El conductor de un autocar haciéndose un test de alcoholemia en el macrocontrol desplegado por los Mossos en la C-33.
18/09/2024
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Hace unos días cenaba con una amiga y sin pensarlo demasiado acompañamos el ágape con una buena botella de vino. Coincidimos en pedir un Penedès, ya que somos de aquí y hay muy buenos. Ambas teníamos que volver a casa conduciendo y la cena y la conversación se nos alargaron lo suficiente para coger el coche de forma segura. Al día siguiente saltaba la noticia de que el gobierno está estudiando rebajar la tasa de alcohol a los conductores para reducir la siniestralidad en carretera. Decía la noticia de que en Catalunya, en los primeros cinco meses del año, el alcohol estuvo involucrado en 1.405 accidentes sin víctimas mortales y añade que en la última década se han detectado una treintena de positivos todos los días.

Conducir bajo los efectos del alcohol es una barbaridad. Uno debe conocerse y ser responsable si ha bebido, por su propia vida y por la del resto. Socialmente, el consumo de alcohol está aceptado y quizás es aquí donde radica el problema. En un contexto de celebración se da por supuesto que habrá alcohol; si no, ¿qué clase de fiesta sería? El "por una copita no pasa nada" nos evoca a hacer dos y a diario estamos rodeados de publicidad y series en las que las bebidas alcohólicas son la normalidad. No digo que el alcohol deba abolirse, porque esto no ocurrirá y hay una industria muy potente detrás, pero hay que tomar conciencia de que es una droga, aceptada pero droga, y accesible para todos. Quizás endurecer la ley es una buena manera de reducir su consumo. Y, si no, mira qué ha pasado con el tabaco.

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