“Yo he estado cerca de las cloacas porque he olido la mierda que había”. La frase la pronuncia Francisco Nicolás Gómez Iglesias, conocido popularmente como el pequeño Nicolás. Es el chico que, en plena adolescencia, supo inmiscuirse en la estructura del Partido Popular como un simple ayudante y acabó convirtiéndose en un proporcionador y negociador a la sombra de altos cargos y los servicios secretos para hacer el trabajo sucio. Los detalles de todo ello los encontraréis en (P)ícaro, que Netflix acaba de estrenar. La serie documental, de tres capítulos, apela con el título a la tradicional picaresca española, la figura del personaje insignificante que se las ingenia para vivir cerca del poder y subir en la escalera social. El juego con los paréntesis sirve para hacer referencia a la figura mitológica de Ícaro, a quien se le deshicieron las alas por volar demasiado arriba y acercarse al sol en exceso pese a las advertencias.
La dirección, la realización y el guión del documental saben aprovechar las aristas y complejidades del protagonista, incluso con cierto sentido del humor. Para estructurar la historia recrean el tablero de un juego de rol. Las figuritas de los personajes (políticos, cargos, policías, secretarios, empresarios y Villarejos varios) son convertidos en pequeñas fichas, al igual que la pieza de Francisco Nicolás, que se mueve sobre adoquines dorados que llevan a diminutas maquetas de diferentes edificios: el CNI, el Santiago Bernabéu, la sede de Génova o un misterioso chalet de lujo que servía de campamento base para las negociaciones más oscuras.
Francisco Nicolás es el hilo conductor. Nada más arrancar, el documental lo muestra lavándose las manos, en una sutil alegoría de Poncio Pilato. Quizás también es la manera más sencilla de ubicarlo cerca de un desagüe que lleva a las cloacas. La megalomanía que lo convirtió en este adolescente precoz utilizado por el poder se simboliza con la puesta en escena. Aparece iluminado por una claridad superior, como si fuera Dios o recibiera una protección divina. La inclusión de las películas domésticas familiares del pequeño Nicolás crea un maravilloso juego de predestinación.
Aparte de los periodistas que investigan el caso también intervienen personajes y cargos que trataron con el protagonista en su momento: el director de comunicación de la Casa del Rey en tiempos de Juan Carlos I, Javier Ayuso; el comisario Villarejo, y Francisco Martínez, secretario de estado de Seguridad cuando el ministro Jorge Fernández Díaz estaba en el ministerio del Interior. Martínez es el único cargo vinculado al PP que participa en el documental. Es obvio que el partido que alimentó al monstruo del pequeño Nicolás ha establecido una consigna de silencio en torno al personaje. También queda retratado Miguel Bernad, responsable de la organización Manos Limpias, que ni siquiera sabe disimular cuando lo pillan con la mentira. Muchos de estos testigos intentan parecer lo que no son y, pese a sus intentos de minimizar la figura de Francisco Nicolás, las investigaciones demuestran que, aun cuando Nicolás era (y es) un fantasma de primera categoría, sus vínculos con el poder y las cloacas eran reales. Él construía la historia con su espíritu de grandeza, pero las herramientas se las proporcionaba alguien y los encargos eran muy concretos. Sin embargo, quedan demasiadas preguntas sin respuesta e incógnitas difíciles de resolver. En (P)ícaro quizás no limpian las cloacas, pero el hedor que el pequeño Nicolás asegura que olió lo nota también el espectador.