¿Por qué caray los grandes diseñadores de moda son hombres?


Últimamente vivimos una intensa actividad en el sector de la moda, con un auténtico juego de truenos entre sus directores creativos. Todo empezó con la salida de Hedi Slimane de la casa Celine, que inició un efecto en cascada de las firmas más importantes sustituyendo a sus creativos, como es el caso de Gucci, Chanel, Valentino, Chloé, Alexander McQueen o Bottega Veneta. Un juego que aún no ha terminado, ya que queda saber a dónde irá a charlar John Galliano, después de abandonar Maison Margiela y ser sustituido por Glenn Martens, y también falta definir el futuro incierto de casas como Christian Dior o Loewe. Pero estas operaciones, que oscilan entre la frialdad de un tablero de ajedrez y el apasionamiento de una novela turca, no pueden hacernos pasar por alto un hecho: ¿cómo es que, después de estos movimientos, más del 90% de los actuales creativos de las principales casas de moda son hombres? Unos movimientos que estarían sustituyendo por diseñadores a dos de las poquísimas mujeres que hay en primera línea: Maria Grazia Chiuri en Christian Dior y Virginie Viard en Chanel.
Esta situación, de por sí preocupante, todavía se hace más difícil de comprender si tenemos en cuenta que la proporción de estudiantes universitarios de diseño de moda chicos no superan el diez por ciento del total. Además, cabe recordar que históricamente las mujeres, aparte de zurcir calcetines, hacer bordes y arreglar vestidos gratuitamente (según Silvia Federici, "Lo que llaman amor es trabajo no remunerado"), fueron la mano de obra anónima e imprescindible del auge del sector textil durante los siglos XIX y XX. La cocinera Maria Nicolau denunciaba una circunstancia análoga en la alta gastronomía en el programa Culturas 2 de TVE.
Nicolau ponía atención en el congreso internacional Madrid Fusión, de referencia en el sector, con un auditorio principal con 47 participantes, de los que 44 eran hombres y tan sólo 3 mujeres. ¿Es lógica esta proporción cuando la mujer ha asumido históricamente la carga que supone alimentar durante toda su vida a los demás? Antiguamente, los estudios universitarios de historia del arte, así como las humanidades en general, se reservaban a las mujeres por no tener una correspondencia directa con el mundo laboral y asegurarse, en consecuencia, de que no abandonarían el ámbito doméstico. Actualmente, a pesar de seguir contando con un alumnado universitario abrumadoramente femenino, son los hombres quienes, de forma generalizada, dirigen las instituciones museísticas.
Ciertamente, es bueno que se haya roto la segregación laboral del siglo XIX, que consideraba que sectores como el textil y la moda, la educación o la enfermería eran propios de mujeres, por ser extensiones de las tareas domésticas y de cuidados que se les atribuían indefectiblemente a ellas. Pero lo que no es tan bueno es que las bases de estos sectores sigan estando integradas por mujeres, pero que los sitios de poder y con visibilidad los disfruten los hombres. Y yo me pregunto: ¿en qué momento nos hemos dejado tomar el control de unos sectores claves para el inicio de la emancipación económica de las mujeres? Mientras ellos están accediendo sin restricciones en los ámbitos considerados femeninos, ¿nosotros estamos disfrutando de las mismas facilidades a la hora de entrar en sus espacios de poder? Y, en definitiva, ¿estamos avanzando en igualdad o simplemente estamos enredadas en un patriarcado que, como una hidra, cuando consigues cortarle la cabeza le nacen cuatro?
En 1971 la historiadora estadounidense Linda Nochlin escribía un texto fundamental para la teoría feminista en arte titulado ¿Por qué no ha habido grandes mujeres artistas? En él, desentrañaba el hecho de que, lejos de ser menos talentosas, éstas habían sufrido unos impedimentos sociales, culturales e institucionales del todo adversos, que no favorecían en ningún caso que brillaran en este campo. En la misma línea, el colectivo feminista Guerrilla Girls se preguntaba en 1989 si las mujeres debían estar desnudas para poder entrar en el Museo Metropolitano. En pleno siglo XXI yo me cuestiono si, a pesar de nuestro talento y excelente preparación, debemos conformarnos con ser modelos con bellezas normativas para tener representación en el mundo (considerado femenino) de la moda.