La desconocida historia del arquitecto madrileño que diseñó Damasco
Fernando de Aranda construyó algunos de los edificios más importantes de la capital de Siria y configuró su estética urbana a principios del siglo XX

DamascoNo llegan trenes a Damasco. Sin embargo, su estación, una de las más ambiciosas de todo Oriente Medio, se alza como una de las mayores obras de la ciudad. Completamente vacía. Aspiró a ser el nexo de unión del antiguo Imperio Otomano en 1908. Desde Acre y Haifa, ciudades cercanas al Mediterráneo, y las minas de fosfato, próximas a Ma'an, hasta La Meca, la Estación de Hiyaz en la capital siria fue uno de los recursos estratégicos más relevantes. Una locomotora encargada por Mehmed V –el último sultán– a los ingenieros alemanes es el único vestigio que recuerda a los damascens el propósito original del edificio. Ahora, sobre la superficie de la vieja máquina han colocado los rostros de cientos de sirios desaparecidos por el régimen de Bashar Al Asad. Un último viaje hacia un destino desdibujado. También para su arquitecto, el madrileño Fernando de Aranda, cuyo legado se ha olvidado.
Nacido en Madrid el 31 de diciembre de 1878, fue un diplomático y arquitecto español. Aranda convirtió la ciudad de Damasco en su tapiz. Desde el barrio romano, con su decumanusintacto, hasta la Plaza de los Omeya, los edificios de Aranda conservan los aires neo-otomanes de principios del siglo XX. La Universidad de Damasco y la antigua Facultad de Derecho, el Banco Central, el hotel Zenobia en Palmira, donde se alojó Agatha Christie, y la estación de trenes de Hiyaz, su obra estrella, configuraron la estética del Imperio Otomano incluso después de su caída. La Estación de Hiyaz vibra con nostalgia. Una época antigua que ha conservado su color con el estilo "arandí". El edificio se levanta como un palacio, uno para el pueblo. La estación se conserva como una cápsula del tiempo. Aranda la ideó perenne, perpetua, como el resto de sus obras, que resultan un espejismo de la cotidianidad otomana de la Belle Epoque.
"Fernando de Aranda es un espejo para entender la Siria actual", asegura Joan Serrat, ex embajador español en Damasco. Aranda tenía una particular forma de observar la ciudad de los Omeyas. Se fijaba en sus orígenes como ciudad para devolverle su contemporaneidad. El zoco, por ejemplo, era uno de sus espacios predilectos. Paseaba entre mercaderes y comerciantes, compraba alfombras y pinturas, pero, sobre todo, observar su forma cilíndrica, sus muros interiores, sus detalles y siluetas, ahora perforados por la artillería del bombardeo y las balas perdidas de cuando los rebeldes apuntaron a sus Kaláshnikov al cielo. La arquitecta e investigadora del Colegio Oficial de Arquitectos Carmen Serrano de Haro Martínez le define como "un creador sensible al destino del edificio". "No era un mero decorador de fachadas", sentencia Serrano. Aranda se enamoró de Damasco. Su fascinación por la ciudad lo llevó a orquestar algunos de sus barrios y residencias, como Ildefons Cerdà con el Eixample de Barcelona.
"Aranda es un símbolo de algo que ya no existe", subraya Serrat. "Fue un dandi cosmopolita que ya no encajaría en nuestro mundo cada vez más polarizado", asegura. La facilidad de Aranda con la gente lo convirtió en los últimos años del Imperio Otomano en el único enlace con Occidente. Representó las funciones de diplomático, como Consul Honorari, entre 1912 y 1936, no sólo para España, sino también para otros países europeos, sobre todo durante la Primera Guerra Mundial por el papel neutral de los españoles. Y, en Siria, como arquitecto desde 1906 a pesar de no tener la titulación necesaria. Diseñó Damasco sin ser realmente arquitecto. "Pero lo buscaban a él. No querían un título, querían una obra artística", dice Serrat. Cada proyecto que edificó contó con un ingeniero que realizaba los cálculos por él.
El protegido del sultán
Fernando de Aranda siempre fue el contraste entre Oriente y Occidente. Su padre, nacido en Madrid en 1864, fue un prestigioso músico formado en Bélgica que actuó en París y fue profesor en el Conservatorio de Madrid. Fue en la capital francesa donde el sultán turco Abdul Hamid II le conoció y le ofreció ser el músico mayor de palacio en Estambul, así como el director de las bandas imperiales militares. Fernando de Aranda se crió en Estambul, rodeado de lujo y comodidades palaciegas. Su educación fue vasta y llegó a hablar cinco idiomas: español, francés, alemán, turco y árabe. La familia Aranda permaneció en la capital otomana hasta 1909, cuando decidieron regresar a España e instalarse en Barcelona. Ese mismo año, Gaudí ultimaba uno de sus trabajos más relevantes, la Pedrera. Fernando de Aranda a sus 31 años se interesó por el arquitecto catalán, sin embargo, algo le decía que no pertenecía a ese sitio. "Su biografía tiene muchas sombras, emprendió su vida en solitario muy pronto", detalla Serrat. En 2005, bajo la supervisión de la Embajada española en Damasco y la colaboración del Instituto Cervantes, Alejandro Lago y Pablo Fernández Cartagena documentaron la vida de Fernando de Aranda en un volumen bilingüe en castellano y árabe. "Sabemos que se enamoró de Damasco, nunca quiso irse", asegura el diplomático.
"Fue mimado por la sociedad siria", sentencia Serrat, quien cree que Aranda es la clave para entender la geopolítica actual siria. "Fue una rara ancianos, era un hombre del mundo, dotado como artista y cosmopolita", describe el ex embajador. Durante los principios del siglo XX, Aranda construyó buena parte de los edificios de amascens, bajo la protección directa del sultán. Uno de sus primeros proyectos fue la Casa Abid de 1906, así como el Rectorado y la Facultad de Teología y Derecho de la Universidad de Damasco en 1923, actualmente el Ministerio de Turismo.
