El hombre que no amaba a las mujeres

Esther Vera
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Cuando la decencia política abandona la permanente y cansada defensa de la democracia y los electores se acomodan al espectáculo de la demagogia se acaba pagando muy caro. Entre sorprendidos y avergonzados, muchos norteamericanos vieron el miércoles el asalto caótico a la principal institución del país y el ataque a la prensa por parte de un grupo de fanáticos, conspiranoicos y miembros del alt-right que habitualmente vociferan en las redes sociales. Los dos objetivos fueron directamente señalados por Donald Trump, que instó a las masas a no aceptar el resultado electoral con la chulería habitual que cree que lo situa por encima de la ley y del respeto a los demás, ya sean mujeres, afroamericanos o cualquiera que no se pliegue a su estilo asediador.

El asalto al Congreso no puede sorprender a nadie y son tan responsables los asaltantes como los republicanos que no le han hecho frente, los periodistas que lo convirtieron en un espectáculo, los hombres que no lo han parado en sus insultos, las mujeres que no lo han denunciado, quienes han colaborado aceptando cada día una degradación más del debate público, una bajeza más.

El ataque al Congreso se saldó con cuatro muertos y la ratificación de la victoria de Joe Biden, además de la vergüenza internacional de la gran potencia. Humillado, el sistema político solo se recuperaría con el cese inmediato del todavía presidente, quitándole así la cerilla y el bidón de gasolina.

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