Grisú, la tragedia que desconocíamos

'Grisú, la tragedia de Fígols', el 'Sin ficción' del martes.
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El martes el Sin ficción nos descubría una tragedia que la mayoría de los espectadores ignorábamos. Sorprende por la dimensión del caso. Treinta trabajadores fallecieron en el Berguedà en el accidente más grave de la minería española de los últimos 75 años. Ocurrió dos semanas antes de que muriera Franco, y las negligencias en la seguridad de la mina condujeron a un silencio forzado.

Grisú, la tragedia de Fígols recupera el caso cincuenta años después y devuelve la voz a las víctimas. Aflora el dolor, los recuerdos y las imágenes que se habían guardado para la intimidad de las familias que lo sufrieron. La escena en la que participan las viudas y los hijos recordando el día de la desgracia es conmovedora y catártica. La puesta en escena en círculo, como en una sesión de terapia grupal, es acertadísima. La distribución del espacio pone a las víctimas en el centro, hablan entre ellas y comparten la aflicción, casi como un proceso ajeno al hecho televisivo. Corprende ver todavía la aflicción que hay detrás aunque haya pasado medio siglo. "Recuerdo la tristeza que había en casa", expresa emocionada la hija de una víctima mortal. No es sólo la ausencia del padre. Es el desconsuelo y la pena con la que se seguía viviendo después. Un duelo mal digerido. Más allá de la tragedia de ese 3 de noviembre de 1975, es el tormento que queda para siempre ante la injusticia y la impotencia. Y esto el documental lo refleja muy bien. Algunos de los testigos son entrevistados en medio de los escombros de esa antigua mina de grisú. El deterioro del espacio, ese lugar inhóspito, contribuye a potenciar este contexto emocional y el paso del tiempo.

Está muy bien la forma en que el documental, más que atribuirse el proceso de investigación, prefiere mostrar cómo las propias víctimas, los hijos de dos mineros que murieron en la tragedia, llevan a cabo la investigación. Esta "investigación amateur", hecha desde el corazón, potencia el valor de los hallazgos. El momento en el que recuperan la carta que escribió un trabajador de la mina al ministro de entonces advirtiéndole de la falta de seguridad de las instalaciones es uno de los grandes momentos del documental. Sin embargo, el guión fuerza un poco la idea del misterio sobre el origen del accidente que tampoco es tan desconocido. “Cincuenta años después no se saben las causas”, nos dicen, pero al principio uno de los testigos ya nos expone la teoría de que resultará más plausible: la concentración de gas grisú durante un largo fin de semana que estalla con una chispa eléctrica. A partir de la segunda mitad del documental, la narrativa está excesivamente dilatada y la historia se reitera.

Pero el documental es clave para contribuir a la memoria de país. Es importante que estas historias se conozcan. Y, además, permite resarcir a las víctimas, al menos emocionalmente. El hecho de que la televisión hable de su dolor y de la injusticia, de que exista un reconocimiento público de su desgracia, sirve para validar sus sentimientos y otorgar respeto y dignidad a los muertos. No ahorra la tristeza, pero da más paz para convivir con ella.

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