El análisis de Antoni Bassas: 'El 'déjà-vu' de la pregunta de Aragonès'
Existe una disonancia cognitiva entre la pretendida solemnidad de una pregunta-propuesta como la de ayer y el comportamiento de los tres partidos independentistas en esta legislatura. En las encuestas sale que la mayoría independentista está en peligro, la pregunta es: ¿y qué?
Quieren tener un déjà-vu? Oigan el presidente Aragonés:
“Un referéndum organizado de acuerdo entre las partes, circunscrito a Cataluña, y que se articularía a través de una pregunta inequívocamente clara para cumplir con todos los estándares internacionales. ¿Quiere que Catalunya sea un estado independiente? Ésta es la pregunta que la ciudadanía de Cataluña debería responder con un sí o con un no”.
Sentir al presidente de la Generalitat del 2024, Pere Aragonès, presentando la pregunta de un referéndum ("¿Quiere que Catalunya sea un estado independiente?") nos recuerda en el 2014, cuando Artur mas presentó “¿Quiere que Catalunya sea un estado? En caso afirmativo, ¿quiere que este estado sea independiente?”, y nos recuerda en el 2017, cuando Puigdemont presentó la suya: "¿Quiere que Catalunya sea un estado independiente en forma de República?"
Tres fórmulas diferentes para tres tipos de consultas diferentes por una misma cuestión existencial. La pregunta de Aragonès de ayer no tiene la fuerza de la novedad histórica de la del 2014, en la que parecía que Mas rompía el techo mental de represión psicológica, incluso, que significaba preguntar a los catalanes si querían ser independientes; ni tiene, claro, la épica del 2017, en la que el referéndum entró con calzador y acabó a trompicones.
Pero claro, una cosa es la pregunta y otra su viabilidad. Al gobierno español, que tiene el PSC en campaña, le faltó tiempo para decir que "no y no, en modo alguno".
Ayer se trataba, sencillamente, de dar salida al resultado del informe del Instituto de Estudios de Autogobierno encargado por el Govern. El informe ya estaba listo y Aragonès decidió presentarlo con tanta normalidad como intención, con un innegable intento de aprovechamiento electoral. Es su respuesta a la pregunta de cómo quiere Esquerra llegar a la independencia. Es, en cierta forma, hacer aparecer Aragonés (y, por tanto, Esquerra) en la secuencia de presidentes que han propuesto en el país una pregunta de referéndum. Y, por cierto, la de ayer, la más clara y directa. Deja claro que existe una propuesta y que el referéndum es el próximo objetivo.
Estoy seguro de que el propio presidente es el primero en saber que la pregunta de ayer ha generado más molestias en Madrid que entusiasmos en Catalunya. Que la pregunta ha provocado cierta indiferencia entre los votantes en más de un mes.
¿Por qué? Porque venimos de diez años de dar vueltas a preguntas como ésta, con un saldo político negativo (excepto con que la independencia está hoy entre las opciones mayoritarias) porque la Catalunya de los 8 millones está socialmente descosida, lingüísticamente en alarma, y con urgencias que se agolpan, como son la gestión del agua o de la vivienda.
Y después, a ver cómo lo digo: hay una disonancia cognitiva entre la pretendida solemnidad de una pregunta-propuesta como la de ayer y el comportamiento de los tres partidos independentistas en esta legislatura. Han tenido una mayoría independentista en el Parlamento y nunca ha estado operativa. Han ido en contra del sentido común que dice: primero haced la independencia y después ya se peleará. Ahora, cuando en las encuestas sale que la mayoría independentista está en peligro la pregunta es ¿y qué? ¿Y qué más allá del hecho? Porque esta legislatura no se ha notado nada. En estas condiciones, la pregunta de ayer, por más clara que sea y más resultado que sea de un proceso aseado de consulta a los expertos, no hace ni frío ni calor.
Buenos días.