Las restricciones por la sequía empiezan a notarse entre la mayoría de los ciudadanos de Catalunya, que hasta ahora habían podido vivir más o menos de espaldas. Pero algunos sectores y actividades económicas hace tiempo que notan la carencia de agua. Éste es el caso de la ganadería trashumante, que no ha podido bajar de las montañas: en la llanura no había suficiente agua ni para la hierba ni para los bebederos. Este año algunos ganaderos, por primera vez en su vida, han tenido que dejar de realizar la trashumancia que se ha practicado en Cataluña durante generaciones. De hecho, hierba no ha sido suficiente ni en los valles pirenaicos, y los pastores han tenido que subir forraje. Y como hay más demanda que nunca, este año la paja va cara: ha duplicado el precio.
Pese a que la trashumancia sea una actividad milenaria, a alguien puede parecerle anecdótico que ahora corra peligro, porque aquí ya no tiene el peso económico que había tenido históricamente. Pero más allá del campesinado, que por razones obvias es uno de los sectores más afectados por la sequía, la industria también sufre sus consecuencias de forma grave. Ahora, con la declaración de emergencia en 202 municipios, en las zonas afectadas tendrá que reducir un 25% el consumo de agua. Esto tendrá implicaciones como reducciones de producción, que afectarán a otros sectores, como el de los servicios. La industria alimentaria puede salir especialmente perjudicada. A modo de ejemplo, un dato: el 80% del pan es agua. Hacer coches, ropa e incluso medicamentos gasta también agua. El agua es imprescindible para muchos procesos, y algunos de los cuales ni siquiera nos los imaginamos.
Cuesta un poco imaginar hasta qué punto la falta de agua y las restricciones que comporta pueden llegar a afectar a aspectos tan variados de nuestra sociedad como la economía, el deporte, el ocio e incluso la salud y el bienestar general de los ciudadanos, sobre todo si todavía deben ir más allá. No sabemos cuánto va a durar este episodio de sequía intensa, el más grave jamás registrado en Catalunya. Y, además, es un aviso: el calentamiento global es una realidad, este año ha superado las expectativas y parece estar acelerándose. Por tanto, es de esperar que vengan más. Las medidas que tomemos estos meses nos servirán para aprender qué podemos y qué no podemos hacer en caso de emergencia, pero tenerlas que aplicar nos debe llevar a buscar, sea como sea, la forma de evitar que vuelvan a ser necesarias.
Debemos actuar a todos los niveles. Sí, de entrada, aumentando la capacidad de desalinización y regeneración de agua, pero también potenciando la eficiencia de los procesos industriales –para que gasten lo menos posible–, la conciencia de los ciudadanos y la responsabilidad social en todos los sectores, también el turístico. Y sobre todo, repensando Cataluña: debe ser un país viable también en una situación de carencia de agua. Si esto implica revisar qué hábitos, eventos y proyectos hacemos o dejamos de hacer, nos lo tenemos que plantear antes de que nos lo imponga la realidad por la fuerza.