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Barcelona¿Cuántos discos realmente indiscutibles ha dejado la música pop en catalán en los últimos cincuenta años? Se pueden contar con los dedos de una mano –o de ambas si nos ponemos generosos–. Nadie se atrevería a dudar de Dioptria ni su trascendencia. Tampoco se discute la explosión transversal deLos mejores profesores europeos. Ni por supuesto de Para mi amigo, Alenar o Alegría. Tenerlos, pero poquitos. Podríamos dedicar un diario entero a detallar motivos, pero el hecho es que cuando uno de ellos cumple cincuenta, la celebración debe estar a la altura. Este año se celebra el primer medio siglo del álbum Cualquier noche puede salir el sol, de Sisa, el artista galáctico, el contador de estrellas, el músico sideral al que este disco le cambió la vida. Y, de paso, cambió también el devenir de la música del país.
Jaume Sisa en una imagen de archivo.Arxiu Jaume Sisa
Situémonos en 1975, faltaban pocos meses para que muriera Franco, aunque los jóvenes le habían superado hacía tiempo. La revista Ajoblanco se publicaba hacía semanas, Zeleste ya estaba abierta, en verano se haría el primer Canet Rock y nombres como la Orquesta Platería, Pau Riba, Ia & Batiste, Oriol Tranvía o el propio Sisa formaban una nueva generación nacida desde el subsuelo con la idiosincrasia de querer limpiar con el pasado. Era el tiempo de la contracultura. "Fue un momento de efervescencia que no duró demasiado, el del underground surrealista", recuerda Jordi Batista, de Máquina e Ia & Batiste. Una década antes, Els Setze Jutges habían revitalizado la escena catalana y la habían politizado, pero en los años 70 eran el turno de una nueva camada, marcada por el traspaso de década, los aires revolucionarios y la aparición fulgurante del Dioptria, de Pau Riba. "Bufaban aires de libertad, y no tenía una explicación estrictamente musical, sino más bien política", aclara Joaquim Vilarnau, de la revista Enderrock.
Como ocurre con casi todas las cosas buenas, de un principio se movieron por los márgenes, antes de llegar al gran público: "Éramos intrascendentes por las radios y te oías de una minoría, pero era tu minoría. La gente se escuchaba a Serrat, La Trinca, Manolo Escobar." Pero era evidente que algo había cambiado: "La escena debía estar en un punto maduro y juguetón. Ya habían traducido las influencias anglosajonas y buscado las raíces del folclore catalán para empezar a mirar en otras direcciones", afina el promotor Quique Ramos.
En este contexto, Sisa no acababa de arrancar. Hijo del Poble-sec y con graves problemas de visión desde la cuna –sumaba 25 dioptrías a cada ojo–, el cantante pasó por el Grup de Folk y debutó solo en 1968, con 20 años. En la cubierta lucía una melena afro extraordinaria, pero lo que había dentro todavía era mejor, El hombre dibujado. Aún hoy es una carta de presentación mayúscula, una canción surrealista e infecciosa a la vez, un debut abiertamente pop que empezó a situar a Sisa en su sitio. Pero nada más que en cuanto a trascendencia, algo incomprensible escuchado con cinco décadas de perspectiva. Tiempo después, en 1971, llegaría su primer elepé, Orgía, con el que tampoco despegó. "Estaba muy arriba, para ser joven, pero a la vez muy abajo, porque me sentía fracasado y marginado. Nadie me metía caso y no conseguía vivir de la música, que era lo que yo quería", explica Sisa, que había aceptado un trabajo normal en una aseguradora. Y entonces llegó Cualquier noche puede salir el sol, el disco.
