Los beneficios de no mezclar nabos y coles

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Un paisaje de rocas y musgo.

Hace tiempo, cedí y me hice unas gafas bifocales, para leer y verme de lejos. Fueron la compra del siglo, y no eran baratas: con la parte del cristal para leer no me veía de lejos, y con la parte para verme de lejos no podía leer. Las guardé. Al fin y al cabo, las gafas sólo de leer son insuperables: defienden la página con una muralla de niebla. ¡Ojalá hubiera gafas de ir al bosque como hay que ir bajo agua, o para mirar nubes!

Septiembre de 2024, primeros días. Se retira el invasor. La montaña –como el mar, las calles, el aire y los árboles– se libera del estupor al que le hemos sometido durante las vacaciones. Vuelvo a Ardenya, pues, después de meses de no ir por el pánico de encontrarla explotada y humillada como toda la Costa Brava.

Subí con la perra, hasta la Carbonera des Mut. Llegué sudado. Dejé las gafas sobre la roca para sacarme la camiseta. Entonces, la perra se estiró en la roca, con tan mala suerte que tocó las gafas, que patinaron y cayeron precipicio abajo.

Si hubieran sido bifocales, habría tenido que volver a casa como un ciego, guiándome con la perra y un bastón hecho de una rama. Pero las gafas que habían caído eran las de ver de lejos, y en la mochila tenía las de leer, como siempre, con un libro. Me las puse. Miré al precipicio si veía a las demás. Era borroso.

No llamé a casa para avisar que estaba a punto de ponerme en peligro. Puse en marcha el GPS del móvil. Veía bien la pantalla. Con el GPS activado, ya encontrarían el cadáver –y quizás la perra ladraría.

Empecé a bajar por la roca agarrado a un tronco de encina, con la espalda contra la pared de granito. Pero el árbol se acabó y la roca se complicó y tuve que volver arriba escalando.

Entonces bordeé la roca, emboscándome abajo entre matorrales de espinas, mariselva y brezo. Pisaba lugares que hacía siglos que no se pisaban, si nunca se habían pisado. Era seco y telaraño y sobre todo borroso. Me hundía en piscinas de hojarasca. Sufría de no pisar un nido de serpientes allá debajo. Acostumbrado con las gafas de leer a imaginar, veía serpientes, víboras, nidos de abejas, escorpiones y jabalíes. Me subí al pie de la roca, que hacía una cresta llena de líquenes y bailaba. Apreté los ojos. Si no las encuentras ahora, nunca las encontrarás. Como descifrando un jeroglífico, las descubrí sobre una cama de hojarasca, entre unas rocas. Eran de cristal, pero no se habían roto ni hundido. Con las gafas de leer encontré las gafas de mirar lejos.

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