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Uno de los malabares retóricos más divertidos de la Transición, perpetrado por cierta izquierda de sofá, era declararse no monárquico, pero sí juancarlista. Cuando cayó la máscara campechana del rey, enseguida se trazó el cortafuegos de su piso. Y aquellos republicanos de espíritu se apresuraron a decir que seguían sin ser monárquicos, pero sí felipistas. Era la época delo preparao, otra argucia para poner el acento en la supuesta profesionalidad del ocupante, y no debatir así la aberración democrática que supone escoger a jefes de estado a partir del capricho de las cópulas y la lotería genética. Ahora que llevamos meses viendo cómo la prensa va construyendo elefecto Leonor, vemos de nuevo como periódicos que fueron fundados con un cierto aroma republicano se apresuran a salvaguardar, como buena prensa de estado, esta institución obsoleta. No tardaremos en leer voces sesudas diciendo que ellos no son monárquicos, pero sí elionoristas.

Carteles de la princesa Leonor en la Gran Vía de Madrid.

El País titulaba el domingo en portada: "La monarquía entra en una nueva era". El término era sugiere muchos años a venir y como mucho se atreve a decir que el camino "no está exento de riesgos". Ningún debate, ningún pensamos en ello, ningún cuestionamiento: tragar la bocanada y abajo. Paul Preston nos vendía en el interior la figura de Juan Carlos I como un héroe, pocos días después de que Tejero le acusara de estar detrás del 23-F. El Mundo, que fue fundado sin la actual deriva conservadora y extremista, también le hace el favor a la heredera, con una encuesta propia donde afirma que el 70% apoya el juramento de la joven. Ojalá un botón como el que instaló el Guardian hace unos años, cuando debía nacer el hijo de Kate Middleton: si le clicabas, desaparecían de la portada todas las noticias sobre la monarquía. Preparémonos para un empacho de azúcar de gente que ayer era juancarlista, hoy felipista y mañana elionorista. Pero nunca monárquicos, sobre todo.

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