Macroeconomía

La crisis del 'made in Germany'

Alemania, la locomotora europea, cierra en 2023 rozando la recesión y con el modelo económico cuestionado

Pasajeros aguardan en una estación del centro de Berlín este viernes, día de huelga de los trabajadores del transporte.
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BarcelonaTras meses de duras negociaciones, el Bundestag, el Parlamento de Alemania, aprobó hace dos semanas el presupuesto del gobierno para 2024, con un límite autoimpuesto del gasto pese a la mala situación de la economía del país. "Se puede describir la economía alemana como en un período prolongado de estagnación, sin crecimiento desde el cuarto trimestre de 2022", indica un informe del banco francés BNP Paribas publicado un día antes.

La aprobación llegó dos semanas después que se supiera que el producto interior bruto (PIB, el indicador que mide la actividad económica de un territorio) alemán disminuyó un 0,3% de media en 2023, según datos de Destatis, la oficina estadística federal. Oficialmente, el país ha podido esquivar la recesión, porque no ha encadenado dos o más trimestres con crecimientos negativos, pero esto no evitó que se cerrara el 2023 con una caída. Los malos resultados económicos se notan: mientras los diputados aprobaban sus cuentas, el transporte público del país estaba en huelga, una de las diversas convocadas en los últimos meses. Pocos días más tarde, los campesinos del país tomaron las calles, como en otros muchos lugares de Europa, para pedir más apoyo a su actividad.

El dato no cogió por sorpresa a casi nadie. En octubre, la Asociación de Cámaras de Comercio (DIHK, por sus siglas en alemán) ya pronosticó una reducción del PIB en 2023 aún más destacada, del 0,5%. Para 2024, las cosas no pintan mucho mejor: la patronal BDI espera un crecimiento positivo, pero de un magro 0,3%. Los datos alemanes contrastan con los de otros países: Francia e Italia, a menudo considerados los enfermos crónicos de la UE, cerraron el año pasado con unos crecimientos respectivos del 0,9% y del 0,7%, nada espectaculares pero positivos . España ha estirado del carro del crecimiento europeo con un 2,5%, mientras que la media de la eurozona fue del 0,5%.

Las malas cifras de Alemania, pues, pueden afectar al conjunto de Europa y , incluso, la economía global. El PIB alemán representa casi una cuarta parte del PIB de la Unión Europea y los países del centro y este del Viejo Continente están integrados en las cadenas de producción de la industria alemana. En Europa, cuando Alemania estornuda, muchos países se constipan.

La dependencia energética de Rusia

El 24 de febrero de 2022, el mundo quedó en choque cuando 200.000 soldados de las tropas rusas atacaron a Ucrania. La sorpresa no fue menor en muchos gobiernos europeos, que mayoritariamente habían quitado hierro a las advertencias de invasión que enviaban Washington y Londres. Aunque en el 2014 Rusia ya se había anexionado Crimea o controlaba el Donbas con autoridades títeres, Berlín fue una de las capitales donde más despreciaron la amenaza rusa, hasta el punto de que la guerra cogió por sorpresa al jefe de los servicios de inteligencia germánicos, Bruno Kahl, que se encontraba en Ucrania y tuvo que ser evacuado por fuerzas especiales.

La razón por la que Alemania no prestó suficiente atención a los preparativos de la invasión fue la estrecha relación con el Kremlin, basada en la compra de gas natural y petróleo. El gobierno de la excancillera Angela Merkel potenció también una agenda energética consistente en cerrar nucleares y apostar por la compra del gas ruso que permitía a la industria alemana obtener energía barata, una política que el actual canciller, Olaf Scholz, mantuvo.

Con el estallido del conflicto, Alemania, socio de la UE y de la OTAN, no tuvo más remedio que virar su política, aunque mantiene el cierre de las centrales atómicas. Pero las sanciones sobre la energía rusa impactaron de lleno sobre la economía del país a través de una inflación disparada cuando de repente se quedó sin su principal proveedor. La fuerte inflación se hizo notar en el bolsillo de los consumidores, lo que redujo el consumo de las familias, un efecto que se ha vivido también en el resto de Europa.

