El gobierno español ha iniciado los actos del 50 aniversario de la muerte de Francisco Franco, el sanguinario dictador que anclar la España del siglo XX en un fascismo casposo, y la reacción de la derecha parlamentaria ha sido boicotearlos. Ideológicamente, medio siglo después seguimos con dos Españas enfrentadas. Pero existen diferencias relevantes. La España de izquierdas se ha moderado –la de inspiración comunista o revolucionaria ha quedado muy minorizada–, mientras que al otro lado, en cambio, existe un reforzamiento de las posiciones más duras alimentadas por un clima internacional de involución autoritaria de la mano del tándem Trump-Musk.
La mano derecha del presidente electo de EEUU acaba de apoyar a la líder del partido neonazi alemán, en segunda posición en las encuestas electorales. Las democracias liberales se tambalean. En el conjunto de Europa, la ultraderecha está ganando terreno, con una derecha tradicional que le empieza a dar cobertura, como se ha visto con el trato de la UE en la primera ministra italiana, Giorgia Meloni, y más recientemente con el giro del Partido Popular de Austria, dispuesto a hacer primer ministro al líder del partido austríaco con raíces nazis.
En el Estado, toda esta preocupante deriva en la política occidental no hace sino dar cobertura y alimentar al reaccionarismo español, que ha vuelto con fuerza. La supuesta moderación del líder del PP, Alberto Núñez Feijóo, hace tiempo que ha dado paso a una competición ideológica con Vox, con quien a la vez, cuando ha sido necesario, ha pactado gobiernos autonómicos. En este clima, no son de extrañar las críticas de los populares a las celebraciones oficiales por la muerte de Franco, una figura de la que siguen siendo incapaces de desmarcarse en serio.
A Pedro Sánchez ya le va bien. Un PP decantado hacia la extrema derecha o la derecha extrema da oxígeno al líder socialista y hace más difícil que se rompa la mayoría plural y heterodoxa que le mantiene el apoyo, y que abarca desde Podemos y Sumar hasta ERC y Bildu, pasando por Junts y el PNV, todos ellos partidos claramente antifranquistas, que expresan y defienden la plurinacionalidad y que, en principio, están al margen, también los dos últimos, de la nueva derecha populista mundial.
Por eso, para marcar un terreno de juego incómodo para el PP, y para situarse como verdadero defensor de la democracia, Sánchez ha abierto este miércoles los actos de conmemoración de la muerte del dictador y de inicio de la Transición alertando sobre las sombras que amenazan la libertad ganada hace 50 años. El jefe de gobierno del PSOE se presenta así como muro de contención ante la tentación de las derechas de dejarse caer por la pendiente de los "valores y los regímenes autocráticos" que "están avanzando a medio mundo: el fascismo que creíamos haber dejado atrás es la tercera fuerza política en Europa". Lo ha dicho en un acto celebrado en ausencia del rey Felipe VI, que se ha excusado por cuestiones de agenda. Que el monarca tenga que hacer equilibrios en relación con la memoria de Franco también resulta sintomático y preocupante.
Para cualquier demócrata, el fin del dictador debería ser una celebración incontestable y transversal. Ya vemos que no es así. El franquismo sociológico pervive en muchas mentalidades y vuelve a asomarse desacomplejadamente. ¿Cuántos años más se necesitarán para pasar página?