"Es un auténtico orgullo de que un español participara en el germen de la universidad", sonríe Marwan Al-Raeei, director oficial de ranking de la Universidad de Damasco. Explica que los planos de los edificios estaban antiguamente expuestos, pero se guardaron para su conservación durante la guerra civil de 2011. Al Raeei se niega a mostrarlos por ser una información sensible sujeta al permiso del nuevo Ministerio de Información sirio. Sin embargo, está orgulloso de mostrar la universidad cuyos edificios conservan la arquitectura original. Un inmenso pórtico da la bienvenida al Rectorado, en su interior diversas esculturas y relieves de principios de siglo se conservan a la perfección. "Tenemos unos diez estudiantes españoles y no creo que sepan que el corazón de la universidad nació de la cabeza de un español", comenta Al Raeei.
Una estación sin dueño
El ambicioso proyecto unió Damasco con Medina, actualmente Arabia Saudí, entre 1908 y 1916 para llevar a los peregrinos hasta La Meca. "De esta forma, querían evitar los saqueos que cometían las tribus beduinas sobre las caravanas", detalla Serrat. Sin embargo, nunca llegó a cumplir ese propósito. La línea ferroviaria se vició por la incipiente incertidumbre global. En 1914 estalla la Primera Guerra Mundial. El Imperio Otomano, aliado de los alemanes, tuvo un papel pasivo durante los primeros meses de ofensiva. Sin embargo, aceleró la construcción de su red ferroviaria. En 1917, el sultán Mahmed V encargó a Aranda construir la Estación de Hiyaz, puesto que quería convertirla en un símbolo de unidad. Se edificó con ayuda de voluntarios y soldados, además de sus obreros.
Aranda no escatimó en gastos. Levantó dos amplias plantas y mandó llevar mostradores de Talavera de la Reina para decorar el interior. Diseñó las vidrieras con colores vivos para proyectar la luz meridional sobre las paredes blancas y, para el techo, dedicó maderas oscuras de ébano. Su construcción costó 283.000 libras de oro, una pequeña fortuna para el Imperio Otomano: para abaratar el presupuesto ocuparon como mano de obra a jóvenes del servicio militar obligatorio.
La finalidad religiosa se sustituyó por la militar. Durante la Primera Guerra Mundial, el tren transportó soldados a los extremos del imperio. El proyecto fue interrumpido a causa de la Revuelta Árabe, provocada en el marco de la guerra. El sultán declaró la guerra santa contra los Aliados, lo que produjo una serie de levantamientos en territorios musulmanes tanto en África como en Asia. En otoño de 1918 unidades británicas vencieron a los turco-alemanes y dejaron indefensa la capital. El Imperio capituló en total rendición. Dos años después, la Estación de Hiyaz estuvo lista para ver caer a los otomanos.
Si en agosto de 1914 el ejército imperial lo componían 600.000 soldados, después de la guerra apenas quedaron 33.000. Más de un millón de desertores se extendían por el país, saqueando, paradójicamente, también la red ferroviaria de Hiyaz. La guerra arruinó al país. Se gastaron más de 398.500.000 de liras turcas y, sin dinero ni soldados para controlar el territorio, en 1922 el Imperio Otomano perdió su hegemonía. La Estación de Hiyaz fue el proyecto más importante de Aranda y, sin embargo, el último que hizo bajo su nombre. Siguió trabajando pero desde un papel más discreto con arquitectos franceses.
Tras la caída del Imperio Otomano en 1920, la estación sustituyó el transporte de soldados por el de prisioneros hasta 2004, año en que cayó en desuso. "Nunca hubo una estación, la estación estaba vacía", detalla el diplomático, que durante su mandato nunca vio un tren llegar a Damasco. Hace más de 20 años que la estación se despejó para su remodelación. Sin embargo, nunca se llevó a cabo. En 2020, el dictador Bashar Al Asad alquiló el edificio a una empresa cuya intención era convertirlo en un hotel. Actualmente, el proyecto está congelado y el edificio está rodeado de ruinas y hormigón. Una maqueta del proyecto todavía deja ver las viejas intenciones del recinto que, más que ser una estación o un hotel, es un espacio de exposición vacío.
El perdón de Dios
Fernando de Aranda tuvo dos hijos con su primer matrimonio con una mujer griega, quien por desavenencias se separó del arquitecto y se mudó con las criaturas a Beirut, Líbano, donde los nietos todavía residen. Aranda se casó de nuevo. "Abrazó el islam para sus segundas nupcias", detallan Cartagena y Lago en la biografía del artista. Contrajo matrimonio en la ciudad palestina de Haifa con Sabria Hilmi, original de una acaudalada familia turca. Sin embargo, en su lecho de muerte, Aranda se arrepiente de esta conversión y pidió la presencia un sacerdote para pedir perdón frente a una estampa de la Virgen. "Fue un icono de un momento histórico, pero también cautivo de sus orígenes", asegura Serrat. Aranda murió tres días antes de cumplir 91 años. Su muerte marcó el fin de Siria, su último vestigio del antiguo Imperio Otomano. Poco después, un golpe de estado en Siria derriba a Salah Jadid, el líder de facto socialista, y se impone el movimiento conservador liderado por el militar Háfez Al Asad. "No es mi memoria, nostalgia de la cantera", versa un poema sirio anónimo. "Habita en mi saber como orfebre", continua. "¿A qué Dios ha encerrado a Aranda en Damasco?", concluye. Y cuál se ha liberado ahora.