Cataluña está muy lejos de la soberanía energética, que es una soberanía muy concreta y necesaria para asegurar el progreso del país. No estamos haciendo los deberes. 2023 ha sido un mal año. No se aprecia ningún progreso. Y ya se sabe que, en sectores clave, no avanzar cuando todo el mundo avanza supone retroceder. Esto es lo que nos está pasando. Es muy grave.
El informe del Observatorio de las Energías Renovables, presentado este martes, es demoledor: la generación eléctrica renovable creció cuatro veces menos que el año anterior y la cobertura renovable de la demanda se situó en el 13, 6%, un escaso 0,6% más que en 2022. A este ritmo, es imposible cumplir con los objetivos marcados para 2030 en el Proencat, la hoja de ruta del Gobierno para la descarbonización: cubrir el 50% de la demanda eléctrica con fuentes renovables ese año. Sólo faltan seis para llegar. Y estamos muy lejos de conseguirlo. Aún parece más imposible que en 2050 la totalidad de la demanda venga de energías limpias, como se pretende. El papel lo aguanta todo; la realidad lo está desmintiendo. Falta conciencia ciudadana de que a su vez se convierta en presión sobre el mundo político. La presión que sienten es que nadie quiere un molino de viento o un parque de placas solares cerca de su casa. Es decir, la presión popular paradójicamente va en sentido contrario a producir energías limpias que no incrementen la crisis climática ni perjudiquen al medio ambiente.
Los reactores nucleares, que empezarán a desconectarse en octubre del 2030, cubrieron el pasado año el 50,7% de la demanda y aportaron siete veces más que los parques eólicos, nueve más que la hidráulica y más de 55 veces más que la energía solar fotovoltaica. La segunda fuente de abastecimiento de electricidad a Catalunya el pasado año fueron las importaciones. Por lo que respecta a las renovables, la suma de la eólica (7%), la hidráulica (5%: fue un muy mal año por razones obvias), la solar fotovoltaica (1%) y otras (2%) cubrió un 15% de la demanda.
O nos ponemos las pilas con una implantación intensiva de renovables, tanto de grandes parques como aprovechando las viviendas, edificios públicos y fábricas o espacios como vías de comunicación, o la alternativa es construir muchas líneas de muy alta tensión (MAT) por importar energía limpia producida fuera del territorio catalán, por ejemplo en Aragón. Pero las MAT tampoco gustarán a mucha gente porque también afectan al paisaje.
El caso es que la instalación aquí de renovables se hace muy difícil: los proyectos se eternizan por los largos procesos de tramitación y por la oposición territorial. La media de tiempo para llevar adelante un parque eólico en Cataluña es de más de cuatro años. No es de extrañar, pues, que estemos estancados. El horizonte es el de gran dependencia energética, una paradoja para un país que aspira a la independencia política y económica. Con ese panorama energético, nuestra industria tiene el futuro amenazado y puede tener que afrontar una pérdida de competitividad. Puede haber inversiones importantes que se desplacen a regiones cercanas productoras de energía renovable como el propio Aragón o Andalucía.