Reedición remasterizada del disco original publicado en 1975.Satélite KReedición remasterizada del disco original publicado en 1975.Arxiu Jaume Sisa
El mejor estudio de Barcelona
Ese álbum era la última bala, y salió bien. "Tenía asumido que quizás debía tocar sólo para mí y mis amigos", explica hoy el cantante. El gran culpable que decidiera volver al estudio de grabación para intentarlo una vez más fue Rafael Moll, que junto a Víctor Jou, ambos responsables de la Zeleste, acababa de abrir un sello propio dentro de Edigsa, discográfica responsable de Joan Manuel Serrat, La Trinca y Ovidi Montllor, entre otros. La instrumentación correría a cargo principalmente del propio Sisa y del pianista Jordi Vilaprinyó, mientras que Moll fue su productor, años antes de trabajar con nombres como Gato Pérez y El Último de la Fila. Cualquier noche puede salir el sol se grabó en el estudio Gema2, en la calle Sardenya, que en ese momento era uno de los mejores de Barcelona. "Tenía una sala enorme donde cabía una orquesta de ochenta tíos. Recuerdo que el dueño era un andaluz muy simpático llamado Ortiz que también se dedicaba a la ganadería de toros y que no entendía nada de lo que yo hacía. Tampoco le interesaba", rememora Sisa.
El 3 de mayo de 1975, el doce pulgadas se presentó en Barcelona. En Zeleste, claro. "No tuve la sensación de haber hecho nada especial ni extraordinario. Ha sido más un fenómeno que se ha ido haciendo mayor con el tiempo". Tal que se ha convertido en leyenda. El álbum era el resultado de una ambiciosa mezcla de géneros, en la que se encontraban espacios por donde ya había transitado Sisa –canción de autor, folk dylaniano– con la modernidad –rock progresivo–, y que mezclaba con genialidad la orquesta psicodélica y cierto espíritu sinfónico. Aquel cóctel tenía por resultado una triple e: imbatible, irresistible e irrepetible. "Representa una fusión única de varios elementos de la cultura y contracultura catalanas de los 70. Es un universo poético mágico, muy personal, y en el que musicalmente mezcla muchas cosas", dice la cantautora Ivette Nadal.
"No tengo ni idea de por qué funcionó tanto. Enganchó y aún no acabo de entender los motivos", explica Sisa. No es un disco nada excesivo, al contrario del Dioptria, que salió en dos partes. Éste era corto, de sólo ocho canciones. Del inicio, con El hijo del maestro, al final, Cualquier noche puede salir el sol, había una demostración continua de la brillante capacidad narrativa y poética de Sisa. La exploración de un mundo mágico, naïf, juguetón y surrealista, que navegaba por la fantasía y la ternura mirándose a las estrellas desde un apartamento del Poble-sec. "Todo está reflejado. Sisa tiene una visión galáctica en la que puedes entender el Universo a partir de algo muy pequeño, que un instante en una vida podría ser como una eternidad", afirma el escritor Miqui Otero.
Hoy en día, y con su legado en perspectiva, es muy fácil reconocer la genialidad de este álbum, pero en la época ya había quien se daba cuenta de que no era un elepé bueno como cualquier otro, sino que era superior: "Me doy cuenta de que estoy ante un disco importante, si no apuesta por una poética individual, nar sino la precaria afirmación de un yo frágil entre un nosotros insuficiente", escribía en El País Manuel Vázquez Montalban.
Una huella galáctica
Tan importante como Highway 61 Revisited para la música estadounidense. Igual de influyente aquí como el Rubber soul en Reino Unido. En términos de herencia, la huella de Cualquier noche puede salir el sol en los Països Catalans es incalculable. "Veo que hay grupos de hoy que quizás me han escuchado. Además, me gustan mucho", dice Sisa cuando se cita a Manel o La Ludwig Band. También está, claro, la conexión astronómica con Antònia Font, herederos en eso de pasearse por las estrellas, como Albert Pla, Quimi Portet y El Petit de Cal Eril, porque sí alguien en ese país inventó el pop metafísico es precisamente él: "Es bonito que alguien que viene de abajo sea quien artísticamente haya llegado tan arriba. Sisa es el mito".
