'Diario de una sextorsión'.
Periodista i crítica de televisió
2 min

El martes el Sin ficción de TV3 nos presentaba Diario de mi sextorsión (Gaudí en la mejor película documental), donde la cineasta Patricia Franquesa relata en primera persona su día a día a partir del momento que le roban el portátil en un bar de Madrid y es víctima de un chantaje terrible. Unos hackers contactan con ella pidiéndole dinero a cambio de no enviar a todos sus contactos las fotografías íntimas que tenía archivadas en su ordenador. El planteamiento narrativo de la directora del documental es excelente porque más allá de una denuncia de los hechos lleva la divulgación a otro nivel mucho más atrevido. En lugar de un relato tradicional a través de expertos y una estructura clásica del drama, Pati nos invita a formar parte de su intimidad. Y así nos adentramos en un documental que habla de la vulneración de la privacidad a partir de invitarnos a entrar. El hecho de utilizar su apodo familiar, Pati, en vez del nombre profesional, ya nos dice que nos está transportando a otro nivel de su vida. Lo que vemos es un diario de su sextorsión, pero alejándonos de las fechas de un calendario y la explicación informativa. Penetremos en la paranoia de una sextorsión a través del lenguaje de sus pantallas, especialmente la del móvil. El espectador pasa a observar todos sus vídeos, grabaciones, mensajes de audio y de WhatsApp, correos electrónicos y búsquedas a través de Google. Es su día a día a través de su rastro tecnológico, manteniendo la intensidad de su uso. Percibimos su estado de ánimo a través de su conducta en el mundo digital. La idea es sensacional, porque nos sumerge en esta interfaz que nos permite observar pero también ser visto, en el que podemos buscar pero también ser rastreados, vigilar pero también ser controlados. Es esa idea del panóptico llevada a la realidad más cotidiana. Nunca nos movemos de este lenguaje digital de las pantallas, que nos habla de cómo, cualquiera de nosotros, dejamos nuestras huellas en el espacio virtual. Tiene una carga emocional mucho más potente: la necesidad de investigar por uno mismo, la paranoia de no saber hasta qué punto te están espiando a ti, las sospechas sobre la gente de tu entorno. Las conversaciones con su amiga Moni nos sirven de hilo conductor para situarnos en la historia. Le expresa las sospechas sobre su ex, con quien había quedado justo en el sitio donde le roban el portátil. No es la única que tiene esa duda. El espectador también se lo plantea. Patricia Franquesa intenta que la audiencia se identifique con su angustia.

Somos testigos de esta cultura de la documentación constante de la propia vida, de la manía de la videoselfie, de la autocontemplación, de la exposición, del relato permanente de la cotidianidad en la que el elemento más banal se convierte en contexto y motivo de interés. La directora utiliza el arma con el que le atacan como un mecanismo para defenderse y protegerse. Es interesante y valiente, porque, más allá de la evolución y resolución del chantaje, Diario de una sextorsión nos habla de la distorsión actual del valor de la intimidad.

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