Una escapada para cumplir diez mil años de historia en un día
Un recorrido por la comarca de Les Garrigues que pasa por la recuperación de paisajes esteparios, pinturas rupestres catalogadas por la Unesco y las últimas innovaciones agrícolas y tecnológicas

Les GarriguesCuando era pequeño, íbamos en bicicleta de Les Borges al Cogul, donde un hombre remojaba una roca pintada para resaltar unas figuras antiguas que eran de "la época de los moros". Después, en el Albagés encontrábamos a un compañero de clase, con quien nos apostábamos de comernos una langosta viva. Como perdíamos, nos animábamos charlando al fuego balas y granadas de mano de la guerra civil encontradas por la sierra; una diversión cortada en seco cuando a uno del grupo le ingresaron un mes en el hospital –salió como nuevo. Así eran los veranos en la comarca despoblada de Les Garrigues. Muchos años después, sigue siendo una comarca con más pensionistas que trabajadores y la menos turística de Cataluña. Pero algo se está moviendo. La inversión de diversas iniciativas públicas y privadas van subiendo el valor de los elementos del territorio, los vuelven atractivos a la vez que revitalizan este lugar vacío de personas y durante decenios careciendo de proyectos de un mínimo vuelo. Os proponemos un recorrido por descubrir este territorio todavía poco conocido.
Del aceite al vino, del vino al aceite
Hace unos años, en el Albagés, las heladas estropearon los olivos. Ante las incertidumbres, los elaboradores de Clos Pons tuvieron un dilema: o continuar o diversificar. Y escogieron la segunda opción. Rehicieron el cultivo de olivos y empezar la viña. En paralelo, construyeron un espacio polivalente acogedor, de madera y piedra extraída del mismo lugar, una bodega y un molino que atrae a un público fiel a las actividades que programan, desde desayunos de maridaje con aceite y vino de la misma finca hasta jornadas de vendimia.
En un proceso casi inverso, el molino de aceite Cuadrat Valley se gestó al norte. En la zona de Burdeos, Patrick Teycheney y su hija Caroline dejaron buenos trabajos para dedicarse al vino, cultivado en cuatro châteaus. Su mujer, Evelyne, limpia de un exiliado del Albagés, quiso reanudar los orígenes y adquirió varias fincas en el pueblo del Albagés hasta constituir la Finca Cuadrat, ochenta hectáreas de olivos, más una decena de azafranes y bosque. Del molino, dentro de la misma finca, en el 2021 mana el primer aceite ecológico. En un proceso meticuloso, elaboran tres variedades de aceite extra virgen que han obtenido ya reconocimientos nacionales e internacionales. Los premios continúan con el edificio que alberga el molino y varias salas para el público. Diseñado por dos arquitectos con raíces en el Albagés, el pasado año obtuvo un premio de arquitectura en París. Las paredes de piedra seca y la vegetación de secano garriguense lo vuelven discreto, mientras los voladizos sinuosos que rodean árboles y la vidriera ondulada y redondeada añaden calma en un entorno ya silencioso. A dieciocho metros bajo la roca viva excavada de la colina se sitúan el molino y los lagares, de hormigón y de acero verde, que combinan con un estrato verdoso de la roca, vegetación acuífera petrificada del mar que la cubría. Además de la visita al molino y de la adquisición del aceite, en el luminoso comedor –desde el que se divisa el territorio desde los Pirineos hasta los Puertos de Tortosa-Beseit–, probaremos su menú de aceite, con platos de calidad y vino de Burdeos.
La piedra voladora nos transporta al neolítico
Del Albagés vamos a la Roca de los Moros, en el Cogul. El nombre proviene de las figuras humanas pintadas en la roca, que cien y tantos años atrás las dataron "en la época de los moros". Erraron varios miles de años, dado que las figuras más antiguas pertenecen al mesolítico y el neolítico, entre 8.000 y 5.000 años antes de Cristo. Más tarde, se añadieron inscripciones de los íberos y romanos, y otros que no se han podido descifrar.
Antes una roca abandonada y desprotegida; hoy forma parte del moderno conjunto rupestre de la Roca de los Moros, que incluye visitas guiadas y pantallas interactivas. Además de contemplar las pinturas en la roca original (Patrimonio de la Humanidad de la Unesco), la reproducción de relieve permite afigurarlas a personas con dificultades de visión. Buena parte de la visita gira en torno a un pene. Desde inicios del siglo XX prevaleció la teoría de que las mujeres dibujadas ejecutaban una danza fálica, de fecundidad o fertilidad en torno a un hombrecillo con un pene descomunal. Pero el hombrecillo y el pene fueron añadidos (¿por algún gracioso?) con posterioridad. Una teoría reciente sostiene que las mujeres bailan, por parejas y engalanadas con collares, como parte activa de la tribu, con las mismas tareas de cacería que los hombres.
