Aunque los partidos se han apresurado a empezar la campaña electoral del 12-M, es imprescindible aprender las lecciones de la legislatura que acabó de forma abrupta el pasado miércoles cuando todo apuntaba a que Pere Aragonès podía ser el primer presidente en agotar el mandato desde José Montilla. Sin embargo, la decisión de los comunes de tumbar los presupuestos evitó este final en un mandato que ha sido muy inestable desde el inicio, con mayorías cambiantes, con quebradizas, reencuentros y un final con un protagonista inesperado, los comunes. Recordemos que Pere Aragonès fue investido con los votos de la CUP y Junts después de una negociación agónica con estos últimos y una investidura fallida. El inicio ya daba pistas de que el camino iniciado por el primer presidente de ERC desde la República no sería fácil. Pronto la CUP, que había sorprendido con un pacto de investidura rápido, se descolgó y la mayoría independentista dejó de ser operativa. En este contexto, el pulso constante entre Junts y ERC acabó con los primeros abandonando el Govern y declarando la guerra a su exsocio. Sin embargo, antes tuvo tiempo para aprobar unas cuentas con Junts i els comuns. Entonces Aragonès tuvo que mirar hacia la izquierda y buscar el apoyo de los comunes y el PSC, lo que permitió aprobar los presupuestos de 2023. Y cuando el pacto con el PSC parecía encauzar los de 2024, llegó el giro inesperado .
Para hacerse una idea de cómo ha ido este estropicio sólo debemos tener en cuenta que primero hubo una investidura con tres partidos (ERC-Junts-CUP), después un Gobierno bipartito (ERC-Junts), en continuación unos presupuestos con los votos de ERC, Junts y los comunes, a continuación un Gobierno monocolor de ERC, unos presupuestos con ERC, PSC y Comuns y, finalmente, el desenlace del pasado miércoles. No ha habido, pues, ninguna combinación estable. Juntos pasó de ser Govern a ser oposición, el PSC de ser oposición a ser socio del Govern (poniendo condiciones muy duras de tragar para ERC como el Hard Rock o la B-40, eso sí), y los comunes de votar unas cuentas con Junts a derribar a un Govern que tenía un pacto con el PSC. Se hace difícil encontrar más tacticismo político en tan poco tiempo. Cada uno hará las lecturas que crea convenientes, pero no cabe duda de que en todos estos movimientos han primado los cálculos electoralistas sobre el bien común.
Sea como fuere, este espectáculo no puede volver a repetirse. Del 12-M debería poder salir un Gobierno fuerte y estable, con un programa común y una mayoría asegurada. Y esto es evidente que sólo podrá hacerse a través de una herramienta: la negociación y el pacto. Ahora bien, estas negociaciones y pactos poselectorales deben ser transparentes y, sobre todo, honestos. Con voluntad de durar toda la legislatura. El país no puede estar sometido a los vaivenes de unos y otros, a las ocurrencias o jugadas maestras. En la campaña debe quedar claro qué tipo de gobierno quiere cada uno y qué programa tiene. Y al día siguiente del 12-M la aritmética definirá las posibles combinaciones. Entonces será el momento de la política en mayúsculas.