Xavier Bosch: "Una familia es un regalo y una prueba de resistencia a la vez"

Xavier Bosch este martes en el Hotel Casa Mimosa de Barcelona
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BarcelonaXavier Bosch (Barcelona, 1967) entiende la ficción como una vía para romper silencios. Después de poner el foco en los vínculos de pareja y de amistad con Alguien como tú (2015), Nosotros dos (2017) y Palabras que tú entenderás (2019), ahora el escritor y articulista del ARA fusiona ese interés por la intimidad –que le ha reportado un gran éxito de lectores, con más de 160.000 ejemplares vendidos– con otro ámbito que conoce bien, el periodismo. En La mujer de su vida (Columna / Destino) Bosch imagina una familia que acaba de perder a la madre. El padre, anciano, queda al cuidado de Joel, el hijo mayor, porque el mediano y la pequeña están disgregados por el mundo. Obsesionado con destapar casos de niños robados en Catalunya, Joel se embarcará en una investigación periodística que pondrá en riesgo su vida personal y lo abocará al dilema entre encontrar la verdad y evitar el dolor a su alrededor. Nos encontramos ante una de las grandes apuestas de Sant Jordi, que sale con 30.000 ejemplares en catalán y 5.000 en castellano.

El periodismo se convierte en el motor central de la historia después de tres novelas centradas en el amor y la intimidad. ¿Por qué este cambio?

— Porque cuando la justicia hace aguas, nos queda el periodismo. Ante estas verdades escondidas, estos paraguas de silencio que se ha hecho con determinados temas, cuando ha fallado todo nos queda el consuelo de explicar las cosas. En este caso lo hago a través de la ficción y de un periodista que hace un documental para relatar la barbaridad que ha tenido lugar durante tantos y tantos años.

Esta barbaridad es una trama compleja sobre bebés robados que tuvo lugar hasta el 1999, cuando se abolió el parto anónimo o secreto en el estado español. ¿Cómo acabó en este tema?

— Cuando presentaba y dirigía el Àgora en TV3 dedicamos un programa a ello. Vino al programa el abogado que denunció 200 casos a la Fiscalía española y vino también la directora de SOS Bebés Robados. También grabamos entrevistas testimoniales a seis personas a las que les habían robado la hermana o el hijo, y a personas adoptadas que con los años han descubierto que sus padres los robaron. Cada caso es una vida engañada. No es la que les toca vivir. En ningún momento de su vida pueden dejar de pensar en esto. El día que hice el programa, era en 2011 o 2012, volví a casa afectado. Al cabo de unos años, cuando necesitaba ir al cajón para rescatar una idea, pensé: si aquello a mí me puso la piel de gallina, quizás puedo conseguir acercar esta verdad al lector a través de la ficción.

Han pasado casi 10 años desde entonces. ¿Cómo se ha gestionado socialmente esta problemática?

— Cuando salió el caso de la monja sor María hubo ruido mediático, y se la persiguió como si fuera un caso aislado. Pero no estamos hablando de esto. Era una trama de toda la Península, muy sofisticada y con la que mucha gente hizo mucho dinero. A muchas familias les dijeron que había muerto su hijo o hija y lo habían vendido a otra familia del Estado. Lo que me sorprende es que la omertà sea tan perfecta. También que nadie se haya ido de la lengua, aunque sea por remordimientos de conciencia, y haya explicado el caso. Estamos hablando de crímenes de lesa humanidad, porque un robo de un bebé es un secuestro perpetuo, de por vida. Pero la Fiscalía española, que ha estado pendiente de tantas otras causas, mira hacia otro lado. No se ha hecho caso a las recomendaciones que hace siete años hizo la Unión Europea, ni se ha pedido disculpas, ni se ha creado un banco de ADN para tratar de buscar los enlaces entre las familias disgregadas por los robos. No se ha hecho nada. Los medios lo seguimos, TV3 hizo dos documentales fantásticos de Montserrat Armengou y Ricard Bales, pero nos quedamos con la persecución de la monja y poco más.

En la novela, el periodismo sirve para combatir la prescripción de los casos y el hecho de que, judicialmente, no tengan recorrido.

— El doctor Eduardo Vela tenía una clínica privada en el paseo de La Habana de Madrid donde se dedicaba a esto al por mayor. Incluso la revista Interviú hizo una fotografía a la nevera de su clínica con un bebé muerto, congelado, para enseñárselo a las familias y hacerles creer que su hijo había muerto. Él finalmente fue a juicio porque Inés Madrigal lo denunció. Hicieron un juicio cuando él tenía 85 años y se había enriquecido con este tema. La justicia dijo que sí, que cometió los tres delitos de los que se lo acusa, pero el tema ha prescrito. Un crimen de lesa humanidad, tal como dice la ONU, no prescribe. En España la justicia hace que prescriban cosas que no tendrían que prescribir. Es gravísimo, es un escándalo judicial.

Mientras Joel investiga los casos choca con las dificultades de las víctimas para salir adelante.

