Kirk Kerkorian, el magnate fantasma tras los casinos más grandes de Las Vegas
El emprendedor armenio murió con un patrimonio estimado de 4.000 millones de euros
Hasta finales de la década de los cincuenta del siglo pasado, la ciudad de Las Vegas (Nevada) era una aldea en medio del desierto con unas características muy adecuadas para instalar bases militares e incluso realizar pruebas nucleares . En las cercanías de la ciudad se encuentra la base de Nellies de la fuerza aérea y, especialmente, la legendaria Área 51, que siempre ha estado en el punto de mira de los conspiranoicos por los secretos que le rodean. El detonante de los cambios que llegarían años después fue la legalización de los casinos, en 1931, una decisión que permitió que Las Vegas empezara a hacerse un hueco en los mapas.
Pero desde los años cincuenta todo se aceleró. El hotel casino Moulin Rouge (1955) creado por los inversores Schwartz y Rubin, entre otros, fue el primero de su ámbito sin segregación racial. En la década de los sesenta se produjo la gran expansión, con inversiones de magnates como Howard Hughes o el menos conocido en ese momento Kirk Kerkorian (1917-2015). Nuestro protagonista había nacido en California en un entorno poco favorecido (su padre había sido un pequeño empresario arruinado cuando él tenía cuatro años), miembro de una familia de origen armenio –su abuelo había huido del genocidio–. Tras dejar sus estudios antes de acceder al instituto, probó suerte con el boxeo, ámbito en el que tuvo algunos éxitos en categoría amateur. Cuando estalló la Segunda Guerra Mundial, se alistó en el ejército como piloto, donde llevó a cabo algunas misiones que podrían definirse como temerarias.
Acabado el conflicto, no se desvinculó de la aviación, sino que todavía haría negocio comprando y vendiendo viejas aeronaves. La actividad resultó muy lucrativa, hasta el punto de que acabó montando su propia línea aérea, la Trans-International Airlines. A principios de los años sesenta, la compañía había crecido tanto que llamó la atención del fabricante de automóviles Studebaker, que pagó 10 millones de dólares por quedársela. La gestión del nuevo propietario no fue muy acertada, por lo que sólo un par de años más tarde Kerkorian pudo recomprarla por una cuarta parte de lo cobrado. El destino de algún dinero ganado en la transacción le sirvió para adquirir treinta y dos hectáreas de suelo en las inmediaciones de Las Vegas, que a los pocos años serían los terrenos donde se levantaría el mítico Caesars Palace, el casino más grande de la zona.
Poco antes de que las inversiones en juego empezaran a proporcionar rentas, Kerkorian sacó a bolsa a la compañía aérea, lo que le permitió ingresar más de 60 millones de dólares. Pero el mayor provecho lo sacaría en 1968, cuando vendió sus acciones a la Transamerica Corporation por 100 millones. En paralelo a esto, decidió replegarse temporalmente de las inversiones en Las Vegas porque no era ningún secreto que el Caesars Palace tenía ciertas conexiones con la mafia. Más adelante esto le traería problemas. Vendió su participación en el casino y un año después, en 1969, abrió su propio establecimiento, el International, el hotel y casino más grande del mundo. El prestigio de este nuevo centro de ocio hizo que personalidades como Barbra Streisand, Cary Grant o, sobre todo, Elvis Presley estuvieran vinculados de una u otra forma.
En plena ola de éxito en los negocios, Kerkorian llevó a cabo una operación muy significativa: compró sus estudios de cine Metro-Goldwyn-Mayer, sin duda uno de los más reconocidos de la historia del séptimo arte. Su carrera como empresario fue fulgurante, aunque tuvo que superar algunos obstáculos graves, como las abundantes multas a las que tuvo que hacer frente a principios de los setenta fruto de las investigaciones sobre la relación entre la mafia y los casinos , y más tarde por el incendio devastador que destruyó el MGM Grand, su principal hotel (1980). Sus inversiones fueron mucho más allá de los casinos, porque tuvo paquetes importantes de la General Motors y de la Ford, entre otras muchas compañías.
Repasando su vida no se puede obviar su labor filantrópica, desarrollada tanto en Estados Unidos como en la Armenia de sus ancestros. Desde la creación de la fundación hasta su muerte, se calcula que otorgó donaciones por valor superior a los 1.100 millones de dólares. Un rasgo fundamental de su personalidad fue la obsesión por la privacidad, que hizo que algunos de sus trabajadores se refirieran a ella como “fantasma” porque casi nunca podían verlo. A su muerte, su patrimonio se estimaba en unos 4.200 millones de dólares (3.935 millones de euros).