Si bien desde casa accedemos a una completa visita por internet —que el año pasado ganó el premio a la mejor página web de instituciones culturales europeas—, la cata virtual debe completarse en el mismo centro. Aquí nos espera otra innovación tecnológica: las gafas de realidad virtual. Una inmersión a través de la cual entraremos en el despacho de los primeros divulgadores catalanes y, sobre una piedra voladora, viajaremos 8.000 años atrás, donde con nuestra antorcha virtual iluminaremos las figuras y las haremos resplandecer con la mano.
Al salir del Centro de Interpretación tiene otra oportunidad de adquirir aceite extra virgen de Les Garrigues en la pequeña empresa familiar del molino Vilà. Dejamos el Cogul y nos dirigimos a unos terrenos documentados sólo 1.000 años atrás, cuando pertenecieron a los templarios (luego a la cartuja de Escaladei y en época reciente, se han ido abandonando). Es la reserva natural del Mas de Melons. Los pocos campos de cultivo que quedan se combinan con tierras baldías y, entre ellas, se están recuperando unas 1.000 hectáreas para formar un paisaje singular estepario, único en Cataluña. Ya se han señalizado 20 itinerarios botánicos y se han replantado 50.000 ejemplares de jara, esparto, tomillo, artemisia, cola de zorro o espernallac, que ellas mismas van colonizando nuevos terrenos. Además de rapaces como el buitre, el milano, el azor y el ratonero, el hábitat del Mas de Melons atrae a pájaros estépicos como la ganga, el cocido, el gorrión roquero, el collado o el verdugo.
No es extraño que esta biodiversidad atraiga a observadores de aves de toda Europa y que la reserva se haya dimensionado con cuatro observatorios, alguno curioso: un acecho medio enterrado, protegido por un cristal, ya palmos de distancia de la balsa donde abrevan. Cerca del edificio que sirve de información y exposición encontraremos, picado en la roca, un piador del siglo XII donde se pisaba uva. Con los prismáticos vamos hasta el mirador del Mas de Matxerri. Por la extensa llanura plantada de florales hierbas aromáticas vemos zorros y águilas cuencas que voltean indiferentes. Un trayecto tan balsámico como lo es distraerse con la puesta de sol en el horizonte lejano. Desde el banquillo hecho para la ocasión, la vista se esparce en el ocaso lento y cromático al final de la larga llanura. Y quizás algo más, si nos dejamos llevar por la inscripción de al lado: "Tal y como hace la collalba negra con su pareja, hemos construido este elemento de piedra seca para enamorarte".
El ave pequeña que ahuyenta un aeropuerto
El valle de Melons sigue su curso natural. Nosotros lo recuperaremos en la Timoneda de Alfés, en la comarca del Segrià. Aún quedan restos del aeródromo de 1929, que ahuyentó la alondra becuda. Es un ave pequeña, asustadizo y que durante muchos años desapareció de Timoneda. Sin embargo, la campaña de entidades proteccionistas a favor de la alondra obligó, no sin controversia, a cerrar el aeródromo ya finir el proyecto para convertirlo en aeropuerto.
El traslado de avionetas y aviadores facilitó que, en su lugar, en los campos de cultivo limítrofes abandonados se vayan replantando de especies como el tomillo (para nosotros timón, de donde deriva Timoneda). Un área árida estepara que a la vez atraerá a aves de estos hábitats, algunas en peligro de extinción como la rompe. Del camino desde el antiguo aeródromo hacia el suroeste, unos restos de muro marcan lo que en la Guerra Civil fue refugio antiaéreo del campo de aviación, entonces militar. Cerca, el polvorín enterrado donde guardaban las bombas que tiraban los aviones, de un bando, y más tarde del otro. Consta de una galería de treinta y cuatro metros de largo y cuatro galerías transversales de almacenamiento. El polvorín, que ha sido museizado, tiene forma de S para limitar la onda expansiva en caso de explosión.
Aquí lo tiene. Diez mil años de historia humana. De pinturas rupestres a pinturas electrónicas, y de modernas actividades agrícolas que han recuperado tierras abandonadas en la recuperación de espacios naturales tras ser abandonada la actividad agrícola.