La realidad es que la lista de bandas que han reconocido su influencia es rica y plena. De Joan Colomo a Mishima, Tarta Relena, Joan Garriga o Maria Rodés. Algunos participaron en el homenaje que se le dedicó en julio de 2022, coincidiendo con el día en que el Ayuntamiento de Barcelona anunció que le otorgaría la Medalla de Oro al Mérito Cultural.
Los ejemplos del enorme legado de este disco dentro de la cultura popular catalana son incontestables. Hay una web de actualidad musical que se llama Cualquier noche, nombre nada casual. Y una gran campaña a favor de la acogida de refugiados que se llamó Casa Nostra Casa Vostra. Tampoco es casual. Un maravilloso dúo de indie folk psicodélico de Vic se llamaba igual que la tercera canción del disco, Hermano aire. "Recuerdo encontrar un casete de mi madre por casa y ponerlo en el walkman, entre Ramones y Lou Reed. Cuando le escuché por primera vez pensé que había algo realmente interesante de nuestra cultura", recuerda Luca Masseroni, cantante de Germà Aire, hoy sin actividad después de tres álbumes excelentes. 'una reedición, que publica el sello Satélite K este invierno y que consta de una edición limitada de 250 elapés con una nueva versión remasterizada, Ivette Nadal está preparando un espectáculo que se estrenará en el Barnasants, Ivette Nadal canta a los galácticos, en el que reinterpretará el universo de Sisa y Riba.
Jaume Sisa nunca se ha visto demasiado bien, ni al parecer tampoco fue consciente de la magnitud de lo que había hecho cuando grabó este disco, pero el caso es que abrió una puerta que se ha mantenido bien abierta durante medio siglo. "Junto con Pau Riba, ha sido nuestro Dylan. Ha hecho una postal de cada frase", dice Joaquim Vilarnau. Afortunadamente, su viaje no terminó en 1975, porque detrás de El hombre dibujado y Cualquier noche puede salir el sol vendrían otros álbumes y canciones apoteósicas: Catedral, La noche de San Juan, La magia del estudiante, Enfermos de cielo o su colaboración con Melodrama. Y muchos otros. A Sisa no te la acabas nunca.
Jaume Sisa en el escenario del Festival Grec 2022 en el que el maestro galáctico y sus amigos interpretaron 'Enfermos del cielo'.Cristina Calderer
Bienvenidos a Villa Montserrat
Antes del disco ya estaba el himno. Considerada mayoritariamente como la gran canción de Jaume Sisa y una de las mejores canciones catalanas de siempre, una de las primeras veces que Sisa tocó Cualquier noche puede salir el sol en directo fue en el espectáculo Villa Montserrat , que hacían conjuntamente con Ia & Batiste en 1972 en el teatro Capsa.
Durante el show, los músicos se disfrazaban de varios personajes –militares incluidos– y actuaban frente a un decorado de una obra de Folch y Torres. "Todo era una patilla, pero así hacíamos las cosas entonces: surrealistas y con pocos recursos. Estábamos muy lejos del establishment", recuerda Jordi Batiste, quien explica la relación de la canción con una casa familiar en Sant Climent de Llobregat llamada Villa Montserrat, donde iban muchos fines de semana su grupo de amigos, entre ellos.
Por lo que explica Batiste, en un principio Cualquier noche puede salir el sol cogió como título el nombre de esta casa, y tenía una pequeña parte de la letra diferente que le incluía: "La canción se llamaba Villa Montserrat y al verso del inicio cantaba Oh bienvenidos pasáis pasad áquina o Ia & Batiste. Nadie dudaba de que era una canción extraordinaria, pero que llegara a donde ha llegado quizás no era tan evidente cuando la empezó a tocar: "¡No lo imaginaba ni él!", exclama Batiste.
¿La clave? Un estribillo espectacular, el elemento claramente pop de enumerar personajes del momento y un espíritu buenista intangible: "Emana una esperanza que hoy en día está totalmente vigente y nos evoca una nostalgia colectiva", explica la cantautora Ivette Nadal. Una canción inmortal que años después daría nombre, y cerraría, el disco clave de su creador.