Ni un día en casa

Bar Bodega Can Ros: más que un bar

Una familia dedicada y apasionada ha convertido este pequeño local en un referente

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El equipo del Bar Bodega Can Ros en el comedor del bar.
  • Carta: Tradicional
  • 'Must': Bocadillo de albóndigas
  • Vino: Para todos los bolsillos
  • Servicio: Familiar
  • Local: De los de antes
  • Precio por persona: 25 €

Aunque Barcelona muchas veces sucumbe a las modas, es una ciudad que cuida de tesoros que perduran en el tiempo. Con cincuenta y dos años, la Bodega Can Ros es algo más que un simple bar. Es un lugar emblemático y atemporal, donde el pasado y el presente se mezclan en una hermandad perfecta. Con décadas de historia, este establecimiento ha visto pasar generaciones y ha aprendido a adaptarse a los cambios sin perder el espíritu fundacional que le ha convertido en un lugar especial. Al frente del bar, una familia dedicada y apasionada que ha convertido este pequeño local en un punto de referencia para los vecinos fieles y también para visitantes que vienen de fuera del barrio de Gràcia.

Muchas cosas han cambiado desde que Maria Casas y Joan Ros decidieron llevar el bar que había en el número 303 de la calle Roger de Flor de Barcelona en 1971. Con el tiempo, y gracias al empuje de Esteve Ros (el hijo de los fundadores) y Lilian (su esposa), Can Ros pasó de ser una sencilla bodega que vendía hielo y vino a granel a transformarse en un bar acogedor donde la gente se detiene a tomar una pausa, sea por un café, un bocadillo, una tapa o una comida contundente.

Ahora es la tercera generación de los Ros quien lleva el timón del local sin perder la tradición que les precedió. Cristian (hijo pequeño de Esteve y Lilian) es el jefe de sala, mientras que la cocina la dirigen Carol (la mujer de Cristian) y Jordi (el hermano mayor de la familia Ros). La cocina es un capítulo aparte en esta crónica. Con el amor por los platos caseros, Can Ros ha creado verdaderas joyas culinarias, que evidentemente comemos, como el bocadillo de albóndigas o la tortilla de alcachofas, que resuenan a la cabeza de muchos cuando mencionan el nombre del local. "La tortilla no tiene ningún secreto, huevo y alcachofa", nos dice riendo Cristian. Tienen buena mano: cocinan ocho al día, pero han llegado a cocinar dieciséis diarias de once huevos cada una. Cristian sí que resuelve la incógnita del éxito del bocadillo. "Para las albóndigas, seis kilos de carne de cerdo y seis kilos de carne de ternera. Lo mezclamos con sal y pimienta y las hacemos una a una y después chup-chup”. Probamos también fricandó; fideos a la cazuela con butifarra; salchichas con butifarra negra, bacon y chistorra, morro de cerdo frito, carne de pincho adobada y tripas de Can Ros. Por el postre dudamos entre un almax o mel i mató. Obviamente nos decantamos por compartir, entre los tres, el queso fresco más típico catalán

Ahora Can Ros es un bar que va más allá de las fronteras de Gràcia, cuya reputación se ha ganado a pulso, con el esfuerzo y la pasión de tres generaciones. “Mi madre, Lilian, ha criado seis hijos, y su sacrificio es de admirar. Por eso ver el local cada día lleno es un orgullo para todos nosotros", nos comenta emocionado Cristian. En casa de los Ros las horas se desvanecen entre conversaciones y risas animadas de los clientes, y brindis sinceros. Aquí las prisas no tienen cabida, y los problemas se desvanecen. El local es testigo de muchas historias y seguirá siendo un lugar donde la tradición y la amistad continuarán retroalimentándose en una unión inseparable, porque en Can Ros el tiempo parece detenerse.

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