— Lo gestionan como pueden, pero mal. Son personas que cuando tienen 20, 40 o 55 años les dicen que toda su vida es mentira. Es imposible de gestionar. Todo lo que has vivido no te correspondía vivirlo, toda la gente que has querido por el vínculo familiar no era tu familia. Te han engañado de arriba abajo. En el mejor de los casos te han dicho que eres adoptado, pero es que eras robado. Te han arrancado de tu madre a la fuerza. No se me ocurre una pena peor que que te roben a un hijo, más allá de que se te muera. Todo el mundo sale adelante, vive, hace lo que puede, pero no hay un solo día de tu vida que no revivas tu drama.

De todas sus novelas, esta es la que da más peso a la niñez. ¿Por qué?

— Con un hermano, la patria común que compartimos es la niñez. Después puedes tener una pareja y le puedes explicar cómo era aquello que vivías, pero la única persona que te puede entender de verdad porque también lo vivió es el hermano. Tengo una sola hija, ella no tendrá hermanos. Yo he tenido un solo hermano. A mi madre se le murió un bebé poco antes de nacer. Quizás en casa habríamos sido tres, yo habría sido el del medio y no el pequeño. Todo esto me ha hecho reflexionar sobre este periodo tan intenso que nos marca decisivamente en el camino que tomamos después.

La muerte de Maria, la madre de la familia, es el detonante para comenzar la historia. ¿Por qué era importante que este personaje no estuviera vivo en el libro?

— Al fin y al cabo me doy cuenta de que en mis novelas salen muchos hombres viudos y muchas madres muertas. Mi padre se quedó viudo con 50 años, mi madre se murió con 46. Supongo que a la hora de escribir libero los fantasmas que llevo dentro. En este caso mi familia no tiene nada que ver con los Estrada, pero el entierro de una madre, que es donde empieza la novela, es un día que no se olvida. Lo tengo todavía muy presente en mi caso. Sabes el valor de cada abrazo, de cada comentario.

El entierro también marca el inicio del declive familiar, que la madre ya había pronosticado que pasaría.

— Me daba juego sobre todo por este derrumbamiento cuando cae la pieza más importante. Mi abuela lo decía siempre: cuando yo no esté, ¿qué pasará con los hermanos y con los nietos? Los escritores construimos la familia poco a poco, sin prisa, disfrutando, presentando a los personajes, sus deseos y contradicciones, para después desmontarla. Como autor necesito saber qué pasará en la historia y cómo acabará cada uno de los personajes. En este sentido me convenía que Maria muriera al inicio y que Saül quedara viudo, dependiendo del único hijo que vive en Barcelona.

¿Cómo definiría el retrato que hace de la familia en el libro?

— Una familia es un regalo y una prueba de resistencia a la vez. Mi hija tiene 14 años, y durante todo este tiempo hemos estado cuidándola, llevándola donde necesita ir, pendientes de su alimentación, la ropa, sus estados de ánimo. Cuando somos pequeños no nos damos cuenta de todo lo que llegan a hacer por nosotros. En este sentido es un regalo. Pero a la vez hay tanta tensión, tantas horas de convivencia, que la familia es una prueba de resistencia. 

El escritor Xavier Bosch en Barcelona

La búsqueda de la verdad es omnipresente en gran parte de sus obras. Aquí, Joel hace una investigación profesional pero que cambiará su vida personal.

— Como periodista me doy cuenta de que, a veces, querer saber la verdad te puede llegar a castigar. Es un deber que tienes con la sociedad, pero que personalmente y profesionalmente no te hace ningún bien y se te puede girar en contra. Puedes vivir de una manera más angustiada, menos feliz. La mujer de su vida es un Se sabrá todo de la familia. Y en este contexto surge el dilema: ¿vale la pena que nos lo preguntemos todo, sabiendo que hay respuestas que nos pueden herir? ¿Ser el periodista Robin Hood que se lo juega todo a una carta sale a cuenta? No lo sé.

Joel es un periodista todoterreno, dispuesto a arriesgarlo todo, que trabaja en solitario y no está vendido a nadie. ¿Es una idealización de la profesión?

— Joel trabaja para él, no quiere amos ni productores, se la juega solo. Seguramente en el protagonista héroe hay una cierta idealización del oficio de periodista. Pero me gusta la gente que se la juega, aunque pierda. 

Más allá de la ficción, ¿cree que actualmente el periodismo funciona como una herramienta para suplir los vacíos que deja la justicia?

— Me da la impresión de que sí, de que trabajamos en paralelo con la justicia y de que a veces hay cosas que ellos no hacen y que el periodismo sí. Las redes sociales nos empujan a no silenciar nada, porque si no parecemos demasiado cómodas con el poder. Si teníamos la tentación de dejar de hacer nuestro trabajo, las redes y la ciudadanía nos han llevado a continuar cumpliendo con el compromiso implícito que tenemos con la sociedad, que es explicar las cosas que pasan.

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