Dígitos y trastos

La hipocresía de Facebook, al descubierto

Documentos internos demuestran que los directivos de la red social son conscientes de la toxicidad de sus prácticas pero no lo remedian porque hacerlo perjudicaría su próspero negocio

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Mark Zuckerberg en Washington.

Tras años de escándalos sobre la acumulación desmesurada de datos personales por parte de Facebook y sus filiales Instagram y WhatsApp y sobre la explotación comercial irregular de estos datos, esta semana el diario The Wall Street Journal (WSJ) ha hecho públicas una serie de prácticas de la empresa que no solo son reprobables o directamente tóxicas, sino que informes internos –proporcionados por algún empleado que todavía conserva un poco de decencia– demuestran que el alta dirección de Facebook era consciente de los efectos negativos que tendrían pero prefirió ignorarlos si corregirlos iba contra los objetivos del negocio, hasta el punto de mentir públicamente cuando se pedía.

Uno de los informes internos de Facebook filtrados al WSJ reconoce que una de cada tres usuarias adolescentes de Instagram se comparan con la gente que sale en las fotografías y acaban sintiéndose peor con su cuerpo, hasta el punto de provocarles ansiedad, depresión y distorsión de la imagen corporal. Aún así, el director de Instagram, Adam Mosseri, sostenía mientras tanto que el uso de su producto es beneficioso para el desarrollo personal de los usuarios.

Otro informe revela la existencia de un sistema llamado XCheck que da carta blanca a un mínimo de cinco millones de usuarios VIP de la red social para publicar material que vulnera el reglamento de uso sin aplicarles ninguna penalización, mientras que si un usuario normal publicara lo mismo le bloquearían la cuenta o lo expulsarían. Estos usuarios privilegiados no son necesariamente personas populares, sino gente que genera un alto índice de actividad de sus seguidores en forma de reacciones, lo que favorece la permanencia y, por lo tanto, el negocio.

Todavía un tercer documento avisa a los directivos que en países del tercer mundo, precisamente donde Facebook busca su crecimiento de usuarios, usan la plataforma traficantes de personas y de órganos para captar víctimas, delincuentes para difundir pornografía, y grupos armados para incitar a la violencia contra minorías étnicas. Pero Facebook no dispone de personal en muchos de estos países o, sencillamente, el que tiene desconoce el idioma y todo este contenido le pasa por alto.

Otros informes publicados por el diario norteamericano hacen referencia a los supuestos cambios de algoritmo para hacer más amable el contenido que los usuarios ven, pero que en realidad acaban radicalizándolo, y a la incapacidad de mantener a raya los negacionistas del covid-19 a pesar de presumir en público de la contribución a las campañas de prevención y de vacunación.

Como es natural, Facebook ha intentado evitar las críticas. Por boca de Nick Clegg, vice primer ministro del Reino Unido durante el mandato de David Cameron y director de comunicación de la empresa desde 2018, Facebook ha exhibido los 13.000 millones de dólares que lleva gastados y las 40.000 personas que ha contratado desde las elecciones presidenciales de EE.UU. de 2016 para moderar contenidos nocivos. Pero más del 70% de estos recursos se invierten en EE.UU., donde la red tiene menos del 20% de sus usuarios, lo que deja claro que no es cuestión de tratar mejor a los internautas sino de tranquilizar a los accionistas.

¿Qué se puede hacer?

Ante las revelaciones de el WSJ, varias voces han reclamado que las autoridades competentes intervengan para frenar las numerosas prácticas socialmente tóxicas de Facebook y sus filiales. Sin embargo, dejando de lado que antes habría que determinar cuáles son estas autoridades competentes, los procesos regulatorios no suelen ser ágiles. Por lo tanto, es pertinente pedirse qué puede hacer mientras tanto la sociedad civil. Cada uno de los segmentos implicados tiene a su alcance instrumentos para tocarle a Facebook lo único que importa a sus directivos y accionistas: el bolsillo.

Así, las empresas de cualquier medida pueden abstenerse de contratar publicidad en las plataformas de Facebook, notablemente la red social principal, e Instagram. Esto incluye tanto los anuncios explícitos como los implícitos, en forma de patrocinio de los individuos llamados influencers. Esta medida en concreto tendría otro efecto positivo: la reducción de los incentivos económicos para exhibir modelos estéticos y de comportamiento que se han demostrado nocivos.

Los medios de comunicación pueden dejar de favorecer que su audiencia alimente las plataformas de Facebook con su contenido. Retirar los botones de compartir artículos en Facebook, en Instagram y en Whatsapp tiene otro efecto todavía más poderoso: las páginas web que contienen estos botones, y especialmente el código de rastreo de los visitantes que hay debajo, dejarían así de contribuir a engordar el activo principal de la plataforma, que es el inmenso volumen de información sobre nosotros que va acumulando.

Los creadores de aplicaciones móviles pueden evitar el uso en sus productos del llamado SDK (siglas inglesas de kit de desarrollo de software) de Facebook, un repositorio de código que les evita tener que programar por sus medios las funciones de inserción de anuncios en las aplicaciones gratuitas y las de telemetría y rastreo del usuario tanto en las gratuitas como en las de pago. A cambio, claro, de convertir sus productos en nodos de captación de datos para la plataforma de Facebook.

Y finalmente, los ciudadanos podemos abandonar las tres plataformas de la empresa (Facebook, Instagram y Whatsapp) y optar por alternativas menos depredadoras de nuestros datos, que a menudo son incluso más funcionales: Flickr e incluso Google Fotos son mejores álbumes de fotos que Instagram, y tanto Signal como Telegram igualan o superan a Whatsapp en prestaciones. Hay que decir que este abandono del universo Facebook no se limita a desinstalar las tres aplicaciones de todos nuestros dispositivos: previamente hay que darse de baja de los tres servicios. E, idealmente, empezar a dar preferencia a la versión web de los servicios de terceros sobre las respectivas aplicaciones móviles, porque estas aplicaciones pueden contener el código de rastreo de Facebook y es mucho más sencillo neutralizarlo usando un navegador web como Brave.

Quizás os parece que vuestras acciones individuales poco pueden afectar el funcionamiento de un monstruo como Facebook, con miles de millones de usuarios. Pero también podríais pensar que renovar el coche por un modelo híbrido o eléctrico, o separar la basura antes de tirarla a los contenedores de recogida selectiva, no contribuye mucho a parar el cambio climático, y bien que lo hacéis, ¿verdad? Como decía el Capità Enciam, los pequeños cambios son poderosos.

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