A veces los políticos se relajan y dicen lo que de verdad piensan y no lo que la estrategia partidista les obliga a repetir. Eso es lo que parece ocurrirle a Alberto Núñez Feijóo el viernes durante una comida con periodistas. Allí dejó caer tres bombas atómicas que han conmocionado al partido: que estaría dispuesto a conceder un indulto a Carles Puigdemont si se dieran ciertas condiciones (arrepentimiento, renuncia a la vía unilateral, etc.); que estudió durante 24 horas la posibilidad de ofrecer una amnistía a los encausados por el Proceso durante los contactos que el PP mantuvo con Junts para la investidura, y que considera que el juez Manuel García-Castellón lo tendrá muy difícil para demostrar el acusación de terrorismo en el Proceso (cuando él mismo ha afirmado públicamente que en Cataluña hubo terrorismo). Todo ello, tres torpedos que contradicen la línea que han mantenido el PP y el propio Feijóo desde el 23-J, y que ha sumido al partido en una mezcla de estupefacción y malestar.
El líder popular ha intentado apagar el incendio provocado por sí mismo matizando sus palabras, pero lo máximo que ha conseguido es una tregua temporal, hasta el domingo, porque ahora mismo la prioridad absoluta del PP es mantener la mayoría absoluta en Galicia. Ahora ya es evidente que un vuelco en Galicia tendría unas consecuencias nefastas para Feijóo, pero es que incluso en el caso de retener a la Xunta el liderazgo de Feijóo ha quedado muy tocado. Porque ahora sabemos que cuando Feijóo llamaba a la ciudadanía a manifestarse contra la amnistía o amenazaba con ilegalizar partidos independentistas, él pensaba otra cosa. Y en lugar de intentar imponer su visión al resto del partido, es decir, en lugar de líder, Feijóo se ha limitado a seguir las instrucciones que le llegaban del conglomerado de la derecha madrileña (política, económica y judicial), que es la que manda realmente. Por último, entre hacer lo que él consideraba mejor para su país y primar los intereses de partido, Feijóo ha elegido esto segundo, haciendo un papel en el que no creía y aplicando una hipocresía sin límites.
El domingo por la noche sabremos lo ocurrido en Galicia, y el lunes en los despachos de Madrid empezará a debatirse sobre quién debe sustituir a Feijóo como líder del PP, porque ya nadie confía en ello. Por eso la única salida digna que le queda al líder gallego es dar la cara, defender el proyecto político en el que cree de verdad y enfrentarse directamente a Isabel Díaz Ayuso y José María Aznar. Y si se ve incapaz de ganar esta batalla, lo que tiene que hacer es plegar y marcharse a casa. Pero lo que no puede hacer es mantenerse en la poltrona de Génova cuando todo el mundo sabe que no comparte la línea dura con Catalunya que le exigen desde Madrid, y que está abierto a fórmulas para superar el conflicto político. ¿Con qué credibilidad podrá ejercer ahora como jefe de la oposición o convocar protestas? En política, como decía Josep Tarradellas, puede hacerse de todo menos el ridículo.