El caso Mario Biondo, un chicle estirado para hacer caja
El documental de Netflix sobre la muerte de Mario Biondo es también la crónica de un despropósito periodístico. Vaya de antemano que la familia tiene todo el derecho a escudriñar hasta el más mínimo detalle si no está de acuerdo con la tesis oficial del suicidio probablemente involuntario por autoasfixia. Pero las televisiones, y algunos digitales, han amplificado irresponsablemente tesis alternativas –dándolas a menudo como probadas– que eran tan solo conjeturas voluntariosas. Todo apunta a que su ánimo no era descubrir la verdad, sino ordeñar el morbo de un caso escabroso para hacer hervir las audiencias. Especialmente lamentable es el papelón de Mediaset, que abordó el caso con el amarillismo habitual cuando la viuda de Biondo, la presentadora Raquel Sánchez Silva, abandonó la cadena en favor de RTVE. La frase “Solo queremos saber la verdad”, explotada por los ordeñadores del asunto, parece revestida de inocencia, pero es un arma afilada que demasiadas veces sirve para lanzar al ventilador teorías conspirativas. Se lo podemos preguntar a Pedro J. Ramírez, respecto a las informaciones sobre el 11-M y ETA, por ejemplo. O a Iker Jiménez y su perpetuo yo-solo-pregunto para dar cabida a las historias más pintorescas. El uso de expertos sin explicitar si cobran de la familia es también lamentable: es obvio que, si trabajan para una parte, esconderán los datos que contradicen la tesis para la que han sido contratados. Poner al mismo nivel a quien opina interesadamente a partir de unas fotografías y a los forenses que examinaron el cuerpo no tiene ni pies ni cabeza.
El caso Alcàsser, Nevenka, Biondo... Abundan los documentales recientes que se atreven hacer crítica de los medios, pero tan solo a toro pasado. Como yo no sé ver ningún cambio estructural en la praxis del duopolio televisivo español a la hora de abordar estos asuntos, me imagino que la mirada reprobatoria acabará llegando, pero aproximadamente en 2038 o 2043.