Un himno al amor pasado por agua
Los Juegos de París se ponen en marcha con una gala atrevida, con altibajos, que llenó el Sena de barcos bajo la lluvia
Enviado especial a ParísA la gente de París no les hace falta que nadie les diga que son el centro del mundo. Ellos se lo creen y con eso ya les basta. Y por unos días lo serán, con unos Juegos Olímpicos que se pusieron en marcha con una ceremonia inaugural muy diferente a otras, con un eterno desfile de barcos por el río Sena bajo la lluvia. A veces, no se trata sólo de ser admirado, se trata de que hablen de ti. Ahora, quizás silbaron algunas orejas, ya que el invento no acabó de funcionar. La gala acabó casi de madrugada con una constelación de estrellas formada por Rafa Nadal, Carl Lewis, Nadia Comăneci y Serena Williams paseando la llama en una barca con una mueca incómoda por culpa de la lluvia y entregándola a un montón de medallistas franceses. La llama la encendieron, en los juegos de la paridad, un hombre y una mujer: El judoka Teddy Riner y la atleta Marie-José Pérec. La llama, por cierto, iluminará todo el cielo de París, ya que el pebetero olímpico es un globo casi igual que el que se elevó al mismo lugar, en Les Tulleries, en 1783. Subió al cielo mientras cantaba Céline Dion, en el regreso de la canadiense, quien emocionó con una preciosa versión de una de las canciones más bonitas jamás escritas, el himno al amor de Édith Piaf. Un final hermoso en una gala desafinada.
La ceremonia, bajo un cielo de París que descargaba agua en lugar de besos, empezó con un toque de humor, con el actor Jamel Debbouze llegando con la llama al estadio de Saint-Denis, pensando que la fiesta estaba allí, como siempre se había hecho hasta ahora. Zinedine Zidane y unos niños le ayudaban a llevar la llama hasta el río Sena, por donde salieron todo tipo de barcas con las delegaciones encima. Algunas, como Bhutan o Vanuatu, iban solas sobre pequeñas barcas recreativas. Otros, como Canadá y China, compartían un barco gigante. España compartía bateau con Estonia en una imagen que parecía más de fin de curso escolar que de unos Juegos. Costaba entender por qué muchos estados acababan embutidos en unos barcos grandes y otros, como Gabón, solo en una barca que parecía de pescadores. La flota era más extraña que la que enviaron los británicos a Dunkerque en 1940 para salvar a soldados aliados.
Dirigentes bajo plásticos
El desfile náutico no acababa de funcionar en directo, puesto que buena parte de las personas presentes en el río no tenían cerca una de las 80 pantallas gigantes instaladas por el Ayuntamiento. Y si tenían una, les costaba ver qué pasaba, tapados como estaban con paraguas y todo tipo de plásticos. Las más de 600.000 personas que siguieron en directo la fiesta acabaron bien empapadas, excepto los afortunados que podían seguirla en el balcón de su casa con una botella de vino abierta. Y quienes habían pagado cientos de euros por tener una buena localización acabaron algo frustrados. El final del recorrido estaba en Trocadero, con vistas a la torre Eiffel, donde muchas autoridades también se mojaron, ya que sólo una parte estaba a cubierto. Nadie había previsto que podía llover, al parecer. El presidente del Comité Olímpico Español, Alejandro Blanco, acabó mojado y con cara de pocos amigos. El presidente de la República Italiana, Sergio Mattarella, de 83 años, saludaba a sus atletas con un plástico por encima del vestido. Cuando se conectó con el lejano Tahití, sede de las pruebas de surf, brillaba el sol, que iluminaba a los pocos deportistas que seguían la gala de lejos. Quizás ellos envidiaban a los que estaban en el Sena y disfrutaban de la villa olímpica. Pero miles de personas envidiaban el clima de Polinesia, seguro.
