La importancia de tener barba

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El candidato republicano en la vicepresidencia, JD Vance.

BarcelonaRecupero para esta sección un delicioso artículo que apareció el jueves en El País y que me parece muy remarcable. Resulta que Jaime Rubio Hancock explica, citando un tuit del periodista Nathaniel Rakich, que el senador JD Vance, elegido por Donald Trump para hacer ticket junto a él, es el primer candidato a presidente o vicepresidente con barba desde que Charles Evan Hughes perdió contra Woodrow Wilson en 1916. Es decir, sería el primer candidato barbudo en más de un siglo. Y el último con bigote fue el republicano Thomas E. Dewey, que perdió contra Truman en 1944. A partir de ahí el autor se explaya en cómo las barbas y los bigotes han ido apareciendo y desapareciendo a lo largo de la historia , con etapas especialmente florecidas, como el siglo XIX, y otras en las que la piel rasurada ha sido el modelo a seguir. Uno de estos ejemplos es especialmente interesante, y está contado por la historiadora Mary Beard en su magnífico SPQR. El emperador Adriano rompió el año 117 con todo un siglo de emperadores rasurados y se dejó una barba completa, lo que inauguró un siglo de emperadores barbudos.

En el siglo XX las barbas han sido de todo: conservadoras y contraculturales (hippies), démodées y hipsters. En Catalunya, Pere Aragonès ha sido el primer presidente barbudo de la democracia, mientras que en España fue Mariano Rajoy. Pasqual Maragall llevaba un bigote progre e intelectual, mientras que el de José María Aznar era más de funcionario (que es lo que es). Lo que es evidente es que en Estados Unidos tanto la barba como el bigote se han considerado un obstáculo a la hora de acceder a la Casa Blanca. Para el resto de los mortales, como escribe Rubio sobre su caso, "no se trata de ninguna posición política ni filosófica: si algo tiene la barba es que es muy útil para tapar la cara".

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