Por dónde empiezo

Soy madre y soy trans

Cuando hablamos de los hijos, tú y yo somos idénticas, pero no sabes cómo soy, o quizás ni si existo

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BarcelonaNo me conoces y es triste. Cuando hablamos de los hijos, tú y yo somos idénticas, pero no sabes cómo soy, o quizás ni si existo. Verás. Si tuvieras que abandonar tu casa y volver a empezar con ellos, ¿no les dejarías escoger incluso los colores de las paredes del piso que lograras alquilar, aunque acabaran pintadas de verde y lila? ¿Y no comprarías los mejores muebles para su habitación y, con lo que te quedara, llenarías el resto con Ikea? Seguro que rezarías para que, de aquel piso, tus criaturas hicieran un hogar y, para hacerlo más fácil, adoptarías un gato o un perro, y dejarías que tu hija le pusiera el nombre, aunque escogiera Purpurina, Piña o Música.

Creo que si tú, estando con tus hijas, tuvieras miedo de que te señalaran en lugares públicos, sean tiendas, bares, juzgados, museos o parques, y que ellas pasaran un mal momento, serrarías los dientes, se te encenderían los ojos y entrarías igualmente en ese espacio. ¿O permitirías que el prejuicio social te impidiera cuidarlos? Seguro que corregirías cada error o maltrato con formularios, reclamaciones o, si fuera necesario, con algún grito. Bien, quizá a veces te retirarías si la batalla no valiera la pena o ya tuvieras demasiado, pero no se lo dirías nunca. Para relajarte escogerías el lugar de vacaciones más bonito o cultural que pudieras ofrecerles, siempre que no fuera demasiado peligroso para ti. Si esto excluyera al 85% de los países y muchos espacios del nuestro, con una sonrisa te dirías que así la elección es más fácil.

Y en la escuela, el instituto o las extraescolares, ¿no vigilarías que no hubiera nada que pudiera herir a tus hijos por ser cómo son o porque tú eres cómo eres? Les preguntarías cada día cómo les va, te leerías el proyecto educativo, pedirías la entrevista. Y si te llamaran del centro en medio de una reunión de trabajo, supongo que la dejarías para ir a recoger a tu hijo con una herida. O a tu hija cuando tuviera una regla fuerte. Si tuvieran un dolor agudo en el lado derecho, seguro que les llevarías al hospital y, si fuera apendicitis, te quedarías en vela todas las noches.

De valores, amor y cuidados, no menos que tú

Tú harías todo esto, como yo, pero no me conoces. Por eso podrías decir, como hizo en el juicio de divorcio la psicóloga forense de la otra parte, que soy un peligro para mis hijas. Que no soy buen ejemplo. Que tengo patologías mentales que me impiden cuidarlas. Que soy trans o transexual o transgénero, o cómo lo digan los machirulos machistas o las feministas transfobas hiperventiladas que sigues por redes invasivas o en columnas de opinión ignorante. Y porque no me conoces, lo dirías sin vergüenza y con el privilegio del canon social y la ampulosidad de la supuesta lógica de una biología de la que sabes mucho menos de lo que crees.

Pero ahora, quizás, me empiezas a conocer y ojalá, a reconocer. Mi vida no transcurre en subjuntivo y condicional, como te lo he escrito hasta ahora, sino en un presente y un futuro indicativos que ya están aquí y van a durar para siempre. Soy madre y soy trans, y espero de ti el respeto que merecemos todas las madres que amamos y cuidamos de nuestros hijos. Y, como yo, todas las mujeres que somos trans. Porque se trataba de eso, ¿verdad? De valores, amor y cuidados, y de eso, querida mía, no vamos más cortas que tú.

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