Crítica de series

'Succession': el arte de saber cerrar una temporada

La tercera entrega de la serie de la HBO sobre las luchas de poder en la familia Roy acaba mucho mejor de lo que empieza

La familia Roy, el clan protagonista de la serie 'Succession'.
3 min

'Succession' (temporada 3)

Jesse Armstrong para la HBO. En emisión en HBO Max

¿Cuántas personas han abandonado la nueva temporada de Succession tras ver los primeros episodios? La tercera entrega de una de las series emblemáticas de la HBO parece al principio estancada en su trama recurrente, el tira y afloja de los protagonistas para mantenerse en la carrera para heredar el poder de Waystar RoyCo, el conglomerado mediático familiar que comanda con mano de hierro el patriarca Logan Roy (Brian Cox), el trono del cual esperan heredar los hijos, sobre todo el joven Roman (Kieran Culkin) y su hermana Siobhan (Sarah Snook). Su hermano mayor, Kendall (Jeremy Strong), acabó la temporada pasada como el enemigo número 1 de la familia, y buena parte de esta tercera se mantiene en su intento de derrocar el imperio del padre.

Succession reúne muchas de las características que convirtieron a la HBO en la marca de referencia de la llamada televisión de prestigio, características identificativas de una ficción de calidad que a veces acaban resultando lugares comunes un poco carregosos. Como Los Soprano o Juego de tronos, es una serie que retrata la lucha enconada por el poder desde una perspectiva a la vez incisiva y fascinada, en la línea de las tragedias clásicas y la literatura de Shakespeare. Y como tantas series sobre todo políticas de influencia británica, convierte los diálogos en una exhibición del talento de su creador y principal guionista, el también británico Jesse Armstrong, por las frases ingeniosas, las situaciones incómodas, las réplicas afiladas, las referencias inteligentes, el sarcasmo y los personajes atractivos a pesar de (o debido a) su miseria moral. El motor que hace avanzar la serie esconde aun así un trasfondo conservador: el patriarca tiránico que ostenta el poder resulta invencible y cualquier intento de hacerlo caer fracasará de forma irremediablemente penosa. De hecho, buena parte de esta tercera temporada se basa en alimentar este morbo trágico: contemplamos que Kendall, cuanto más se esfuerza en erigirse en un oponente poderoso de su familia, más se hunde en un pozo negro de patetismo. El mejor episodio, el séptimo, culmina esta recreación en la ridiculez fatal de Kendall en la fiesta de cumpleaños más espectacularmente fracasada que hemos visto nunca en una serie.

Carne de psicoanálisis freudiana

En esta relación ambigua que mantiene con el poder que retrata, Succession subraya el carácter patriarcal de las dinámicas de dominación que marcan la familia y la empresa. Los vínculos de los hijos con el padre son pura carne de psicoanálisis freudiana, con complejos de Edipo (la insólita obsesión del joven Roman por la veterana Gerri es uno de los mejores ganchos de la serie), abuso de poder, políticas de castración psicológica, manipulaciones de raíz narcisista y una pandilla de descendentes acomplejados al fin y al cabo porque nunca se han sentido queridos por sus padres. Un territorio fértil para cultivar un gran serial sobre el poder y las luchas fratricidas que lo acompañan.

Después de que los primeros episodios parezcan instalados en el cuento de nunca acabar de la lucha por el poder, la serie se va animando hasta llegar a un último episodio que gratifica el seguimiento atento de esta temporada. En su final, Succession juega fuerte y bien con todos los elementos propios de la narración televisiva serial, desde el cambio de expectativas hasta el giro de guion sorpresa, tan bien decantado. Una última lección sobre el poder, en este caso el que ejerce un buen equipo de guionistas a la hora de dosificar la información y dirigir la atención de la audiencia.

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