Cine

Un hallazgo que cuenta la historia de la censura franquista

Un pequeño objeto, seguramente una pieza única, nos permite documentar hoy los problemas con la censura del mítico filme de Berlanga 'Plácido'

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Un fotograma de 'Plácido'.

Barcelona¿Puede un objeto contar, por sí solo, toda una película? ¡Por supuesto que sí! Recuerde, si no, el Santo Grial y el Arca de la Alianza de Indiana Jones, el trineo y la bola de nieve de Ciudadano Kane, el sello de Charla, la peonza deOrigen, las píldoras de Matrix, el zapato de La cenicienta o la espada láser de La guerra de las galaxias. Objetos que son imaginario colectivo, que ellos solos ya son míticos, explican ya la película a la que pertenecen y hablan por ella. ¿Qué buen cinéfilo no recuerda también al motocarro de Plácido, ese rudimentario vehículo que el protagonista –el grandísimo y añorado Cassen– debe pagar a plazos y que utiliza para publicitar la campaña de ayuda a los pobres empujada por el régimen franquista? Pues bien, qué gusto poder disponer desde hoy también de otro objeto para explicar Plácido. Un objeto más cinematográfico imposible: una claqueta.

Plácido es un filme histórico, un clásico de Luis García Berlanga nominado al Oscar a mejor filme de habla no inglesa, una obra maestra del cine español que, siempre es bueno recordarlo, se rodó en Manresa. Plácido, aparte de su propia historia argumental, tiene también una historia política. Como tantos filmes de la época, tuvo que surfear sobre un problema añadido: la asquerosa censura. La película es una cruda, desgarradora y muy afilada crítica al régimen franquista ya la terrible mirada paternalista que tenía sobre las clases sociales más desfavorecidas. La campaña estatal “Siente un pobre en su mesa” orbita sobre todo el argumento del filme. El gobierno, como supuesta medida de ayuda, estimulaba a las familias más acomodadas –mejor dicho, menos desfavorecidas– a “adoptar” pobres, mendigos, vagabundos y todo tipo de personas sin recursos e invitarles a una comida. Berlanga lo retrata con maestría, con gran elocuencia, mala baba y ese estilo tan suyo, tan injertado de humanismo, con la ayuda, claro, de su más fiel guionista, el gran Rafael Azcona. Pues bien, estaba claro que al régimen aquella mirada crítica no le satisfaría lo más mínimo. Berlanga y Azcona cimentaron con el paso de los años varios diplomas cum laudo en habilidad para sortear la censura. Pero el título Siente a un pobre en su mesa inicialmente previsto para el filme no pasó los filtros urdidos por los organismos oficiales del servicio de cinematografía. Hubo que buscar, pues, títulos alternativos. El primero fue Los bienaventurados, que parecía una buena opción y con el que se logró iniciar la producción y el rodaje. Un rodaje, por cierto, que el productor, el catalán Alfredo Matas, hizo todo lo posible para que tuviera lugar en Cataluña. El argumento del filme reclamaba que la localización fuera una ciudad de provincias con una notable densidad de población. La capital del Bages fue la escogida. Entonces rondando los 50.000 habitantes, la ciudad se entregó entusiasmada en el rodaje de Plácido, que ha quedado incrustado en la memoria colectiva como un episodio querido y relevante de la historia reciente del lugar. De hecho, hace dos años la ciudad conmemoró con actos, charlas y exposiciones en los sesenta años de la efeméride, un rodaje que contó con la decisiva implicación de los manresanos, ya que existe un buen puñado de escenas de exteriores en que los extras juegan un papel fundamental.

El cartel de la película 'Plácido'.

Un objeto revelador

Llegamos al instante decisivo de esa historia. Mi amigo Joan Ginjaume, fabuloso tendero del pasaje Arcàdia de Barcelona, incansable rastreador de tesoros por nutrir las ansias y los sueños de todo tipo de coleccionistas, me llamó hace poco con un anuncio prometedor: “Tengo un objeto cinéfilo que me parece que te va a gustar mucho”. Enseguida me hice cabeza y, en efecto, tenía un tesoro en sus manos. Una pequeña claqueta de madera con un adhesivo pegado: Los bienaventurados. Dir: Luis G. Berlanga. Caramba, esto es Plácido! En efecto, un objeto con vida y memoria que atestigua el título provisional que la censura tampoco aceptó y que finalmente se cambió por una tercera opción más blanca e inocua, imposible: el nombre del personaje protagonista, Plácido. Duele decir, pero me atrevería a sugerir que si no es una pieza única poco le falta. ¿Y de dónde salió? A Juan se la trajo una señora con una sola pista: su hermana tuvo que ver, de alguna manera inconcreta e indeterminada, con la producción de la película. La claqueta, seguramente con una tirada corta, se regalaría como objeto conmemorativo de cortesía durante el rodaje o la preproducción. Los años han pasado, Plácido se ha consolidado como un clásico perenne y se ha contado e historiado del derecho y del revés. Qué gozo poder contribuir a explicarlo de una forma nueva, con un pequeño objeto rescatado del tiempo y con vocación de posteridad.

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