El análisis de Antoni Bassas: "Saber catalán es una riqueza y un motivo de felicidad"

"En lugar de empequeñecer mi mundo, el galés lo agranda. No iría a ninguna parte si todo el día pensara que mi lengua morirá. Es un honor poder escribir en galés"

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Hoy es noticia de portada esto de que el uso del catalán entre profesores y alumnos cae en picado. Es noticia porque ayer el Govern dio datos, y con estos datos justificará la puesta en marcha de un plan obligatorio con presupuesto que de aquí a cuatro años habrá tenido que llegar a todas las escuelas para corregir el fenómeno. En realidad, sin embargo, el mismo conseller de Educación ya explicó en septiembre, en este mismo plató, que había profesores que no usaban el catalán en la escuela. A la pregunta: "¿Usted está seguro de que todos los profesores de ESO y bachillerato dan el cien por ciento de las clases en catalán?" el conseller Gonzàlez-Cambray respondió: "No las dan. No las dan. Y, por lo tanto, lo que tenemos que hacer es actuar, y lo que tenemos que hacer es dar este acompañamiento para que nuestros profesionales impartan sus clases en la lengua vehicular del sistema educativo catalán, que es el catalán".

Que detectemos los problemas es la primera parte para resolverlos. La segunda parte es encontrar la solución. No sabemos cómo será este plan más allá de que parece un curso, o una formación especial, porque ayer lo que anunció el Govern es que los 120.000 maestros y profesores que hay en Catalunya lo harán “y así sensibilizaremos y les daremos herramientas para mantener el uso del catalán”.

Ojalá. Porque si menos de la mitad de los profesores hablan siempre en catalán en clase hemos tocado fondo. ¿Se imaginan una noticia que diga que más de la mitad de los maestros franceses no hablan francés en clase? ¿Qué pasa, que a los maestros se les ha olvidado que tienen que hablar normalmente en catalán?

Probablemente lo que les pasa es, primero, que la conciencia sobre la importancia de la lengua se debe de haber ido aflojando de Govern en Govern, de conseller en conseller, de jefe de inspección en jefe de inspección, de director en director, de compañero en compañero. Hace veinte años todavía había en los lugares de mando profesionales y políticos que venían de recuperar el catalán de la prohibición de la dictadura. Y segundo, la evolución de la sociedad: hace cuarenta, treinta años, el catalán se veía como portador de un ascensor social, como una señal de normalización y de integración, aquella lengua a la cual los padres no habían podido acceder pero accederían los hijos. Y esta segunda parte se ha ido perdiendo por muchas razones, pero en buena parte por la avasalladora superioridad del castellano en la vida diaria de miles de niños y jóvenes, que convierte en una dulce tentación pulsar el botoncillo mágico ahorrativo de problemas que tenemos todos los catalanoparlantes, que es el botón del bilingüismo.

De esta situación las escuelas son a la vez víctimas y responsables.

Dicho de otro modo: si la fuerza del mercado no puede ser corregida por la fuerza del Estado, los maestros sufrirán siempre por el uso del catalán. Si el catalán no es obligatorio como sí que lo es el castellano, ley en mano, sufriremos. Vivimos en una sociedad práctica. Seamos sinceros: ¿qué queremos para nuestros hijos? Un buen inglés. El castellano lo aprenden solos. Entonces, ¿el catalán estorba?

Yo creo que a veces ya no recordamos por qué hacemos las cosas. Enseñamos en catalán porque estamos en Catalunya. Como esta afirmación enseguida es contestada por “Estamos en España”, ya estamos. Entonces hay que recordar también que el catalán sufre un atraso histórico, resultado de mil prohibiciones, pero todo esto es demasiado abstracto para motivar a una mayoría. Encima, entre los que atacan el catalán desde el nacionalismo español y la realidad de la ley y del mercado, pasa aquello que decía Sebastià Alzamora este martes, que comentamos aquí: “Tendríamos que sopesar hasta qué punto la fúnebre insistencia en la muerte del catalán, lejos de tener un efecto movilizador, puede llegar a tener un efecto contrario”. Porque, ¿quién quiere comprar una versión de un programa que puede dar problemas si puede comprar uno que es universal?

En esto estaba pensando esta mañana cuando me he encontrado un titular luminoso, que recoge perfectamente lo que pienso del catalán, con la diferencia que no habla del catalán, sino del galés. Jordi Nopca entrevista a la escritora en galés Manon Steffan Ros: “Saber galés es una riqueza y un motivo de felicidad”. Lo dice del galés, lengua que hablan unas 600.000 personas, barrida por el inglés. Le pregunta Nopca: "¿Y se ha mantenido siempre fiel al galés?" "Sí. Saber galés es una riqueza y un motivo de felicidad. De joven protegía este rasgo identitario, como si fuera frágil; ahora, en cambio, lo hablo por todas partes: en vez de empequeñecer mi mundo, el galés lo agranda. No iría a ninguna parte si todo el día pensara que mi lengua morirá. Es un honor poder escribir en galés". 

Correcto: vivir en catalán con orgullo, como una riqueza, como aquello que hace más profunda la vida, más rica que la de un monolingüe. Por ejemplo, la escritora dice: “La traducción galesa de la Biblia es muy lírica. Todavía ahora me emociona, cuando la leo. No me pasa lo mismo con la inglesa. Nuestro Iesu Grist me parece diferente de Jesus Christ. Lo veo mucho más amable, y con menos voluntad de juzgar que el Cristo inglés”. ¿No es fantástico poder capturar las diferencias que provoca en el sentimiento las traducciones a dos lenguas diferentes? Por lo tanto, adaptamos el titular de la Manon Steffan Ros: saber catalán es una riqueza y un motivo de felicidad.

Un recuerdo para los exiliados y para los represaliados. Y que tengamos un buen día.

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