El Tribunal Supremo ha dado un paso más, e importante, para crear el mito Puigdemont. La decisión de investigarlo –a él y al diputado Ruben Wagensberg– por "terrorismo" en la causa del Tsunami Democrático aumenta la legitimidad moral del expresidente en el exilio. ¿Puigdemont terrorista? Es tan extemporánea la acusación, tan fuera de lugar, que sólo puede dar razones y credibilidad al líder independentista catalán. Querer hacer pasar un acto de desobediencia civil no ya por una revuelta violenta sino por una acción terrorista no tiene pies ni cabeza. Cualquier persona con dos dedos de frente ve una evidente manipulación con una clara intencionalidad política. Aquí y en Bruselas. El alto tribunal no sólo está reforzando la figura de Puigdemont, sino que se está desacreditando a sí mismo. Pero siguen, inasequibles al desaliento.
Incluso en España, donde el recuerdo de ETA hace que la gente sepa muy bien qué es terrorismo, por mucha distancia nacional y sentimental que muchos ciudadanos sientan respecto a Puigdemont, pocos lo calificarían de terrorista. Seguro que le dedican adjetivos lo bastante desagradables –fugado, cobarde, antiespañol, loco, caudillo... lo que queráis–, pero no terrorista. Básicamente porque no lo es, claro. Pero los jueces del Supremo, desenfrenados e indisimuladamente enfrentados con el gobierno de Sánchez, se han dejado ir retorciendo hasta lo absurdo la lógica jurídica. Su maniobra contra la ley de amnistía es diáfana y sarro. Han perpetrado una nueva argucia jurídica que les aleja de la realidad, que crea una realidad de ficción. ¿Terrorismo? ¿De verdad? Pero ya nos tienen acostumbrados.
Claro, la justicia seguirá su curso, implacablemente. Lo que tendrá efectos políticos desestabilizadores para el gobierno Sánchez. Esto, y la revancha contra Puigdemont, es lo que quieren. Dos pájaros de un disparo. Lo que no calculan es el futuro efecto sobre Catalunya. Nunca piensan en ello. ¿Y cuál es ese efecto? La mitificación del expresidente. Están creando un nuevo Macià o un nuevo Tarradellas. Habían sido políticos discutidos, con trayectorias complejas y discutibles, pero al regresar del exilio, en 1931 y 1977, ambos fueron recibidos y aclamados con una fervorosa popularidad. Entre el regreso de Macià y el de Tarradellas pasaron poco menos de 50 años. Un ciclo temporal que puede repetirse entre Tarradellas y Puigdemont, que tarde o temprano acabará viniendo y será recibido multitudinariamente, como un auténtico héroe. Cuanto más se le quiera castigar, cuanto más exagerada sea la persecución jurídico-política, mayor será su aura. El instinto popular es así.
El hecho de que Puigdemont haya llevado Junts a rebajar su radicalismo y entrar en el juego político español, haciendo presidente al socialista Pedro Sánchez, y que a pesar de ello la justicia le trate como posible "terrorista", no hace sino aumentar a Cataluña el sentimiento de distancia y estupefacción. ¿Cómo puede ser? Por decirlo llanamente: "Ni si te llevas bien no te perdonan". Así se ve en la calle. Puigdemont, víctima de una revancha persistente. Y el Tsunami Democrático, un movimiento civil que nació para canalizar la protesta de forma "no violenta", tal y como explícitamente consta en sus comunicados, convertido exactamente en lo contrario por arte y magia de un tribunal obsedido.
La decisión del Supremo, aparte de sublevar a los afectados y su entorno inmediato, también ha generado preocupación, y mucha, entre quienes, sin renunciar a las propias convicciones, hace tiempo que defienden el diálogo y la negociación, entre ellos el mismo diputado republicano Wagensberg. Es decir, en ERC, pero también en el PSC y los comunes. Porque sin duda supone un problema grave para la estabilidad en la Moncloa, y de paso para el gobierno de la Generalitat. Pero sobre todo –y esa es la cuestión de fondo– supone cortocircuitar la vía, ya de por sí lenta e incierta, de la resolución política del pleito soberanista. Es volver al bucle. El Supremo, al servicio del enfrentamiento patriótico disfrazado de justicia. ¿Puigdemont y el Tsunami terroristas? Por favor!