Contra la espiral de degradación del comercio

La operación municipal en Barcelona contra el comercio de mala calidad ha puesto sobre la mesa al menos dos problemas graves que se retroalimentan: la acusada falta de vivienda y la importancia de un pequeño comercio de proximidad honesto, cumplidor con las normas de convivencia y creador de tejido de barrio. Las multiinspeccionesque desde hace unos meses ha impulsado el Ayuntamiento, y que se hacen con equipos multidisciplinares y sin previo aviso, están sacando a la luz una realidad oculta de la que existía una sospecha popular, pero que no se tenía constancia fehaciente ni pruebas para actuar legalmente.

En el caso que nos ocupa, se han revisado en el distrito del Eixample autoservicios y supermercados que abren 24 horas, la mayoría regidos por paquistanís. Con el resultado de 1980 irregularidades en 120 establecimientos. La media es de 16,5 infracciones cada uno. Las cifras hablan por sí solas. Pero más allá de la cantidad, existe la gravedad: dentro de la pluralidad de incumplimientos, lo que más destaca por su dureza es la existencia, en 19 casos, de personas, incluso familias con criaturas, viviendo en infraviviendas en las trastiendas, en sótanos o altillos, en condiciones precarias de insalubridad e inseguridad. Lo peor es que, a la hora de buscar soluciones, se pierde el rastro de quienes estaban alojados, que rechazan entrar en la red de asistencia social.

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Junto al problema de la infravivienda existen, en un número mucho mayor, irregularidades con la licencia de actividad económica (casi la mitad de los casos) y vulneraciones de la normativa laboral y con la Agencia Tributaria. Todo esto deja claro que este tipo de negocios ejercen una competencia desleal porque actúan al margen de las normas que hacen de una ciudad como Barcelona un tejido urbano seguro, convivencial y comprometido con el entorno. Comercios así no sólo no se implican con el barrio, sino que le degradan. A menudo están enfocados al consumo inmediato de los turistas y su viabilidad tiene mucho que ver con permanecer al margen de las normas, explotando a trabajadores y abusando de la fragilidad de personas y familias sin recursos, no pagando tasas y no haciendo inversiones imprescindibles. Contribuyen, pues, a empeorar la calidad de vida de los barceloneses.

Acabar con esta realidad paralela es imprescindible. Hacerlo también es defender el verdadero comercio de proximidad, implicado y comprometido con el barrio. Las malas praxis comerciales pueden ser además puerta de entrada para realidades ilegales más peligrosas, empezando por el tráfico de drogas. Es necesario, pues, poner contra las cuerdas a este tipo de tiendas que infringen sistemáticamente la ley. Y, desde el punto de vista del consumidor, es necesario apoyar a los establecimientos que claramente cumplan las normas de convivencia. Naturalmente, la responsabilidad final no puede recaer en el ciudadano individual, ni depende de ningún prejuicio. Son las autoridades las que, como ha empezado a hacerse, deben desenmascarar el mal comercio –las irregularidades también son frecuentes en los locales de ocio nocturno o de restauración– para frenar la espiral de degradación.