París quería ofrecer al mundo una gala distinta, y así fue. Y como suele ocurrir cuando alguien tiene ideas nuevas, pueden agradar o no. Quisieron ser rompedores. Pero por momentos pareció más un documental o un anuncio turístico de Francia que una ceremonia olímpica. La gala estaba llena de vídeos grabados en los que se unía presente y pasado, todo bien aderezado con nacionalismo. A los franceses les gusta sacar pecho, y seamos sinceros, pueden hacerlo, aunque no terminaran de encontrar la mejor forma de hacerlo. Los vídeos nos hablaron de moda, comida, Jules Verne, El Pequeño Príncipe, cine con los hermanos Lumière y mucha buena música, claro. De la Ópera a Édith Piaf, del hip-hop en el tecno. Se vieron muslos con los bailes del cancan y un homenaje al cabaret con actuación de Lady Gaga incluida versionando Mi truco en plumas de Zizi Jeanmaire, un clásico de los 60. Thomas Jolly, director artístico de todo ello, quería mostrar los contrastes de un país rico en cultura, tanto la que nace en las calles como la que se decide en los palacios. Lo consiguió, más o menos, en ese recorrido de seis kilómetros en el que había cientos de bailarines en cada puente bailando al ritmo de la coreógrafa de ceremonias Maud Le Pladec.
Los fallos en la realización y algún resbalón de los bailarines por culpa de la lluvia no ayudaron una gala que, por momentos, emocionó cuando era un himno al amor y una oda a la libertad. No fue una ceremonia apta para intolerantes y censores. En determinadas dictaduras, los responsables de la señal televisiva debieron cortar la mitad de las imágenes, ya que se vieron besos entre personas del mismo sexo, mucho color rosa y mucha pasión. Era como si París, ciudad en la que la extrema derecha no suele ganar, quisiera dejar claro de qué pasta está hecha. En un momento determinado se vivió una especie de Santa Cena burlesca, con plumas y purpurina. La gente de París aplaudió. Algunos visitantes, no. Esto es París, ¿no? Amor poético y amor carnal. Si alguien se ofendió, el problema era suyo. Algo bueno que tienen los parisinos es que poco les importa, si los critican. Ahora, las críticas estarán ahí, ya que la gala tenía demasiados cortes de ritmo. Y cortes de cabeza, ya que se rindió homenaje a la República Francesa, se cantaron pedazos del musical Los miserables y apareció una Maria Antonieta sin justo cuando actuaba Gojira, el grupo de heavy del País Vasco francés. La realización televisiva no mostró los diferentes monarcas presentes en el palco cerca de Emmanuel Macron, en ese momento.
La fiesta sirvió para dar el pistoletazo de salida a dos semanas en las que el deporte será finalmente protagonista, ya que en la fiesta del Sena se vio poco. Llegó a su fin, ya de noche, con imágenes en blanco y negro de Juegos del pasado, cuando los abanderados desfilaban bajo la torre Eiffel detrás de un personaje misterioso que llevaba la bandera olímpica. Fueron los momentos estéticamente más bellos, con juegos de luz y campeones del pasado. La primera ceremonia de apertura fuera de un estadio se hizo demasiado larga pese a las buenas intenciones, como, por ejemplo, ir espaciando la salida de los deportistas, ya que cada cuatro años se vive el mismo problema: afrontar el desfile eterno de 206 delegaciones. En esta ocasión, iban saliendo y la televisión las mostraba cuando tocaba, en distintos puntos del recorrido. También era una bonita idea querer abrir la fiesta en toda la ciudad, con más de 200.000 entradas gratuitas repartidas en los días anteriores, como si fuera una forma de cerrar la herida de aquellos atentados de hace unos años que no lograron que París dejara de ser una ciudad libre. Libre, sí, pero con clases, como siempre. Quien pagaba tenía las mejores entradas.
La lluvia no ayudó a hacerlo cómodo, como tampoco lo había sido llegar al Sena por culpa de las grandes medidas de seguridad en torno al recorrido, que iba del puente de Austerlitz, junto al Jardin des Plantes, pasando por delante de Notre-Dame, el Louvre, la Explanada de los Inválidos y el Grand Palais hasta llegar a Trocadero, donde fueron desembarcando los deportistas después de la excursión. Con un momento emotivo: los argelinos lanzaron flores al río para recordar a sus compatriotas asesinados por nacionalistas franceses en 1961, que lanzaron sus cuerpos al Sena. La delegación de Níger, ex colonia francesa ahora enfrentada con París, desfiló con sus deportistas haciendo un desafiante saludo nacional, mientras los israelíes hacían fiesta intentando ignorar muchos silbidos. La política siempre está ahí, cuando hay tantas banderas. Banderas que representan a atletas que ahora deben ser los protagonistas. Bajo paraguas, Thomas Bach y Emmanuel Macron declararon inaugurados los Juegos de la XXXIII Olimpiada. Los terceros de la historia en París. Que sea una fiesta, pues.