Entre los que se lamen los bigotes con el triunfo de Trump en Estados Unidos está el Telegraph, un diario conservador antaño noble pero que hoy se enfanga con las mismas tácticas que la prensa bully. Una de sus piezas hacía risa del hecho de que el Guardian ofreciera a sus periodistas terapia psicológica por los resultados de las elecciones estadounidenses. Evidentemente, la pieza sólo obedecía a la voluntad de burlar a los progresistas y retratarlos como unos llorones que no aguantan ni medio soplo. Un portavoz del diario intentaba defenderse: “Aquello a lo que usted se refiere como «terapia después del resultado de Trump» es, de hecho, nuestro programa de asistencia al trabajador, un plan que cualquier organización mediática internacional tiene a disposición de la redacción en todo momento”.
Hay que recordar que Trump y su minion Elon Musk –o tal vez sea al revés– han sobresalido en el arte de trolear a personas concretas. es decir, el 99,9999% de la población. Cuando Trump va esparciendo lo que los periodistas son “los enemigos del pueblo” hace aumentar las posibilidades de que alguno iluminado se sienta interpelado y ponga remedio por la vía craneofracturativa. Telegraph puede desperdiciar un espacio informativo para hacer toda la burla que quiera, pero la amenaza es real. Y éste es sólo uno de los frentes preocupantes que se abren ante el segundo mandato de Trump, junto a Ucrania, Palestina, el cambio climático, los derechos reproductivos de las mujeres, la educación pública o la dignidad de las personas migradas. Banalizar que un medio se preocupe por hacer saber a su redacción que tiene recursos disponibles para mejorar el bienestar es, además, un retroceso en todo el camino recorrido en favor de hablar abiertamente de salud psicológica.