El naviero catalán que prosperó con la Primera Guerra Mundial
La empresa de transportes de Antoni Tayà despuntó con el conflicto militar y desfalleció con la paz
Es el 21 de julio de 1928. Un verano caluroso y sin lluvias. El empresario Ricard Tayà está inquieto, suda y se siente angustiado. Anda sin rumbo por el almacén de su empresa en la calle Tamarit, en Barcelona, hasta que toma con determinación el camino de su despacho. Cierra la puerta y se queda solo. Saca un revólver del cajón y sin tiempo para arrepentirse, se dispara en la cabeza. El sonido del disparo y el impacto de su cuerpo al chocar contra el suelo alarman a los trabajadores, que entran apresuradamente en el despacho para encontrar ante sus ojos una escena dramática. Acaba de deshacerse del tándem familiar, Antoni y Ricard, que durante más de una década había dirigido los negocios familiares.
Casi siempre que hablamos de fortunas catalanas de finales del siglo XIX al XX, nos referimos a capitales acumulados gracias a la industria del algodón. A mucha distancia, quedan otras actividades del textil (seda, lana), u otros sectores como la química y el comercio. Pero el negocio que nunca aparece cuando hablamos de estirpes catalanas es el naviero. En ese sector una familia tuvo un triunfo rotundo, pero fugaz. Eran los Tayà, que procedían de la industria de la madera y que en la segunda generación decidieron dar un giro a los negocios para invertir en barcos. Los hermanos que encabezaron la empresa familiar Hijos de José Tayà fueron Antoni y Ricard Tayà.
La Gran Guerra fue un conflicto bélico que dejó un rastro de 17 millones de muertos y unas heridas que pocos años después volverían a abrirse. Pero como en la vida todo tiene dos caras, algunos territorios salieron muy beneficiados y uno de ellos fue Cataluña. La crisis que la conflagración provocó a las compañías navieras europeas abrió un resquicio a algunos emprendedores catalanes para operar en un mercado que hasta ese momento no era nada tradicional entre las fortunas del país. En 1909 Antoni Tayà, junto con sus hermanos Ricard y Josep, había creado la firma Hijos de José Tayà, una compañía dedicada al comercio de la madera, un sector en el que la familia tenía raíces profundas. Cinco años más tarde, Antoni Tayà lideró la gran apuesta familiar por el sector naviero, a la vista de que las compañías europeas se habían quedado sin flota por la militarización de las embarcaciones. La primera adquisición fue un vapor de origen vasco por el que Antoni Tayà pagó 440.000 pesetas (1915); más tarde vendrían una serie de naves, hasta completar una flota de doce barcos en sólo dos años. El músculo financiero que le aportaba el negocio de la madera –dirigido por su hermano Ricard– y los propios beneficios de las rutas marítimas le permitieron situarse en el tercer puesto de las flotas con base en Barcelona, sólo por detrás de ambos gigantes Trasmediterránea y Trasatlántica.
Pero Antoni Tayà quería más. El primer paso para dar un salto exponencial en los negocios fue la entrada en el segmento de los transatlánticos, después de comprar dos vapores en el Marqués de Gelida. La expansión también implicaba diversificación, adquiriendo la papelera La Gelidense (también en el Marqués de Gelida) y el diario La Publicidad, al que la familia dio un gran impulso. En 1918 ya habían llegado al cenit con un holding que incluía la importación de madera, la actividad naviera con una gran flota, el diario La Publicidad y minas de carbón en Teruel.
Todo parecía ir sobre ruedas para Antoni Tayà y su familia, que, como la mayoría de operadores de navieras catalanas, consideraron que la bonanza se alargaría más allá del fin de la Guerra. Pero las previsiones no se cumplieron ni mucho menos. A partir de 1921 las flotas europeas habían recuperado la normalidad y, como resultado, el precio de los fletes se derrumbaron y la mayoría de las compañías locales quebraron. Ese mismo año llegó el punto de inflexión para la naviera Tayá, que entre dificultades financieras, naufragios y ventas de barcos, inició una descomposición acelerada. La crisis acabó por arrastrar todos los negocios familiares, por lo que hacia finales de la década la situación ya era insostenible. Mientras Antoni Tayà intentaba salvar todo lo posible, su hermano no resistió la presión y puso fin a sus días con la escena con la que abríamos este escrito.