Harto de los móviles como padre y como profesor

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BarcelonaQue miles de familias se hayan organizado para pedir que sus hijos no tengan móvil antes de los dieciséis ha abierto, por fin, un debate muy necesario. Como padre estoy harto de los móviles, y como profesor todavía más. A los padres nos han hecho creer que la revolución digital era buena porque la recomendaban expertos de aquellos que no pisan aulas y enseguida lo aplaudió el gobierno de turno, que pensó que lo de la tecnología maquillaría el problema de fondo que tenemos como sociedad. Para mí, todo fue a peor cuando se decidió terminar la primaria en sexto, y no en octavo.

Cuando un alumno, con 12 años, comienza la ESO cree que es mayor. Tiene otro horario y puede ir y venir de casa al instituto solito y en patinete. La sociedad ha creído que el móvil era un buen regalo de comunión, de cumpleaños o la manera de reciclar el viejo aparato cuando los padres se compraban uno nuevo. Hay institutos que en un principio aceptaron el móvil en el aula para trabajos y consultas, pero enseguida lo sustituyeron por tablets y portátiles. Pantallas más grandes, en definitiva. Desde hace tiempo en algunas escuelas los niños tienen ya portátiles propios en quinto de primaria. En la ESO, evaluar la competencia digital ya no tiene sentido.

El peor problema de las pantallas es la adicción que generan. Si a los adultos nos cuesta dejarlas, a los menores mucho más. Y esto es clarísimo, como hace muchos años que los adolescentes compran y beben bebidas energéticas que son terribles para la salud, y quienes mandan aún no han regulado su consumo. O sea que vamos siempre tarde, y por eso hay generaciones que pagan las consecuencias. Los resultados académicos no mejoran, entre otros factores, porque la pantalla los distrae. Con un buen uso es una herramienta magnífica, pero todavía son muy jóvenes y necesitan un control parental exhaustivo, por ejemplo para evitar el consumo de pornografía. Los móviles, en los institutos, nos dan graves problemas de convivencia.

La mayoría de centros lo prohíben directamente, pero todos lo llevan escondido en la mochila. A través de los móviles se hacen fotografías, a veces imprudentes e impúdicas, después las cuelgan en las redes y a partir de ahí escapan de su control. Hemos tenido menores con depresiones e intentos de suicidio por culpa de apropiaciones indebidas de imágenes, incluso de montajes falsos para hacer chantaje y mofa. El móvil y otros aparatos modernos son demasiado potentes, y tienen un lado oscuro del que haríamos bien en proteger a nuestros hijos, al menos todo el tiempo que se pueda. Los dieciséis parece una edad difícil de alcanzar si la sociedad no empieza a verlo claro. Tiene que ser un esfuerzo colectivo. Mi hijo mayor no ha tenido móvil hasta cuarto de la ESO. Para él ha sido duro y se enfadaba con nosotros porque era el único que no tenía. Bueno, educar es eso. Y sé que la presión social es muy alta. Pero cuando las familias nos comemos solas los marrones que afectan directamente a nuestros hijos, no queda otro remedio que organizarse para cambiar las cosas.

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