¿Criticar a periodistas es señalar a periodistas?

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Recibo una nota de la Asociación de Prensa de Madrid (APM) en la que critica a la secretaria general de Podemos, Ione Belarra, por haber dicho desde su tribuna del Congreso que “los intereses económicos y políticos” están detrás de “las mentiras que emiten” Ana Rosa Quintana, Pablo Motos, Susanna Griso y Antonio García Ferreras, a quien califica de “periodistas corruptos”. La entidad lo considera “señalamiento e insultos” y asegura, sin que aparentemente se le escape la risa, que “la sociedad española cuenta con medios suficientes para actuar cuando haya indicios de que se producen casos de corrupción”. Alguien debería confirmar, por favor, que Villarejo no ha sufrido un infarto de pura hilaridad.

El excomisario Villarejo en una imagen de archivo.

Es el típico caso en el que la polarización impide ver que unos y otros no lo están haciendo bien. Y el corporativismo hace lo demás. Belarra debería tener cuidado, porque la frontera entre criticar a periodistas que encuentra hostiles y la debilitación del papel fundamental de la prensa como control del poder es fina, finísima. Pero intentar hacer creer que los periodistas televisivos del duopolio son seres virginales desprovistos de agenda política resulta un insulto a la inteligencia. No son contrapoder, sino poder, y durísimo. El desprestigio que utilizan algunos políticos –cada vez más– con determinados medios es irresponsable, pero no veo cómo defender que los periodistas no podamos ser criticados, si nuestras informaciones y opiniones influyen en la conversación pública. Hay políticos, de múltiples partidos, que ejercen esta facultad de forma espuria y conviene identificarlos. Ahora bien, la libertad de expresión debe ser bidireccional. Proteger bajo una campana de vidrio a determinados comunicadores que acumulan un poder enorme para marcar la agenda informativa favorece la impunidad mediática. Y éste es un dolor de una gran prevalencia en España.

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