¿Los Bridgerton volverán a poner de moda las 'puestas de largo'?

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La pareja protagonista de la nueva temporada de 'Los Bridgerton'

Netflix ha estrenado la esperada tercera temporada deLos Bridgerton, una serie que ha hecho del anacronismo histórico y las relaciones amorosas ramplones no aptos para diabéticos su esencia. Si bien a primera vista parece que afloren chispas feministas, son un mero betún estético que legitima relaciones tóxicas y romantiza situaciones claramente vejatorias para las mujeres. De hecho, la idea de base es Season, un evento que nació en plena era victoriana, donde las chicas de clases adineradas se engalanaban para presentarse oficialmente en sociedad, extendiéndose posteriormente por Europa y Latinoamérica.

Estas seasons, que en Francia se llaman bailes de debutantes y en España puestas de largo, eran un rito de paso que presentaba al mundo las chicas preparadas para el matrimonio. De hecho, si en Latinoamérica se llaman fiesta de quinceañeras es porque, a esa edad, una mayoría de chicas tienen ya la menstruación que las habilita para tener hijos. Unas fiestas con un claro sesgo de clase en manos de gente adinerada, como medida endogámica para que sus hijas se emparentaran con chicos de posición similar o, en el mejor de los casos, superior. Por ese motivo, se caracterizaban por un dispendio ostensible que evidenciaba que el matrimonio, lejos de ser una cuestión romántica, es un acuerdo económico para la supervivencia social. Un ritual, el de Season, entregado al consumo orientado a clasificar, comparar y estratificar como parte de un sistema de comunicación no verbal para consolidar fronteras sociales y culturales.

Entre los artefactos simbólicos que caracterizan este rito, el traje tiene un papel destacado por ser el envoltorio que presenta la chica en el mercado. Éste debía ser largo, para dejar clara la modestia de la chica, así como estrategia para adultizarla. Un traje que en ningún caso reflejaba empoderamiento, sino que debía ser etéreo y vaporoso con tulos, flores y volantes para disfrazar a la chica de ninfa y constatar su predisposición a la subyugación y al papel ornamental. Y, por último, el protagonismo del color blanco, como garantía de castidad y pureza moral. La chica era presentada en sociedad de manos del padre, quien aceptaba pasar el relevo a un joven acompañante quien, a su vez, dejaba atrás los pantalones cortos para lucir ya un vestido largo de adulto.

Describiendo esta fiesta parece que estemos hablando de una práctica pretérita, pero últimamente este ritual está viviendo un claro reavivamiento. En 1992 París recuperó el Baile de Debutantes donde la aristocracia europea, famosos de los negocios o artistas de Hollywood presentan a sus hijas. El objetivo no es ya pactar matrimonios, pero se mantiene la voluntad de mostrar al mundo el poder tanto económico como social de las familias a través de la belleza y juventud de sus hijas. Una punta del iceberg que, en estratos más bajos, se manifiesta con las puestas, que pueden coincidir con la celebración de la mayoría de edad, la finalización de etapas educativas o la graduación. Las chicas lucen vestidos largos, tacones, maquillajes y joyería, cuyo grado de engalanamiento a menudo poco tiene que ver con su edad ni realidad socioeconómica.

Aparentemente, no tiene nada malo que una chica se mude por un día, pero, si lo analizamos más profundamente, nos daremos cuenta de que son rituales que consolidan la idea en la juventud de que su posicionamiento social debe pasar por el consumo simbólico . Además, los ritos imponen a la persona su traspaso de un estado a otro, sin tener en cuenta el proceso evolutivo personal y corremos el riesgo de estar precipitando innecesariamente una adultización. Y, por último, son unos acontecimientos que generan una presión en las jóvenes para tenerlos que seguir para ser aceptadas cuando, a fin de cuentas, tan sólo refuerzan los valores más conservadores, consolidan las diferencias entre sexos y solidifican las desigualdades sociales.

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