¿Dopaje o evolución? El bañador prohibido de los Juegos Olímpicos
La indumentaria deportiva, a lo largo de la historia, ha tenido que conjugar distintos factores en función del contexto sociocultural y de cómo era concebida esta práctica en cada momento. A finales del siglo XIX, estos factores eran, sobre todo, la salvaguarda del pudor bajo la estricta moral victoriana y la preservación de la elegancia, para demostrar que el deporte era una actividad clasista destinada a personas acomodadas, que lo entendían como una mera distracción. Esta concepción es la que nos ayuda a comprender el primer bañador femenino de la historia, el Princess.
Encontramos el origen del Princess en un grupo de sufragistas americanas de mediados de siglo que intentaron sustituir la incómoda indumentaria femenina por un pantalón bombacho, los bloomers, cubiertos por una falda más corta. Pese a que su intento no tuvo éxito, esta propuesta sirvió para elaborar la primera ropa de baño para mujer, puesto que no se contaba con ningún otro precedente. El Princess consistía en un vestido corto de manga larga sobrepuesto a un pantalón bombacho hasta los tobillos, todo ello de tejido oscuro para evitar transparencias. Si esto no fuera suficientemente incómodo, también se añadían medias opacas y un corsé que seguía oprimiendo la cintura para no perder la silueta de avispa de la Belle Époque. Y finalmente, para evitar que la falda flotara en el agua, se cosían plomos cercanos que aseguraran la perfecta caída subacuática del modelito. No hace falta ser demasiado intuitivo para comprender que no se esperaba que las mujeres hicieran largas travesías oceánicas a riesgo de ahogarse por el sobrepeso, sino un simple sumergido como quien moja la galleta en la leche del desayuno, porque el deporte no podía comprometer, en ningún caso, la moral, sobre todo si se trataba de la femenina.
La transición del deporte destinado al ocio a la voluntad de superación física se dio a raíz de los movimientos higienistas, que lo promueven como medida importante de salud. Un hecho potenciado por la idea de movimiento, que empezó a tomar forma a finales del siglo XIX, relacionada con la modernidad y con una burguesía más activa, en comparación con el estatismo de la aristocracia. En este momento nace la idea de la ropa deportiva para facilitar y potenciar la actividad física, que tendrá la palabra confort como rasgo esencial. El barón de Coubertin, padre de los Juegos Olímpicos en la era moderna, subrayó la necesidad de adoptar un equipamiento específico que aumentara las capacidades físicas de los deportistas y, desde entonces, este se ha convertido en el principal hito de la ropa de deporte, fundamentalmente desde el último cuarto del siglo XX.
El punto más álgido de esta idea –y a las antípodas del Princess– es el traje de baño de neopreno LZR Racer, de la marca Speedo, que en el 2008 causó una auténtica revolución en el mundo de la ropa de baño. Cubría completamente el cuerpo con una superficie de poliuretano tan extremadamente hidrófoba que ofrecía una fricción mínima con el agua que hacía que los nadadores directamente se deslizaran por la superficie, además de reducir las vibraciones de los músculos y la piel. Entre febrero y abril de 2008, se batieron 36 de los 39 récords mundiales y, casualmente, todos los deportistas llevaban el bañador de Speedo. Este diseño supuso un antes y un después en la investigación de tejidos técnicos, ya que, por primera vez, los nadadores eran más rápidos en el agua vestidos que desnudos. A raíz de las quejas de los nadadores que no disponían del patrocinio de Speedo, la Federación Internacional de Natación acabó prohibiendo este bañador, que, por haber sido tan bien diseñado, murió de éxito y pasó a ser considerado dóping deportivo.