.
Pero el uso de la admiración en el título me hace pensar que ya llegamos tarde.
Las transformaciones territoriales nunca se pueden programar a pocos años vista. Son más bien carreras de fondo. Nunca es tarde para hacer algo. Somos lo que somos y en el momento en que vivimos. Por tanto, la contemporaneidad no debe tener la nostalgia de la cosa perdida.
¿Cuáles son las prioridades?
Es evidente que los territorios más vulnerables están a menudo en las mismas ciudades, en las periferias, donde la pobreza y la precariedad energética y social se manifiesta. Pero esto también ocurre en el llamado mundo rural. Como el hecho de que existan muchos municipios de menos de 500 habitantes que continúen con déficits básicos, no tengan una digitalización global o presenten graves problemas de acceso a la vivienda.
¿Tenemos, pues, una realidad demográfica desequilibrada? ¿Es realmente Barcelona una capital demasiado grande para un país tan pequeño?
El desequilibrio en la distribución de los habitantes en Cataluña es un mantra que se repite muchísimo. La densidad de población es un factor importante pero no determinante.
Ah, ¿no?
La renta económica, la capacidad de acceso a los servicios de salud, cultura… La capacidad de tener cerca, en distancia y tiempo, los servicios básicos, como la escuela y el intercambio cultural, es tan importante o más que el nivel de densidad de población. El acceso a la movilidad, tanto de personas como de transporte, de bienes y servicios, de información y conocimiento, de alteridad, de cultura y también de las posibilidades de acceso a los flujos metabólicos, a la calidad de vida dada por la calidad del aire, el agua y la gestión del suelo… Todos son derechos cada vez más extremos.
¿La dicotomía ciudad-campo todavía existe?
Desafortunadamente, sí. Existe un gran desconocimiento de los territorios interiores. Han perdido su ADN, su secuencia histórica identitaria. Es necesario regenerar el mundo rural.
¿En qué sentido?
Los valores agroganaderos y agroforestales son desconocidos o tratados con cierta nostalgia e incluso exotismo. Estos valores deben seguir siendo vivos. La ruralidad debe seguir siendo de producción agraria, ganadera y forestal. Pero para ello debemos contar con las ciudades, con la gente del mundo urbano, debemos hacer que haya intercambio. No pueden ir al campo sólo a tener unos días de descanso, sino que es necesario propiciar el trabajo.
¿Cómo se hace?
Pues financiando y compensando aquellas actividades que no son, desde el punto de vista económico, tan rentables como en las economías de aglomeración de la ciudad.
Financiarlas desde la ciudad, claro.
El pensamiento, la economía, las fuerzas decisorias o los poderes se encuentran a menudo en la ciudad. Y esto a veces provoca una reacción adversa de la gente del territorio. "¿Qué deben venir a decirnos la gente de fuera?". Recuerdo aquella expresión clásica del Pallars que dice "nunca buen tronco agua amont". Viene de esa reticencia a entender que los recién llegados también son importantes. Debemos vivir conjuntamente, compartiendo, mundo rural y mundo urbano.
Tengo la sensación de que hay lecciones poco aprovechadas de la historia más reciente, como la pandemia y el último gran apagón eléctrico, que nos han subrayado la necesidad de equilibrar el territorio. ¿No aprendemos?
Yo lo formularia diferente. No debemos olvidar todos aquellos accidentes que de algún modo nos hacen aprender que se puede vivir de otra forma. No podemos bajar la guardia y, por eso, necesitamos mucha militancia y trabajo.
¿En qué acciones piensa?
Hay que animar fundamentalmente a la juventud a quedarse en el mundo rural sin despegarse del urbano. Es necesaria una cohabitación entre los lugares de origen y las ciudades. Vivimos en términos contemporáneos de geometría variable. El valor del territorio no es nacer, vivir y morir en un sitio. De alguna manera, debe tenerse la capacidad de convivir, según las necesidades, el momento de la vida, en diferentes ámbitos del territorio.
¿Puede esta movilidad conllevar el peligro de que solo la puedan asumir las clases más acomodadas? ¿Puede ocurrir que las nuevas ruralidades sean elitistas?
Sí. Existe ese peligro. Si prestigiamos mucho el mundo rural desde un apetito elitista, en el fondo lo que estamos perdiendo es la posibilidad de la equidad y de la sociabilidad tanto en el mundo rural como en el mundo urbano. Debe favorecerse la libertad, pero también el derecho a que la accesibilidad sea universal.
Y, de nuevo, ¿cómo?
Un ejemplo. Si el tren interior, el de la línea de Manresa, fuera mucho más moderno, si de Igualada llegáramos rápidamente a Mollerussa, vertebraríamos el territorio, reduciríamos distancias y ampliaríamos radios de acción.
¿Y?
La vertebración del territorio permite que exista una libertad universal, colectiva, amplia, comunitaria, más allá de un favorecimiento de las élites. De la misma forma que tenemos ley de barrios, podemos tener ley de micropueblos. Hay ayudas específicas para vivir en los pueblos para que el problema de la vivienda desaparezca.
Podemos entender que usted, un arquitecto de urbanismo preocupado por las nuevas ruralidades, es el ejemplo de que este nuevo mundo es posible.
En el Grupo de Investigación de la UPC estamos trabajando mucho para que los departamentos de urbanismo, que tradicionalmente estaban sólo interesados en el desarrollo y el crecimiento, se interesen ahora más por esta mutualización campo-ciudad. Y en esta línea trabajamos desde la academia y, por tanto, investigando, analizando, estudiando, pero también difundiendo de una forma u otra.