'Soy Georgina': lujo e insulsez en el 'docureality' de la compañera de Cristiano Ronaldo
La serie de Netflix ni siquiera resulta atractiva como supuesta inmersión en la vida privada de una famosa
'Soy Georgina'
Dirigida por Juampi Cofré para Netflix. En emisión en Netflix España
Cargarse Soy Georgina, el docureality protagonizado por Georgina Rodríguez, conocida sobre todo por ser la compañera sentimental del jugador de fútbol Cristiano Ronaldo, parece a priori demasiado fácil y evidente. Pero, una vez visto el producto, intentar defenderlo en algún aspecto se vuelve una misión imposible. Y eso que esta serie de Netflix podría resultar atractiva por al menos un par de razones. Como argumenta su impulsora, poco o nada sabemos de Rodríguez, más allá de su estatus de "pareja de". Así que nos encontrábamos ante la ocasión de que una mujer utilizara este formato para autorepresentarse como una persona con su atractivo y su relato propio con independencia del vínculo con un hombre famoso.
A favor de la protagonista, el hecho de que, como el jugador, es una chica que proviene de una familia humilde, en su caso crecida en Jaca, y, en buena parte, perdón por el tópico, hecha a ella misma. Georgina Rodríguez encarna este nuevo perfil de celebrity que se distancia de las famosas tradicionales tanto por su origen, nada que ver con las clases acomodadas, como por el estilo a través del cual denota su estatus. Los nuevo-ricos suelen ser objeto de desprecio no porque acumulen capital sino porque han dejado de ser pobres y están encantados de demostrarlo sin amoldarse a las estéticas de las élites clásicas. Desde su punto de vista, ejercer la austeridad o la discreción en la apariencia de forma voluntaria no deja de ser cosa de privilegiados de toda la vida. Así que Rodríguez no esconde su condición de millonaria. La serie de hecho es una puesta en escena de ella en constantes escenarios de lujo y exclusividad, desde la residencia en Turín y las boutiques de primeras marcas hasta los lugares de ocio y vacaciones. Pero este despliegue pornográfico de la opulencia se acaba convirtiendo en el único signo de identidad de Georgina Rodríguez, con todo lo que esto conlleva.
El papel que juega Cristiano Ronaldo en la serie también es para mojar pan. El futbolista no se deja ver interactuando con su pareja. Posiblemente porque a él no le interesaba en ningún caso convertirse en carne de docureality. Así que casi todas sus apariciones forman parte de una entrevista que ofrece de forma individual y donde va comentando la jugada a partir de todos los lugares comunes posibles. Pero queda clara la visión machista que tiene de la familia: considera que tiene que ser la madre quien cuide a los hijos, y, por otro lado, se niega a casarse con la mujer y pareja que ejerce esta función a pesar de que ella se muera de ganas.
Encima, la serie nos priva de lo más jugoso en un docureality de este tipo: que los famosos en cuestión nos permitan atisbar su vida privada, que no tengan manías en mostrarse en situaciones íntimas o incómodas. Las verdaderas influencers saben que este tipo de sobreexposición no perjudica sino que reafirma su estatus de famosas. Pero en Soy Georgina no hay espacio para la desmedida, no se genera ninguna situación digna de cotilleo ni se desvela ninguna vertiente de la protagonista de especial interés. Más que un docureality, Soy Georgina es una estrategia hipercalculada y aséptica de relaciones públicas al servicio de la protagonista, que debía de querer disponer de una plataforma de promoción como la de las Kardashian sin tener la gracia de ellas. Pero acabas con la sensación de que todo ello se le gira en contra porque las situaciones que protagoniza no solo resultan artificiosas, ese no sería el problema, sino tremendamente insulsas, e incluso de una inmensa vergüenza ajena cuando presentan a la protagonista como una reina de la caridad.