La industria, además, tuvo que encontrar alternativas más caras. Según cálculos del Fondo Monetario Internacional, el colapso de las importaciones energéticas rusas restó 0,8 puntos porcentuales al crecimiento del PIB alemán en 2022.

La dureza monetaria

La lucha contra la inflación ha llevado a los bancos centrales a incrementar los tipos de interés, lo que encarece el acceso al crédito para empresas y familias y, por tanto, las deja con menos capacidad de consumir o invertir. Esto provoca una reducción de precios –si la gente gasta menos, las empresas recortan los precios para intentar vender más–, que es lo que busca el banco central, pero al mismo tiempo ralentiza la actividad económica y, en casos extremos, puede causar una recesión .

Esta ralentización es una realidad, pero la lucha contra la inflación ha llevado a los bancos centrales de todo el mundo, también al Banco Central Europeo, a mantener elevados los tipos de interés pese al frenazo económico. En el caso del BCE, el mes pasado anunció que dejaba sin cambios los tipos básicos al 4,5%, el nivel más alto desde 2001.

Curiosamente, dentro del consejo de gobierno del BCE, el gobernador del Bundesbank alemán, Joachim Nagel, es uno de los máximos partidarios de mantener altos los tipos, aunque esto tenga un impacto directo sobre el crecimiento del país. En un contexto de desaceleración como el que sufre la economía germánica, la mayoría de bancos centrales optarían por recortar tipos para volver a hacer crecer el crédito y, por extensión, la actividad, pero la tradición histórica de poca flexibilidad del Bundesbank lleva Nagel a pedir justamente lo contrario, a pesar de los efectos negativos que tenga sobre la economía y el empleo de su país.

La dureza alemana en la política monetaria ya tuvo un papel clave durante la crisis de la deuda europea hace algo más de una década. Tanto Bundesbank como Merkel se opusieron frontalmente a la compra por parte del BCE de deuda de los países más endeudados, como España, Portugal, Irlanda y, sobre todo, Grecia. Alemania y las instituciones europeas optaron por rescates que, como contrapartida, imponían a los estados rescatados exigentes políticas de austeridad que se tradujeron en recortes de servicios públicos esenciales y de la inversión, lo que lastra la productividad de estos estados y agravó la crisis. Si en Estados Unidos, Reino Unido o Canadá tardaron menos de dos años en superar la crisis financiera, en la zona euro se prolongó durante casi siete años.

No fue hasta la llegada de un italiano, Mario Draghi, en la presidencia del BCE que se iniciaron los programas de adquisición de deuda pública, lo que mejoró de inmediato el coste de financiación de los gobiernos más endeudados. Ya entonces Draghi tuvo que actuar en contra de la voluntad del Bundesbank, mientras la clase política alemana –sobre todo los partidos de derechas– llevaron los programas de compras del BCE al Tribunal Constitucional, que de momento les ha puesto en duda pero no les ha prohibido.

La obsesión por la deuda

La dureza monetaria ha hecho que, tradicionalmente, Alemania sea uno de los estados de la UE con unas finanzas públicas más saneadas, porque las administraciones saben que el banco central no va a salir a ayudarles si tienen dificultades. Actualmente, después del fuerte gasto público durante los años de la pandemia, la deuda de las administraciones germánicas equivale a un 65% de su PIB, sólo cinco puntos por encima del límite que marca la UE y muy inferior al nivel de España o de EEUU, que en septiembre era del 110% y del 124% del PIB, respectivamente.

Un ejemplo clásico para explicar las políticas económicas de la mayoría de gobiernos alemanes es que en la lengua de Goethe la palabra Schuld significa tanto deuda cómo culpa. La animadversión a los déficits es tal que, por dar ejemplo a los países destacados, Alemania introdujo hace pocos años una cláusula que limita al 0,35% del PIB el déficit permitido en el estado cada año, muy por debajo del 3% que marca la UE. Entre 2011 y 2020, el gobierno cerró todos los años ingresando más de lo que gastaba.

