Esta semana se acababa el Soc i seré, el concurso de catalanidad de TV3 presentado por Àngel Llàcer. El formato ha sido efectivo para la cadena a nivel de audiencia. Ha conectado con los espectadores y proporcionado un entretenimiento digno. Las pruebas resultaron irregulares y, en algunos casos, el montaje parecía salvar dificultades y errores de planteamiento. Narrativamente, ha potenciado el espíritu de comunidad más allá de la lucha individual por la victoria final.
Si bien desde el primer día el formato ya ha apostado por la vertiente sentimentaloide, el último día el espectáculo se les pasó de rosca. La última emisión empezaba con Llàcer sentado en una mesa con los cinco finalistas. Se forzaba un ambiente de tensión y complicidad en este último tramo del juego. Solo tuvieron que pasar tres minutos para que al presentador ya se le quebrase la voz apelando a su momento vital y al valor del programa a escala personal. De fondo, una melodía lacrimógena incrementaba de forma postiza la intensidad emocional del momento. Con una afectación sobreactuada y pausas dramáticas, soltaba un discurso que recurría a tópicos demagógicos de lagrimita: "Lo que hace que Catalunya sea un lugar increíble es eso: su gente". Se deshacía en elogios a los participantes y lo llevaba al terreno del yo: "Me habéis divertido, me habéis hecho aprender y me habéis emocionado. [...] Estoy muy contento de haber vuelto y os agradezco mucho todo lo que habéis hecho, de corazón, porque el Soc i seré es lo que es gracias a vosotros", decía al límite del llanto. Soplaba y miraba hacia arriba para intentar contenerse. Una interpretación que buscaba a la desesperada el dramatismo. Este recurso televisivo no es nuevo. Llàcer lo ha puesto en práctica también en las últimas emisiones de programas anteriores como El llop o La puntual.
El actor y presentador iba dedicando tiempo a cada uno de los participantes y llevándolo al terreno del vínculo afectivo. Todo lo que servía para describir el talante de cada concursante revertía en sí mismo. Y, a su vez, cada finalista describía con épica su experiencia en relación al resto de compañeros, con música de violines tristes. Almíbar en estado puro: "Hoy me gustaría mucho que brillaran los ojos de la gente que te quiere, tu familia, tus hijos, tu nieta, cuando te vean izar esta bandera". Una bandera que, efectivamente, el ganador izó con la victoria final. El exceso de celebridades invitadas para ver cómo se hacía un alioli servía para atribuir al momento final una relevancia simbólica, pero delataba esa inercia de inflar narrativamente el programa. Mientras Mariona Escoda cantaba el Rossinyol que vas a França, la bandera subía palo arriba, alternándose con imágenes ralentizadas y en blanco y negro. Una sobredosis de pornografía sentimental, al límite de la parodia, que televisivamente ya se ha demostrado eficaz para ablandar el corazón de la audiencia. Pero esta sobreexplotación de la emoción acaba por restar autenticidad al programa.