Cuando la causa es la negligencia, el incendio duele más

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Un vehículo de los Bomberos circulante por una carretera en medio de la superficie calcinada por el incendio del Alt Empordà

El incendio del Alt Empordà ya está estabilizado y se prevé que pronto pueda estar controlado y encaminado hacia la extinción. Es de momento el fuego forestal más importante de esta temporada, con 416 hectáreas quemadas. La estabilización de este fuego en Llançà y el Port de la Selva, que ha quemado casi en su totalidad dentro del perímetro del Parc Natural del Cap de Creus, ha ido en paralelo a la extinción definitiva del que hasta ahora era el incendio más importante, el que ha quemado 200 hectáreas en Castellví de Rosanes y Martorell, en el Baix Llobregat. Los dos, junto con el pequeño fuego declarado el sábado mismo en Vilafant, han sido causados por la actuación humana, por negligencia. Las primeras investigaciones apuntan a una colilla de cigarrillo en el Cap de Creus y a chispazos provocados por maquinaria tanto en Vilafant como Castellví de Rosanes. Y es francamente desalentador recibir esta noticia.

Toda la zona mediterránea es per se y secularmente proclive a los incendios. Las condiciones ambientales, por calor, sequedad y viento, principalmente, lo determinan. En Catalunya, en concreto, el aumento desmesurado de masa forestal las últimas décadas y la pérdida de cuidado del territorio, con desaparición de cultivos y en general de lo que se llama mosaico, porque va cerrando y separando todas las zonas de arbolado, no ha hecho más que empeorar la situación. Los avisos han ido aumentando de intensidad. Se ha puesto el foco en el oeste del Mediterráneo como una de las regiones de más riesgo. Después se ha hecho pedagogía con conceptos fácilmente comprensibles como el “30-30-30” (sobre el peligro de tener 30 o más grados de temperatura, 30 o más kilómetros por hora de velocidad del viento y 30% o menos de humedad), o los “incendios de sexta generación”, de una virulencia facilitada por determinadas condiciones ambientales que los hacen imposibles de afrontar. E incluso se ha llegado a la ejemplificación alarmante: Collserola entera podría quemar en apenas seis horas de incendio extremadamente virulento.

Con estos condicionantes, la prevención y la lucha de todos los cuerpos y administraciones implicados se hacen muy complicadas. La mejora de los dispositivos y de la investigación científica es muy evidente las últimas décadas y, eso sí, faltaría acabar de consolidar una buena planificación de recursos humanos con una correcta y homologable gestión en el aspecto laboral. En cualquier caso, que dé la capacidad para luchar contra los incendios que serán por causas naturales, los que serán fruto de accidentes realmente inevitables y, desgraciadamente, los que provocarán los pirómanos.  

La lista se tendría que acabar aquí. Todo el añadido que viene detrás es consecuencia de la negligencia. No hay voluntad, por supuesto, pero sí altas dosis de imprudencia. A estas alturas es imperdonable seguir dejando caer colillas, usar maquinaria que genere chispazos o montar una barbacoa sin respetar las distancias que marca la normativa, o más. En los casos del Cap de Creus, Vilafant y Martorell los cuerpos de seguridad ya completarán sus investigaciones y los jueces dictaminarán lo que corresponda. Pero sigue siendo imperdonable que esto pase.

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