Amor y pimienta

"Necesito hablar de él, no me la esquives como hacen todos, por favor"

¿Se puede vivir en una sombra?

3 min
Sombra

Murió al amanecer, Víctor. Era principios de enero, sonaba Lou Reed y el suyo Perfect day en el tocadiscos del comedor. Agombolado por el opiáceo, su cuerpo devastado y frágil bailaba la danza de la muerte sobre el lecho ergonómico donde estaba postrado desde hacía meses. Con esa canción que tenía el horizonte y la luz como armonía. Las partículas de sol mezcladas con polvo en suspensión que entraban por la ventana de la sala donde estaba instalado con toda la maquinaria y desde donde sentía el trasiego del patio de la escuela que tenían justo debajo de casa. Claror y vida ajena, para recordarle que, sin embargo, fuera las cosas salían adelante. Tres años y medio después del diagnóstico fatídico: tumor multiforme irreversible, en el cerebro. Ni él ni Dolors quisieron creerse del todo la sentencia cuando el médico les informó a cámara lenta de aquel socavón maligno. Decidieron que agotarían todas las opciones y arañarían todas las esperanzas. Pero el final de aquél día perfecto de imaginarse siendo otros, como decía el bueno de Reed, había sucumbido y ellos ya habían diseñado su escenario y su adiós. La despedida de la hija pequeña, ajena todavía a los para siempre ; las personas queridas cerca; el sueño dulce de la morfina. “Y ahora puedes irte tranquilo, querido. Porque estaremos bien”. Y después, el silencio. La paz.

Una tristeza tuteadora se había instalado desde hacía demasiado tiempo en el piso de Galvany mientras firmaban últimas voluntades y él le hacía lista de temas prácticos: las tevés del coche, los seguros diversos, las cuentas bancarias, contraseñas del ordenador. La clave del gas y las revisiones pendientes. Las cosas cabreadoras que hacen saltar todas las alarmas de la añoranza más dolorosa y desprevenida cuando aparecen en medio de un paso de cebra; en la pescadería, en una revisión ginecológica o en una reunión con los maestros de la escuela.

“Necesito hablar de él, no me la esquives como hace todo el mundo, por favor”, dijo a una amiga de confianza poco después de que Víctor muriera. Enumeraba sus preferencias como una letanía: su vino, su lugar en el mundo, su chiste, sus manías. Hacerlo presente como urgencia; recordarlo en cada uno de los espacios, de las palabras, de las acciones. Explicarlo en todas partes. Evitar que sólo fuera un fantasma o una sombra. O un recuerdo. Sentirle el olor, notar su mirada, buscar lo que él habría hecho en una u otra situación. Hablaba con las fotos que había en el comedor, en la cocina mientras elegía las judías, yendo hacia el trabajo. Hablaba de él a la niña, cuando iban a dormir, las dos en su cama y ella le pedía que dónde estaba, exactamente, papá. Dolors hablaba de él como si todavía estuviera allí y como si diciéndolo pudiera llenar ese vacío inmenso instalado de manera permanente en el interior de los pulmones, un agujero que siete años más tarde ha hecho tel y que ya sabe seguro que no va a ocupar con nada. A veces se pregunta hasta cuándo se puede amar a un fantasma. Si se puede vivir en una sombra. Si se puede hacer sitio a otras personas cuando la muerte te ha arrebatado el amor. Si la elegía puede transmutarse en un poema de amor sereno y real. Si se liberará de todo esto. Si lo desea. Si, a pesar de lo que le dijo a Víctor antes de morir, quizás todavía no le ha dejado marcharse, ni siquiera un poco. Y no sabe si sabrá hacerlo.

Mientras tanto sigue hablando en plural. Y en un presente eterno.

–¿Cuánto tiempo hace que se conoció?

–Llevamos 26 años juntos.

Dolors ha cambiado de casa. Se ha vendido Galvany y ha comprado un adosado en un pueblo cerca del mar. "A Víctor le habría encantado". Hace ya un año que se ha instalado. Tienen una perra y una piscina. Ambas cosas, pensando en la niña. El comedor está aún lleno de cajas rotuladas que no ha deshecho. No ha sacado ni los marcos, ni los libros. Sólo una foto de él que tiene en la mesilla de noche. Antes de ir a dormir le repasa el día, flojito para que la niña no la oiga.

“Tengo ganas de salir adelante; de sentirme viva; de tener presencias, salir de la sombra. Quiero intentarlo”.

“Es hora de que lo hagas”, le contesta Víctor. "Esté tranquila: yo estaré bien".

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