La obligación (vana) de defender la democracia

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Al profesor Jay Rosen, de la Universidad de Nueva York, le pidieron hace cuatro años que consignara cuatro ideas para empezar a enderezar un periodismo político que se juzgaba a la deriva. La primera que escribió fue: "La defensa de la democracia debe considerarse un básico de este trabajo". Esto rompe la visión más clásica y ortodoxa que habla de un periodismo aséptico, distanciado de la realidad que pretende narrar y esencialmente neutro. Ciertamente, los movimientos neoautoritarios y posfascistas se han aprovechado de ello y han sido tratados demasiado a menudo como agentes legítimos más, incluso cuando han intentado destruir el tejido social basándose en los discursos del odio. Claro que algunos les han blanqueado con entusiasmo nada disimulado. Pero también hay quienes, por este prurito de mostrar neutralidad, han acabado facilitando su entrada en un sistema que pretenden destruir.

Donald Trump en una imagen de archivo

Muy de acuerdo, pues, pero precisamente porque son expertos instrumentalizadores, hacemos demasiado tarde. Porque se han adelantado. No hay más que ver cómo, en Estados Unidos del profesor Rosen, una de las principales narrativas es que las elecciones fueron robadas, que la prensa es la enemiga del pueblo y que el gobierno es ilegítimo. Y aquí mismo estamos inmersos con la idea también de la ilegitimidad: que si Sánchez pacta con los terroristas vascos (y ahora catalanes), que si la amnistía revienta la democracia... El otro día, alguien que deshonra a la profesión como Javier Negre hacía el numerito de erigirse en paladín de la prensa libre y no sé qué más pavores. Teniendo en cuenta cómo pervierten las reglas del juego, me parece más pragmática la segunda de las ideas de Rosen: "Relatos simétricos de realidades asimétricas serán vistos como malas prácticas". Es decir, no se puede tratar a la ultraderecha como cualquier otra opción, porque cuando llegan al poder lo primero que hacen es impedir tanto como pueden la prensa libre.

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