El límite de déficit puede saltarse por razones extraordinarias, como ocurrió durante la pandemia para aprobar medidas de apoyo a la economía, pero con el cóvido lejos de ser un peligro, este año la justicia prohibió al gobierno trasladar 60.000 millones de euros sin utilizar de un fondo antipandemia a uno de transformación climática, porque habría supuesto superar el límite constitucional. Pese a que ese dinero habría ayudado a reactivar y modernizar una economía en retroceso, el ejecutivo tuvo que presentar un presupuesto con recortes de 17.000 millones de euros.

La falta de inversiones y el peso de la industria

"Otra razón por ser pesimista sobre las perspectivas económicas a largo plazo de Alemania es su incapacidad para invertir adecuadamente en sectores de alta tecnología que podrían haber reducido la dependencia de la economía alemana en su industria pesada", apuntaba el septiembre pasado en un informe Desmond Lachman, investigador en el think tank American Enterprise Institute, con sede en Washington. Según Lachman, proporcionalmente la inversión en tecnologías de la información en Alemania es la mitad que la de Francia. La baja inversión se debe en buena parte al poco margen de maniobra del gobierno a la hora de elaborar los presupuestos y al fuerte peso de la industria más tradicional (siderurgia, automoción o química, la misma que pedía gas barato de Rusia), en comparación con los países escandinavos o EE.UU., donde buena parte de la inversión en innovación llega a través del sector tecnológico.

Ahora bien, el problema de la baja inversión va más allá de la industria. Entre 1993 y 2017 la inversión pública en Alemania fue invariablemente inferior a los niveles de las otras tres grandes economías del euro: Francia, Italia y España, según datos de la Comisión Europea recogidos en un informe del think tank belga Brugel de 2018. En los diez años entre 1997 y 2017, el valor de todos los activos estatales –desde infraestructuras hasta patentes– cayó en 7.000 millones de euros.

La dependencia comercial de China

Sin embargo, Rusia no es la única dictadura de la que Alemania tiene una fuerte dependencia económica: también está China. El problema para Alemania puede ser el mismo que con Rusia en 2022: buena parte de la economía del país depende de las buenas relaciones políticas con un estado con ansias expansionistas hacia sus vecinos.

La crisis diplomática entre Pekín y Taiwán ha escalado en los últimos años por las cada vez más frecuentes incursiones aéreas en la isla con Estados Unidos dispuestos a responder a las amenazas chinas sobre la isla. El Reino Unido también ha elevado el tono contra el presidente chino, Xi Jinping, por incumplir los acuerdos de regreso de Hong Kong a China y recortar derechos fundamentales a los hongkoneses. Ante esto, el mundo empresarial alemán se plantea ahora cómo reducir los intercambios económicos con China.

Alemania es la mayor potencia exportadora del mundo, más justamente que China, un país tildado a menudo de ser "la fábrica del mundo". Las ventas germánicas en China representan aproximadamente un 8% del PIB alemán, y en 2022 Alemania exportó más de 299.000 millones de euros a China, tales como electrodomésticos, vehículos y productos químicos fabricados en la todopoderosa industria pesada alemana. China es, a la vez, uno de los principales proveedores de componentes y partes de esta misma industria.

"El comercio con China nos aporta prosperidad y es prácticamente insustituible a corto plazo", aseguró en diciembre Moritz Schularick, presidente del Kiel Institute, un conocido centro de investigación económica alemán. Ahora bien, un informe de la propia institución apunta a que el distanciamiento entre ambos países tendría "efectos severos pero no devastadores" para la economía alemana. Una brizna de optimismo en un país que ahora mismo sufre una crisis de identidad en busca de un nuevo modelo económico.

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